– Aun no he visto el registro de sus llamadas -reconocio Brunetti, un poco avergonzado. Gavini no dijo nada y Brunetti prosiguio-: Lo tendre manana. -De pronto, recordo que su interlocutor era un abogado, no un policia, lo que significaba que no le debia explicaciones-. ?Como se llama el magistrado que lleva el caso? -pregunto.
– ?Por que quiere saberlo?
– Me gustaria hablar con el -dijo Brunetti.
Un largo silencio siguio a sus palabras.
– ?Tiene usted el nombre? -insistio Brunetti.
– Righetto, Angelo Righetto -fue la escueta respuesta. Brunetti decidio no preguntar mas por el momento. Dio las gracias a Gavini, no prometio llamarlo para informarlo de las llamadas que Rossi hubiera podido hacer, y colgo, intrigado por la frialdad que habia percibido en la voz de Gavini al pronunciar el nombre del juez encargado de investigar el asesinato de su socio.
A renglon seguido Brunetti llamo a la
Antes de colgar, Brunetti le pidio que le pusiera con el
El comisario se acerco una hoja de papel y empezo una lista de las personas que estimaba que podian darle informacion acerca de los prestamistas que operaban en la ciudad. El nada sabia de los usureros, aparte de la vaga idea de que estaban ahi, incrustados en el tejido social como gusanos en la carne muerta. Al igual que ciertas formas de bacterias, necesitaban la seguridad de un lugar cerrado y oscuro para desarrollarse, y sin duda el temor que infundian en sus victimas con la intimidacion cerraba el paso a la luz y al aire. Calladamente, y con la implicita amenaza de las consecuencias que tendria la demora o la falta de pago, suspendida sobre la cabeza de sus deudores, ellos prosperaban y engordaban. Lo que mas extraneza causaba a Brunetti, era su propia ignorancia de los nombres, las caras y el historial de esas personas y tambien -ahora, al mirar la hoja en blanco, se daba cuenta- de a quien pedir ayuda para tratar de hacerlas salir a la luz.
Se le ocurrio un nombre, y saco la guia telefonica para buscar el numero del banco en el que trabajaba aquella mujer. Mientras buscaba, sono el telefono. El contesto dando su nombre.
–
– Gracias,
– Righetto -dijo una voz ronca.
–
– ?Por que le interesa? -pregunto Righetto, sin senales de curiosidad audibles en la pregunta. Tenia un acento que Brunetti penso que podia ser del sur del Tirol o, en todo caso, del norte de Italia.
– Tengo aqui un caso -explico Brunetti-, otra muerte, que puede tener relacion, y me gustaria saber lo que haya averiguado usted sobre Cappelli.
Hubo una larga pausa y Righetto dijo:
– Me sorprenderia que alguna otra muerte estuviera relacionada con esa. -Se interrumpio, para dar a Brunetti ocasion de preguntar y, en vista de que el comisario no decia nada, prosiguio-: Al parecer, se trata mas de un caso de confusion de identidad que de asesinato. -Righetto se detuvo un momento y rectifico-: Es decir, sin duda es un asesinato, desde luego. Pero no era Cappelli la persona a la que querian matar, y ni siquiera estamos seguros de que desearan matar al otro hombre, sino solo asustarlo.
Brunetti creyo llegado el momento de mostrar interes.
– ?Que sucedio entonces?
– Iban contra Gavini, el socio -explico el magistrado-. Por lo menos eso es lo que da a entender la investigacion.
– ?Por que? -pregunto Brunetti, con verdadera curiosidad.
– Desde el primer momento, carecia de sentido el que alguien pudiera querer matar a Cappelli -dijo Righetto, dando a entender que no habia que dar importancia a la posicion de Cappelli, de enemigo declarado de los usureros-. Hemos investigado tanto su pasado como los casos en los que trabajaba, y no hemos encontrado indicios que lo relacionen con alguien que pudiera tener un movil para hacer una cosa asi.
Brunetti emitio un leve sonido que podia interpretarse como un suspiro de comprension y conformidad combinadas.
– Por otro lado -prosiguio Righetto-, esta el socio.
– Gavini -puntualizo Brunetti innecesariamente.
– Si, Gavini -dijo Righetto con una risita displicente-. Es un personaje muy conocido en la zona, tiene fama de mujeriego. Y lo peor es que suele relacionarse con mujeres casadas.
– Ah -exclamo Brunetti con un suspiro de hombre de mundo, en el que consiguio imprimir la justa dosis de tolerancia para con el congenere-. ?Asi que fue eso? -pregunto con pasiva aceptacion.
– Eso parece. Durante los cuatro ultimos anos, ha mantenido relaciones con cuatro mujeres, todas casadas.
– Pobre diablo -dijo Brunetti. Espero lo suficiente para dar realce al acento festivo de su comentario y agrego con una risita-: Quiza mas le hubiera valido limitarse a una sola.
– Si, pero ?como saber en cual de ellas estaba el peligro? -replico el magistrado, y Brunetti lo recompenso con otra breve carcajada.
– ?Sospecha usted quien fue? -pregunto Brunetti, intrigado por ver como trataba Righetto la pregunta, lo que le daria la clave de como trataria la investigacion.
Righetto se tomo tiempo, sin duda para dar la impresion de que meditaba la respuesta, y dijo:
– No. Hemos interrogado a las mujeres y a sus maridos, y todos pueden demostrar que estaban en otro lugar cuando ocurrieron los hechos.
– Pero me parece recordar que el periodico decia que fue obra de un profesional -dijo Brunetti, aparentemente desconcertado.
La temperatura de la voz de Righetto descendio.
– Siendo policia, ya deberia usted saber que no se puede creer todo lo que dicen los periodicos.
– Desde luego -dijo Brunetti, obligandose a reir con jovialidad, tras el merecido reproche de un colega mas sabio y experimentado-. ?Cree que pudiera haber aun otra mujer?
– Es la pista que estamos siguiendo -dijo Righetto.
– Lo mataron en su despacho, ?verdad? -pregunto Brunetti.
– Si -respondio Righetto, mejor dispuesto a dar informacion, ahora que Brunetti habia aludido a otra mujer-. Los dos hombres se parecen, son bajos y morenos. Era un dia lluvioso, el asesino estaba en la azotea de una casa del otro lado de la calle. Es seguro que confundio a Cappelli con Gavini.
– ?Y todo eso que se ha dicho, de que a Cappelli lo mataron porque investigaba a los prestamistas? -pregunto Brunetti, poniendo el suficiente escepticismo en la voz como para hacer comprender a Righetto que el no creia semejantes bobadas; pero que deseaba tener una respuesta preparada por si alguien mas inocente, que se creia todo lo que leia en los periodicos, le hacia una pregunta.
– Empezamos por examinar esa posibilidad, pero por ese lado no hay nada, absolutamente nada. De manera que lo hemos excluido de la investigacion.
–
Righetto lo recompenso con una franca carcajada y luego pregunto con indiferencia:
– ?Ha dicho que tenian otra muerte? ?Asesinato?
– No, no despues de lo que me ha dicho usted,