– Ya se lo he dicho. Llame despues de la muerte de Sandro -dijo Gavini, y pregunto-: ?Sabe algo de eso?

– No.

– Sandro Cappelli -dijo Gavini, como si el solo nombre fuera suficiente explicacion. Desperto un leve eco en la memoria de Brunetti. No podia recordar de que le sonaba el nombre, pero estaba seguro de que era por algo malo-. Era mi socio en la consultoria.

– ?Que clase de consultoria, signor Gavini?

– Juridica. Somos abogados. ?No sabe nada del caso? -Por primera vez, sono en su voz una nota de exasperacion, esa nota que inevitablemente acaba por infiltrarse en la voz del que esta tratando con una burocracia impermeable.

Al oir decir a Gavini que eran abogados, Brunetti recordo el caso de Cappelli, asesinado hacia casi un mes.

– Si. Ahora recuerdo. Le dispararon, ?verdad?

– Cuando estaba delante de la ventana de su despacho, con un cliente a su espalda, a las once de la manana. Le dispararon por la ventana, con una escopeta de caza. -Mientras relataba los detalles de la muerte de su socio, la voz de Gavini iba adquiriendo el ritmo staccato de la colera.

Brunetti habia leido la informacion de prensa del asesinato, pero no estaba al corriente de los hechos.

– ?Algun sospechoso? -pregunto.

– Por supuesto que no -respondio Gavini, ya sin intentar reprimir la colera-. Pero todos sabemos quien lo hizo.

Brunetti espero a que Gavini se explicara.

– Fueron los prestamistas. Hacia anos que Sandro iba tras ellos. Llevaba cuatro casos contra ellos cuando murio.

El policia que habia en Brunetti lo indujo a preguntar:

– ?Existe alguna prueba de eso, signor Gavini?

– Pues claro que no -casi escupio el abogado por el hilo telefonico-. Enviaron a alguien, pagaron a alguien para que lo hiciera. Fue un contrato. El disparo vino del tejado de un edificio del otro lado de la calle. Hasta la policia de aqui dijo que tuvo que ser un contrato. ?Quien si no iba a querer matarlo?

Brunetti no tenia informacion suficiente para responder preguntas acerca de Cappelli, ni siquiera preguntas retoricas, y dijo:

– Le pido disculpas por mi ignorancia sobre la muerte de su socio y sus responsables, signor Gavini. Yo lo llamaba por un asunto totalmente diferente, pero, despues de lo que usted me ha dicho, quiza no sea tan diferente.

– ?Que asunto? -pregunto Gavini. Aunque las palabras eran secas, la voz era de curiosidad, de interes.

– Yo lo llamaba en relacion con una muerte que hemos tenido aqui, en Venecia, una muerte que parece accidental pero quiza no lo sea. -Espero la pregunta de Gavini pero, como no llegaba, prosiguio-: Un hombre se mato al caer de un andamio. Trabajaba en el Ufficio Catasto y en su cartera encontramos un numero de telefono, sin prefijo. El suyo es uno de los posibles.

– ?Como se llamaba? -pregunto Gavini.

– Franco Rossi. -Brunetti le dejo un momento para la reflexion o la memoria y pregunto-: ?Le dice algo el nombre?

– No. Nada.

– ?Habria forma de averiguar si su socio lo conocia?

Gavini tardo en contestar.

– ?Tiene usted su numero? Podria mirar la lista de telefonos -apunto.

– Un momento -dijo Brunetti inclinandose para abrir el cajon de abajo. Saco la guia de telefonos y busco «Rossi». Habia siete columnas de abonados con ese apellido y una docena se llamaban Franco. Encontro la calle, leyo el numero a Gavini, le pidio que esperase un momento y busco el numero del Ufficio Catasto. Si Rossi habia sido tan imprudente como para llamar a la policia por su telefonino, tambien podia haber hablado con el abogado desde el del despacho.

– Me llevara algun tiempo repasar el registro de llamadas -dijo Gavini-. Tengo una visita esperando. Pero, en cuanto se marche, lo llamo.

– ?No podria hacerlo su secretaria?

La voz de Gavini adquirio de pronto una nota de rigurosa reserva, casi de cautela.

– No. Esto prefiero hacerlo yo.

Brunetti dijo que esperaria la llamada de Gavini, le dio su numero directo y los dos hombres colgaron.

Un telefono que estaba desconectado hacia meses, una anciana que no conocia a ningun Franco Rossi, una empresa de coches de alquiler que nunca habia tenido un cliente con ese nombre y, ahora, el socio de un abogado que habia tenido una muerte tan violenta como la de Rossi. Brunetti sabia muy bien cuanto tiempo podia perderse persiguiendo rastros enganosos y transitando por pistas falsas, pero aqui intuia algo valido, aunque no sabia que era ni adonde lo llevaria.

Lo mismo que las plagas afligieron a los hijos de Egipto, los prestamistas afligian y martirizaban a los hijos de Italia. Los bancos prestaban de mala gana y, en general, solo con la garantia de un respaldo financiero que hacia innecesario el prestamo. El credito a corto plazo para el empresario falto de liquidez a final de mes o el comerciante con clientes morosos era practicamente inexistente. A ello se sumaba la habitual lentitud en el pago de las facturas que caracterizaba a toda la nacion.

Por esa brecha se colaban, como todo el mundo sabia pero muy pocos decian, los prestamistas, gli strozzini, esas figuras turbias, dispuestas a prestar a corto plazo y con pocas garantias. El interes que aplicaban compensaba ampliamente cualquier riesgo en que pudieran incurrir. Y, en cierto sentido, la idea del riesgo era, en el mejor de los casos, puramente academica, puesto que los strozzini tenian metodos que reducian sensiblemente la posibilidad de que sus clientes - si asi podia llamarseles- no les devolvieran el prestamo. La gente tenia hijos, hijos que podian desaparecer; la gente tenia hijas, hijas que podian ser violadas; la gente tenia su vida, y podia perderla: se habian dado casos. De vez en cuando, la prensa publicaba noticias que, sin estar del todo claras, daban a entender que determinados hechos, casi siempre desagradables o violentos, habian resultado de la no devolucion de un prestamo. Pero muy raramente eran denunciados los implicados en tales episodios o investigadas por la policia sus actividades: una protectora muralla de silencio los envolvia. Brunetti tuvo que hacer un esfuerzo para recordar un caso en el que hubieran podido reunirse pruebas suficientes para que se impusiera condena por prestar dinero con usura, delito que, pese a lo poco que aparecia en los juzgados, estaba incluido en el Codigo Civil.

Brunetti, sentado en su despacho, dejo que su imaginacion y su memoria consideraran las multiples posibilidades que ofrecia el hecho de que Franco Rossi llevara en la cartera al morir el numero de telefono del despacho de Sandro Cappelli. Trato de recordar la visita de Franco Rossi y evoco la impresion que el hombre le habia producido. Rossi se tomaba muy en serio su trabajo: ese era quiza el recuerdo mas nitido que conservaba Brunetti. Rossi, aunque quiza excesivamente serio y formal para ser tan joven, parecia una persona agradable y servicial.

A falta de una idea clara de los hechos, todas estas elucubraciones no llevaron a Brunetti a ninguna parte, pero lo ayudaron a matar el tiempo hasta que llamo Gavini.

Brunetti contesto a la primera senal.

– Brunetti.

– Comisario -dijo Gavini, y se identifico-. He repasado la lista de clientes y el registro de llamadas. -Brunetti esperaba-. No hay ningun cliente llamado Franco Rossi, pero durante el mes que precedio a su muerte Sandro llamo tres veces al numero de Rossi.

– ?A su casa o al despacho?

– ?Importa eso?

– Todo puede importar.

– Al despacho -dijo Gavini.

– ?Cuanto duraron las llamadas?

El otro hombre debia de tener el papel delante, porque respondio sin vacilar:

– Doce, seis y ocho minutos. -Gavini espero la respuesta de Brunetti y, como no llegaba, pregunto-: ?Y Rossi? ?Sabe si llamo a Sandro?

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