aquel gesto artero y zafio que habia visto en el al final. Penso en lo que le habia dicho Paola, que era una suerte que no le hubieran gustado las drogas, porque temia lo que hubiera podido pasar. El no tenia una mentalidad tan abierta y nunca las probo, ni cuando era estudiante y a su alrededor todos fumaban unas cosas y otras, y le aseguraban que eran el medio ideal para liberar la mente de los asfixiantes prejuicios de la clase media. Poco se imaginaban como deseaba el en aquel entonces poder tener prejuicios -o cualquier otra cosa- de clase media.

El recuerdo de Zecchino continuamente lo distraia de sus pensamientos. Al pie del puente de la Academia dudo un momento y decidio pasar por campo San Luca. Empezo a cruzar el puente mirando al suelo y observo que muchas piezas blancas del borde de los peldanos estaban rotas o habian sido arrancadas. ?Cuanto hacia que habian reconstruido el puente? ?Tres anos? ?Dos? Y ya habia que reparar muchos de los peldanos. Sus pensamientos se desviaron del criterio con que debio de adjudicarse el contrato de aquella obra para volver a lo que Zecchino le habia dicho antes de empezar a mentir. Una disputa. Rossi, herido y tratando de escapar. Y una muchacha, dispuesta a subir al cubil de Zecchino en aquella buhardilla, en busca de lo que fuera que le deparara la combinacion de drogas y Gino Zecchino.

A la vista del monumental horror de la Cassa di Risparmio, Brunetti torcio a la izquierda por delante de la libreria y salio a campo San Luca. Entro en el bar «Torino» y pidio un spritz, que se llevo a la ventana, desde donde contemplo a la gente que aun quedaba en el campo.

No vio a la signora Volpato ni a su marido. Termino el trago, puso la copa en el mostrador y dio unos billetes al barman.

– No veo a la signora Volpato -dijo con indiferencia, moviendo la cabeza hacia el campo.

Al entregarle el recibo y el cambio, el hombre respondio.

– No, senor. Suelen venir por la manana. Despues de las diez.

– Tengo que hablar con ella -dijo Brunetti con voz nerviosa pero sonriendo timidamente al barman, como buscando comprension para la humana debilidad.

– Lo siento -dijo el hombre, volviendose hacia otro cliente.

Al salir, Brunetti torcio a la izquierda, luego otra vez a la izquierda y entro en una farmacia que cerraba en aquel momento.

– Ciao, Guido -dijo su amigo Danilo, el farmaceutico, haciendo girar la llave-. Deja que termine y nos vamos a tomar una copa, -Rapidamente, con la soltura que da la practica, el barbudo Danilo vacio la caja, conto el dinero y lo llevo a la trastienda, donde Brunetti lo oyo moverse de un lado al otro. A los pocos minutos, salio vestido de calle, con chaqueta de cuero.

Brunetti sintio la mirada escrutadora de unos ojos castanos y afables, y vio el esbozo de una sonrisa.

– Parece que buscas informacion -dijo Danilo.

– ?Tanto se nota?

El farmaceutico se encogio de hombros.

– Cuando vienes a comprar medicamentos estas preocupado; cuando vienes a buscarme para ir a tomar una copa estas relajado, pero cuando vienes en busca de informacion estas asi. -Danilo junto las cejas y miro fijamente a Brunetti con ojos de loco.

– Va la -dijo Brunetti, sonriendo a pesar suyo.

– ?De que se trata? -pregunto Danilo-. ?O de quien se trata?

Brunetti no hizo ademan de ir hacia la puerta, ya que le parecia preferible mantener esa conversacion dentro de la farmacia cerrada que en alguno de los tres bares del campo.

– Angelina y Massimo Volpato.

– Madre di Dio -exclamo Danilo-. Vale mas que dejes que yo te de el dinero. Ven - dijo agarrando del brazo a Brunetti y tirando de el hacia la trastienda-. Abrire la caja fuerte y dire que el ladron llevaba pasamontanas. Te lo prometo. -Brunetti creyo que era una broma hasta que Danilo prosiguio-: No estaras pensando en recurrir a esa gente, ?verdad, Guido? En serio, tengo dinero en el banco, puedes disponer de el y seguro que Mauro podra darte mas -dijo incluyendo a su jefe en el ofrecimiento.

– No, no -dijo Brunetti poniendo la mano en el antebrazo de su amigo, en gesto apaciguador-. Solo necesito informacion sobre ellos.

– ?No me digas que por fin han cometido un error y alguien los ha denunciado? -pregunto Danilo empezando a sonreir-. Ah, que gusto.

– ?Tan bien los conoces?

– Hace anos que los conozco -casi escupio Danilo con repugnancia-. Sobre todo, a ella. Viene una vez por semana, con sus estampitas y su rosario en la mano. -Encorvo la espalda, junto las manos bajo la barba, ladeo la cabeza y miro a Brunetti con los labios fruncidos en una sonrisa prieta. Pasando de su habitual dialecto trentino al mas puro veneciano y atiplando la voz, dijo-: Oh, dottor Danilo, no sabe usted todo el bien que he hecho yo a la gente de esta ciudad. No sabe usted la de personas que deberian estarme agradecidas y rezar por mi. No, no tiene usted idea. -Aunque Brunetti nunca habia oido hablar a la signora Volpato, percibia en la cruda parodia de su amigo el acento de todos los hipocritas que habia conocido en su vida.

Bruscamente, Danilo irguio el cuerpo y la vieja desaparecio.

– ?Como actua? -pregunto Brunetti.

– La gente la conoce. Y tambien a el. Uno u otro esta siempre en el campo, por la manana. La gente sabe donde encontrarlos.

– ?Como lo sabe?

– ?Como se saben las cosas? -pregunto Danilo a modo de respuesta-. Corre la voz. Gente que necesita dinero para pagar los impuestos, o que juega, o que no puede hacer frente a los gastos de la empresa hasta fin de mes. Firman un pagare que vence al cabo de un mes y entonces, invariablemente, el interes se suma al capital y la gente tiene que pedir otro prestamo para pagar el primero. Los jugadores nunca ganan ni los empresarios salen de apuros.

– Lo mas asombroso es que todo eso sea legal -dijo Brunetti.

– Nada mas legal, si hay un documento firmado por ambas partes ante notario.

– ?Y que notarios son esos?

Danilo dio tres nombres, personas respetables, con despachos importantes. Uno trabajaba para el suegro de Brunetti.

– ?Los tres? -pregunto Brunetti con extraneza.

– ?Imaginas que los Volpato declaran lo que les pagan? ?Imaginas que ellos pagan impuestos sobre lo que ganan con los Volpato?

No sorprendia a Brunetti que hubiera notarios que se rebajaran a intervenir en operaciones tan sordidas; lo que le parecia asombroso eran los nombres de los tres hombres involucrados, uno de los cuales era miembro de la Orden de Malta y otro, ex concejal de la ciudad.

– Vamos a tomar una copa -dijo Danilo-. Mientras tanto, me cuentas por que te interesa eso. -Al ver la expresion de Brunetti, rectifico-: O no me lo cuentas.

Al otro lado de la calle, en Rosa Salva, Brunetti le dijo unicamente que estaba interesado en los prestamistas de la ciudad y su borrosa trayectoria entre lo legal y lo criminal. Entre la clientela de Danilo habia muchas ancianas, la mayoria de las cuales estaban enamoradas de el y lo hacian depositario de los chismes del barrio. Danilo, afable y paciente, siempre dispuesto a escucharlas, habia llegado a acumular un inmenso caudal de rumores y habladurias, lo que hacia de el una valiosa fuente de informacion para Brunetti. Ahora menciono a varios de los mas famosos prestamistas, hizo su descripcion y calculo el patrimonio que habrian acumulado.

Consciente tanto del taciturno humor como de la discrecion profesional de Brunetti e intuyendo que su amigo no le haria mas preguntas, Danilo fue desgranando historias, hasta que, con una rapida mirada al reloj, dijo:

– Tengo que irme. Cenamos a las ocho.

Salieron del bar y fueron hasta Rialto paseando y charlando de cosas intrascendentes. En el puente se despidieron y cada uno, rapidamente, tomo el camino de su casa.

Desde hacia dias, Brunetti daba vueltas a las varias informaciones que habia ido recopilando, tratando de configurar un esquema coherente. Los del Ufficio Catasto sabian quien tendria que hacer restauraciones o pagar

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