agentes.

Entro en la oficina jadeando y vio con alivio que Pucetti estaba en su sitio.

– Pucetti -dijo-, levantese y quitese la chaqueta.

Al instante, el joven estaba de pie y tenia la chaqueta encima de la mesa. Brunetti le dio la americana de lana.

– En la entrada hay una muchacha. Masi la retiene unos minutos en su despacho. Cuando salga, quiero que la siga. Sigala todo el dia si es necesario, pero quiero saber adonde va y quien es.

Pucetti ya iba hacia la puerta. Como la americana le estaba grande, doblo los punos y se subio las mangas. Mientras caminaba, se arranco la corbata y la arrojo en direccion a la mesa. Cuando salio de la oficina, sin haber pedido a Brunetti explicacion alguna, era un joven vestido despreocupadamente que se habia puesto camisa blanca y pantalon azul marino y, para suavizar el corte militar del pantalon, llevaba una holgada americana de tweed Harris con las mangas subidas con elegante descuido.

Brunetti volvio a su despacho, marco el numero de la redaccion de Il Gazzettino y se identifico. La informacion que les dio era la de que la policia, en el curso de la investigacion de la muerte de un estudiante por sobredosis, habia descubierto la identidad del joven sospechoso de haberle vendido la droga que le habia causado la muerte. Su arresto era inminente, y se confiaba en que a este siguiera el de otras personas involucradas en el trafico de drogas en la zona del Veneto. Brunetti colgo el telefono confiando en que esto bastara para obligar al pariente de la muchacha, quienquiera que fuera, a hacer acopio de valor y presentarse en la questura, y que del estupido desperdicio de la vida de Marco Landi saliera por lo menos algo positivo.

Brunetti y Vianello se presentaron en el Ufficio Catasto a las once. Brunetti dio su nombre y rango a la recepcionista de la planta baja, que le dijo que el despacho del ingeniere Dal Carlo estaba en el segundo piso y que ahora mismo lo avisaba de que el comisario Brunetti subia a verlo. Brunetti, seguido de un uniformado y silencioso Vianello, se dirigio al segundo piso, sorprendido de la cantidad de gente, hombres la mayoria, que subian y bajaban la escalera y en cada piso se agolpaban frente a las puertas de los despachos, con brazadas de planos y gruesas carpetas.

El despacho del ingeniere Dal Carlo era el ultimo de mano izquierda. La puerta estaba abierta, por lo que entraron directamente. Una mujer pequena, que parecia lo bastante mayor para ser la madre de Vianello, sentada ante una mesa, de cara a ellos, frente a la enorme pantalla de un ordenador, los miro por encima de unas gruesas gafas de media luna. Tenia el pelo veteado de gris y lo llevaba recogido en un prieto mono que hizo pensar a Brunetti en la signora Landi. Sus hombros, estrechos y encorvados, sugerian una incipiente osteoporosis. No usaba maquillaje, como si hiciera tiempo que habia desesperado de su posible utilidad.

– ?El comisario Brunetti? -pregunto la mujer sin levantarse.

– Si. Deseo hablar con el ingeniere Dal Carlo.

– ?Puedo preguntar el motivo de su visita? -pregunto ella en preciso italiano.

– Necesito informacion sobre un ex empleado.

– ?Ex empleado?

– Si. Franco Rossi.

– Ah, si -dijo ella llevandose la mano a la frente, para protegerse los ojos. Bajo la mano, se quito las gafas y levanto la mirada-. Pobre muchacho. Habia trabajado aqui varios anos. Fue terrible. Nunca habia ocurrido nada parecido. -La mujer se volvio hacia un crucifijo que tenia en la pared, moviendo los labios en una oracion por el joven difunto.

– ?Conocia usted al signor Rossi? -pregunto Brunetti, y agrego, como si no hubiera captado su apellido-: Signora…

– Dolfin, signorina -respondio ella escuetamente e hizo una pausa, como para ver si el reaccionaba al oir el nombre-. Tenia el despacho al otro lado del pasillo -agrego-. Era un joven muy correcto, siempre muy respetuoso con el dottor Dal Carlo. -Por su manera de decirlo, parecia que la signorina Dolfin no podia hacer mayor elogio.

– Comprendo -dijo Brunetti, cansado de las alabanzas gratuitas que la gente se cree obligada a hacer de los muertos-. ?Podria hablar con el ingeniere?

– Naturalmente -dijo ella poniendose en pie-. Tiene usted que disculparme por hablar tanto. Es solo que, frente a una muerte tan tragica, se siente una muy poca cosa.

Brunetti movio la cabeza de arriba abajo. Era la forma mas eficaz que conocia para responder a los lugares comunes.

Ella los precedio en los pocos pasos que mediaban entre su mesa y la puerta del despacho interior. Levanto la mano, dio dos golpes, espero y agrego otro golpe, mas suave, como si, con los anos, hubiera establecido un codigo que indicara al ocupante del despacho la clase de visita que tenia. Cuando dentro sono una voz de hombre que decia «Avanti» Brunetti vio como a la mujer se le iluminaban los ojos y doblaban hacia arriba las comisuras de los labios.

Ella abrio la puerta, entro y se hizo a un lado, para dejar paso a los dos hombres y dijo:

– El comisario Brunetti, dottore.

Al cruzar el umbral, Brunetti miraba al interior y vio detras del escritorio a un hombre corpulento, de cabello oscuro, pero cuando la signorina Dolfin empezo a hablar se volvio hacia ella, intrigado por su cambio de actitud y hasta de tono de voz, mucho mas calido y modulado que cuando se habia dirigido a el.

– Gracias, signorina -dijo Dal Carlo casi sin mirarla-. Nada mas.

– Con su permiso -dijo ella y, muy lentamente, dio media vuelta, salio del despacho y cerro la puerta con suavidad.

Dal Carlo se levanto sonriendo. Debia de frisar los sesenta, pero tenia la piel tersa y el porte erguido de un hombre mas joven. Su sonrisa mostraba unos dientes con fundas mas grandes de lo necesario, al estilo italiano.

– Encantado de conocerlo, comisario -dijo tendiendo la mano a Brunetti y dandole un apreton firme y masculino. Dal Carlo saludo entonces a Vianello con un movimiento de la cabeza y los llevo a unos sillones situados en un angulo del despacho-. ?En que puedo servirlo?

Mientras se sentaba, Brunetti dijo:

– Deseo hacerle unas preguntas sobre Franco Rossi.

– Ah, si -dijo Dal Carlo meneando la cabeza varias veces-. Que horror, que tragedia. Una excelente persona. Y muy competente. Hubiera hecho carrera. -Suspirando repitio-: Una tragedia, una tragedia.

– ?Cuanto tiempo hacia que trabajaba aqui, ingeniere? -pregunto Brunetti. Vianello saco del bolsillo una libretita, la abrio y empezo a tomar notas.

– Dejeme pensar -empezo Dal Carlo-. Unos cinco anos, diria yo. Podemos preguntar a la signorina Dolfin. Ella nos lo dira con exactitud.

– No. Es suficiente, dottore -dijo Brunetti agitando una mano-. ?Cuales eran concretamente las funciones del signar Rossi?

Dal Carlo se asio la barbilla con gesto pensativo y miro al suelo. Transcurrido un tiempo prudencial, dijo:

– Tenia que revisar los planos para comprobar que concordaban con las obras realizadas.

– ?Y como lo hacia, dottore?

– Estudiaba los planos aqui, en la oficina y despues inspeccionaba la obra, para ver si los trabajos se habian hecho debidamente.

– ?Debidamente? -pregunto Brunetti, con la ignorancia del profano en la materia.

– De acuerdo con lo indicado en los planos.

– ?Y si no era asi?

– El signor Rossi informaba de las diferencias y nuestra oficina iniciaba los tramites.

– ?Que tramites?

Dal Carlo miro a Brunetti y parecio sopesar no solo la pregunta sino tambien la razon por la que Brunetti la habia hecho.

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