multas por obras ilegales hechas en el pasado. Tambien conocerian el importe de las multas. Incluso podian haber influido en fijar la cuantia. Lo unico que tenian que hacer entonces era enterarse de la posicion economica de los propietarios, y no era dificil averiguar esas cosas. Sin duda, pensaba Brunetti, la
Y a quien adujera que no disponia de dinero suficiente para pagar la multa, le sugeririan que hablara con los Volpato.
Habia llegado el momento de hacer una visita al Ufficio.
Cuando, a la manana siguiente, Brunetti llego a la
Brunetti habia leido ya la primera seccion del
– Pase,
Dejandola en libertad de decidir, el dio la vuelta a su mesa, muy despacio, y se sento en su sillon.
La muchacha cruzo el despacho andando despacio y se sento en el borde de la silla, con las manos en el regazo. Brunetti le lanzo una mirada rapida y, a fin de darle tiempo de relajarse, se inclino sobre la mesa y cambio de sitio un papel.
Cuando volvio a mirarla, le sonrio con la que el consideraba una sonrisa de bienvenida. Ella tenia el pelo castano oscuro y lo llevaba corto como un muchacho. Vestia vaqueros y jersey azul claro. Sus ojos, oscuros como el pelo, estaban rodeados de unas pestanas tan espesas que, en un primer momento, el penso que eran postizas, hasta que, al ver su cara limpia de maquillaje, desecho la idea. Era bonita como lo son la mayoria de las chicas: facciones delicadas, cutis suave, boca pequena. Si la hubiera visto tomando cafe en un bar, no se hubiera fijado en ella, pero ahora, al tenerla delante, en su despacho, Brunetti no pudo por menos de sentirse afortunado de vivir en un pais en el que abundaban las chicas bonitas y no escaseaban las grandes bellezas.
Ella carraspeo una vez, dos, y dijo:
– Soy la amiga de Marco. -Tenia una voz deliciosa, de timbre grave y sensual, el sonido que podria salir de la garganta de la mujer que ha tenido una vida larga y placentera.
Brunetti, cansado de esperar que ella se explicara, pregunto:
– ?Por que ha venido a verme,
– Porque quiero ayudarle a encontrar a los que lo mataron.
Brunetti mantuvo el gesto impasible mientras procesaba el dato de que esa debia de ser la muchacha que llamaba a Marco desde Venecia.
– ?Entonces era usted el otro conejito? -pregunto afablemente.
La pregunta la sorprendio. Maquinalmente, ella junto los punos sobre el pecho y fruncio los labios, en una actitud que, realmente, recordaba la de un conejo.
– ?Como sabe eso? -pregunto.
– Vi los dibujos -explico Brunetti-. Y me impresionaron tanto por la habilidad como por el afecto con que estaban trazados los conejos.
La muchacha inclino la cabeza y el creyo que lloraba, pero enseguida levanto la mirada y Brunetti vio que no era asi.
– Cuando era pequena, yo tenia un conejito. Un dia se lo dije a Marco, y el me conto lo mucho que le hacia sufrir que su padre les disparara y los envenenara en la granja. -Aqui se interrumpio y dijo-: En el campo los conejos son una plaga. Eso decia el padre.
– Ya -dijo Brunetti, y quedo a la espera de que ella continuara.
La muchacha callaba y al fin dijo, como si no hubieran mencionado a los conejos:
– Se quienes son. -Sus manos se torturaban en el regazo, pero la voz seguia tranquila, casi acariciadora. A Brunetti se le ocurrio que la muchacha ignoraba el poder y la belleza de su voz. Movio la cabeza de arriba abajo para animarla a continuar-. Bueno, se el nombre de uno, el que se la vendia a Marco. No se el de los que se la vendian a el, pero estoy segura de que el se lo dira, si le meten miedo.
– Nosotros no nos dedicamos a meter miedo a la gente -sonrio Brunetti, pensando que ojala fuera verdad.
– Quiero decir si hacen que se asuste lo suficiente para que venga a decirles todo lo que sabe. Vendria si pensara que ustedes conocen su identidad y van a detenerlo.
– Si me da usted su nombre,
– ?Y no seria mejor que viniera el voluntariamente a decirselo?
– Si, desde luego…
– Yo no tengo pruebas -lo interrumpio ella-. No podria declarar que lo vi vender droga a Marco ni que Marco me dijera que se la habia vendido. -Se revolvio, inquieta, y junto las manos en el regazo-. Pero se que vendria si no tuviera eleccion, y eso lo ayudaria, ?verdad?
El objeto de tanta preocupacion tenia que ser alguien de la familia.
– Me parece que no me ha dicho como se llama usted,
– No quiero dar mi nombre -respondio ella, ahora sin dulzura en la voz.
Brunetti abrio las manos en senal de la libertad que le otorgaba.
– Esta en su derecho,
– A mi no me hara caso. Nunca me lo ha hecho -dijo ella categoricamente.
Brunetti paso revista a las posibilidades. Se miraba atentamente la alianza, que estaba mas delgada que la ultima vez que la habia contemplado, gastada por los anos. Levanto la cabeza y miro a la muchacha.
– ?El lee el periodico?
Ella, sorprendida, respondio de inmediato:
– Si.
– ?El
– Si.
– ?Podria hacer que lo leyera manana?
Ella asintio.
– Bien. Espero que eso baste para hacerlo venir. ?Lo animara usted a hacerlo?
Ella bajo la mirada al oir eso y otra vez a el le parecio que iba a echarse a llorar, pero solo dijo:
– Estoy intentandolo desde que murio Marco. -Le fallo la voz y volvio a apretar los punos. Movio la cabeza negativamente-. Tiene miedo. -Otra pausa larga-. Yo no puedo hacer nada. Mis pa… -se interrumpio, dejando la palabra sin terminar y confirmando lo que el ya sospechaba. Echo el cuerpo hacia adelante y el vio que, entregado el mensaje, se disponia a escapar.
Brunetti se puso en pie y, lentamente, dio la vuelta a la mesa. Ella se levanto y se volvio hacia la puerta.
Brunetti la abrio. Le dio las gracias por haber ido a verlo. Cuando ella empezaba a bajar la escalera, el cerro la puerta, corrio al telefono y marco el numero del agente de la entrada. Reconocio la voz del joven que habia subido con la muchacha.
– Masi, no diga nada. Cuando baje esa muchacha, llevela a su despacho y entretengala. Digale que tiene que anotar en el registro la hora de salida, lo que se le ocurra, pero retengala un par de minutos. Luego dejela marchar.
Sin darle oportunidad de responder, Brunetti colgo el telefono y fue al gran armario que estaba al lado de la puerta. Lo abrio tan bruscamente que la madera golpeo la pared. Arranco de la percha la vieja americana de