procuraba un escondite, solo un fondo oscuro sobre el que su uniforme azul se destacaba menos que sobre la grava blanca.

Sono otro disparo, y otro.

– Aqui detras, Vianello -grito Brunetti y, sin detenerse a mirar donde podia estar su jefe, Vianello corrio hacia la voz, doblando el cuerpo, con la vista nublada por el miedo. De pronto, una mano le dio un fuerte tiron del brazo izquierdo. El sargento vio un hueco en el seto y se precipito por el como una foca que sale del agua, sin poder hacer nada mas que arrastrarse, en aquel momento de panico.

Su frenetico avance quedo frenado por algo duro: las rodillas de Brunetti. El sargento se aparto rodando, se puso de pie torpemente y saco el revolver. Le temblaba la mano.

Brunetti estaba frente a el, con el revolver en la mano, junto a un pequeno hueco que habia dejado en el seto la eliminacion de uno de los arbustos. Se aparto del hueco.

– ?Esta bien, Vianello? -pregunto.

– Si -fue todo lo que pudo decir el sargento. Y luego-: Gracias, comisario.

Brunetti asintio, se agacho y asomo un instante la cabeza fuera de la pantalla protectora de las ramas de los arboles.

– ?Puede ver algo? -pregunto Vianello.

Brunetti lanzo un doble grunido negativo. A su espalda, desde la verja, vibro en el aire el agudo balido en dos tonos de la sirena de la policia. Los dos hombres volvieron la cabeza tendiendo el oido para descubrir si se acercaba, pero el sonido parecia permanecer estatico. Brunetti se irguio.

– ?Pucetti? -pregunto Vianello, considerando poco probable que la policia local pudiera haber llegado tan pronto.

Durante un momento, Brunetti penso en dirigirse hacia la casa, en busca del que habia disparado contra ellos, pero el sonido de la sirena le hizo recobrar el sentido de la prudencia.

– Regresemos -dijo volviendose hacia la entrada y retrocediendo por el sendero que discurria entre los arriates elevados-. Seguramente, Pucetti habra pedido refuerzos.

Se mantenian pegados al seto, del que no se apartaron ni cuando este, en un brusco viraje hacia la izquierda, dejaba de estar en la linea de fuego. Ninguno de los dos se atrevia a pisar el sendero de grava. Solo cuando estuvieron a la vista de la tapia, Brunetti se sintio lo bastante seguro como para abrirse paso, no sin dificultades, por entre las tupidas ramas y salir al sendero.

La verja estaba cerrada, pero ahora el coche de la policia estaba atravesado ante ella, bloqueandola.

Cuando estuvieron a varios metros de la verja, Brunetti grito, dominando con la voz el persistente aullido de la sirena:

– ?Pucetti?

Detras del coche sono una voz en respuesta a su llamada, pero no se veia al joven policia.

– ?Pucetti? -volvio a gritar Brunetti.

– Muestreme el arma, comisario -dijo Pucetti desde detras del coche.

Brunetti comprendio, e inmediatamente levanto la mano, para demostrar que aun empunaba el revolver.

Pucetti, al comprobarlo, salio de detras del coche, con su propia arma en la mano, pero apuntando al suelo. Metio la mano por la ventanilla del coche y la sirena enmudecio. En el repentino silencio, el agente dijo:

– Queria asegurarme, comisario.

– Bien hecho -respondio Brunetti, preguntandose si a el se le hubiera ocurrido prevenir la eventualidad de una toma de rehenes-. ?Ha llamado a la policia local?

– Si, senor. Hay un puesto de carabinieri a la entrada de Treviso. No tardaran. ?Que ha pasado?

– Han empezado a dispararnos cuando ibamos por la avenida.

– ?Han visto quienes eran? -pregunto Pucetti.

Brunetti movio negativamente la cabeza y Vianello dijo:

– No.

La siguiente pregunta del joven oficial quedo cortada por el sonido de otra sirena, esta procedente de Treviso.

Brunetti, alzando la voz, canto los numeros de la clave de la verja a Pucetti, que fue pulsandolos. La verja empezo a abrirse y, antes de que Brunetti pudiera sugerirlo, Pucetti subio al coche, hizo marcha atras y lo situo de traves en medio de las puertas, rozando una de ellas con el parachoques delantero y dejando al otro lado espacio suficiente para que se pudiera pasar.

En el jeep que paro detras del coche venian dos carabinieri. El conductor bajo el cristal de su ventanilla.

– ?Que ocurre? -inquirio, dirigiendo la pregunta a los tres hombres. Era un individuo de cara angulosa y cetrina que hablaba en un tono de voz tranquilo, como si fuera perfectamente normal recibir el aviso de que alguien disparaba contra la policia.

– Alguien ha empezado a disparar desde ahi arriba -explico Brunetti.

– ?Saben quienes son ustedes? -pregunto el carabiniere. Ahora se percibia mas claramente el acento. Sardo. Quiza estaba acostumbrado a recibir esta clase de llamadas. No hizo ademan de bajar del coche.

– No -contesto Vianello-. ?Es que eso cambia las cosas?

– Han tenido tres robos. Y luego el secuestro. Por eso, al ver a alguien subir por la avenida, es logico que dispararan. Es lo que haria yo.

– ?Contra esto? -dijo Vianello dandose una palmada en el uniforme con un ademan un tanto melodramatico.

– Contra eso -replico el carabiniere senalando el revolver que Brunetti aun tenia en la mano.

Ahora intervino el comisario.

– Lo cierto es que nos han disparado, agente. -Tuvo que morderse la lengua para no decir mas.

Por toda respuesta, el carabiniere retiro la cabeza de la ventanilla, subio el cristal y saco un telefono movil. Brunetti le vio marcar un numero mientras, a su espalda, Pucetti suspiraba:

– Gesu bambino.

Despues de una breve conversacion, el carabiniere tecleo otro numero. Espero un momento, estuvo hablando un rato, luego escucho, asintio dos veces, pulso otro boton y se inclino hacia adelante para dejar el telefono en el salpicadero. Despues bajo el cristal.

– Ya pueden entrar -dijo senalando la verja con la barbilla.

– ?Que? -hizo Vianello.

– Ya pueden entrar. Les he llamado, he dicho quienes eran y me han dicho que pueden entrar.

– ?Con quien ha hablado? -pregunto Brunetti.

– Con el sobrino, ?como se llama?

– Maurizio -dijo Brunetti.

– Si. Esta dentro y me ha dicho que ahora que sabe quienes son no les disparara. -Como ninguno de ellos se movia, el carabiniere insto-: Adelante, no hay peligro. No volveran a disparar.

Brunetti y Vianello se miraron, y el comisario indico a Pucetti con una sena que se quedara junto al coche. Sin decir nada al carabiniere, los dos hombres volvieron a cruzar la verja y a subir por la avenida de grava. Esta vez, mientras caminaban, Vianello iba mirando hacia uno y otro lado.

Los dos hombres se alejaron por la avenida en silencio.

Por el recodo que tenian delante aparecio un hombre, en el que Brunetti reconocio a Maurizio, el sobrino. No llevaba ninguna arma.

La distancia entre los tres hombres fue reduciendose.

– ?Por que no han avisado? -grito Maurizio cuando estaban todavia a unos diez metros-. Nunca habia visto cosa tan estupida. Fuerzan la verja y se meten por la avenida. Tienen suerte de que ninguno este herido.

Brunetti tenia un oido infalible para detectar las bravatas.

– ?De ese modo recibe a todas sus visitas, signor Lorenzoni?

– A las que revientan la verja, si.

– No se ha reventado nada -dijo Brunetti.

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