avenida, aparecio de pronto el edificio, una estructura central de tres plantas con dos alas mas bajas que se extendian a cada lado. Los bloques de piedra utilizados en su construccion tenian un suave resplandor rosado a los debiles rayos del sol. La luz de la tarde se reflejaba en las ventanas altas.

Recordando de pronto su condicion de anfitrion, Lorenzoni pregunto:

– ?Desean tomar algo?

Por el rabillo del ojo, Brunetti observo el mal disimulado asombro de Vianello. Primero trata de matarnos y ahora nos ofrece una copa.

– Es muy amable, pero no. Lo que me gustaria es que me dijera todo lo que pueda de su primo.

– ?De Roberto?

– Si.

– ?Que quiere que le diga?

– Que clase de persona era. Que clase de bromas le gustaban. Que clase de trabajo hacia para la empresa. Esas cosas.

Aunque la serie de preguntas parecia un tanto heterogenea, incluso para el mismo Brunetti, Lorenzoni no parecio sorprendido.

– Era… -empezo-. No se como decirlo para que suene bien. No era ni mucho menos una persona complicada.

Se interrumpio. Brunetti esperaba, curioso por descubrir que otros eufemismos utilizaria el joven.

– Era util a la empresa porque presentaba siempre una bella figura, por lo que mi tio podia enviarlo para que representara a la empresa en cualquier parte.

– ?En negociaciones? -pregunto Brunetti.

– Oh, no -respondio Lorenzoni rapidamente-. Lo suyo eran los actos de sociedad, como llevar a los clientes a cenar o ensenarles la ciudad.

– ?Que otras cosas hacia?

Lorenzoni reflexiono unos instantes.

– Mi tio lo enviaba a entregar documentos importantes. Por ejemplo, cuando queria asegurarse de que un contrato llegaba a su destino rapidamente, lo llevaba Roberto.

– ?Y luego pasaba varios dias alli donde fuera?

– Si, a veces -respondio Lorenzoni.

– ?Iba a la universidad?

– Se matriculo en la facolta de Economia Commerciale.

– ?Donde?

– Aqui, en Ca Foscari.

– ?Cuanto tiempo llevaba matriculado?

– Tres anos.

– ?Cuantas asignaturas habia aprobado?

La verdad, si Lorenzoni la sabia, no salio de sus labios.

– No lo se. -Con esta ultima pregunta, Brunetti habia roto cualquier sintonia que pudiera haber establecido su reaccion a las palabras con que el joven habia confesado su miedo-. ?Por que quiere saber todo esto? - pregunto.

– Deseo hacerme una idea de la clase de persona que era Roberto -respondio Brunetti con absoluta sinceridad.

– ?Y eso que puede importar? Despues de tanto tiempo.

Brunetti se encogio de hombros.

– No se si puede importar o no. Pero, si tengo que pasar meses de mi vida investigando el caso, es natural que quiera saber algo de el.

– ?Meses?

– Si.

– ?Es que volvera a abrirse la investigacion del secuestro?

– Ya no es solo secuestro. Es asesinato.

El joven hizo una mueca al oir la palabra, pero no dijo nada.

– ?Se le ocurre algo mas que pueda ser importante?

Lorenzoni movio la cabeza negativamente y se volvio hacia la escalinata que subia a la puerta de la casa.

– ?Algo sobre la forma en que se comportaba poco antes de ser secuestrado?

De nuevo Lorenzoni meneo la cabeza, pero luego se paro y volvio hacia Brunetti.

– Me parece que estaba enfermo.

– ?Por que lo dice?

– Siempre se quejaba de cansancio y de que no se encontraba bien. Creo que tenia algo de vientre, diarrea. Y habia adelgazado.

– ?No decia nada mas sobre su salud?

– No, nada. Pero es que en los ultimos anos Roberto y yo no estabamos muy unidos.

– ?Desde que empezo usted a trabajar en la empresa?

La mirada de Lorenzoni estaba tan desprovista de cordialidad como de sorpresa.

– ?Que quiere decir?

– A mi me pareceria perfectamente natural que la presencia de usted en la empresa lo molestara, sobre todo si su tio valoraba su trabajo o mostraba confianza en su criterio.

Brunetti esperaba que Lorenzoni hiciera algun comentario, pero el joven lo sorprendio dando media vuelta y empezando a subir en silencio los tres anchos escalones que conducian a la casa. Brunetti le grito mientras se alejaba:

– ?Existe alguna otra persona que pueda hablarme de el?

En lo alto de los escalones, Lorenzoni se volvio hacia los dos hombres.

– No. Nadie lo conocia. Nadie puede ayudarle. -Se volvio de nuevo hacia la casa, entro y cerro la puerta.

18

Como el dia siguiente era domingo, Brunetti se desentendio de los Lorenzoni y no volvio a dedicar atencion a la familia hasta la manana siguiente, en que asistio al funeral de Roberto, rito tan solemne como triste. La misa se celebro en San Salvador, iglesia situada a un extremo de Campo San Bartolomeo que, por su proximidad a Rialto, recibia un flujo constante de turistas durante todo el dia y, por consiguiente, tambien durante la misa. Brunetti, sentado en uno de los ultimos bancos, era consciente de su invasion, oia el murmullo de sus cuchicheos mientras deliberaban sobre como retratar la Anunciacion del Tiziano y la tumba de Caterina Cornaro. Pero, ?durante un funeral? Podian hacerlo en silencio y, desde luego, sin flash.

El cura, haciendo caso omiso del coro de murmullos, proseguia el milenario ritual hablando de lo efimero que es nuestro tiempo en este mundo y de la tristeza que debia de embargar a los padres y familiares de este hijo de Dios, cuya vida terrena habia sido segada tan prematuramente. Pero a continuacion exhorto a su auditorio a pensar en la bienaventuranza que aguarda a los fieles y los justos que son llamados a habitar en la morada del Padre Celestial, fuente de todo amor. Solo una vez se distrajo el oficiante de sus funciones: cuando en la parte de atras de la iglesia sono un golpe estrepitoso, producido por una silla al ser derribada, seguido de una interjeccion musitada en una lengua que no era la italiana.

La liturgia prosiguio a despecho del incidente, el sacerdote y sus acolitos dieron lentamente la vuelta al feretro con canticos y aspersiones de agua bendita. Brunetti se pregunto si seria el el unico que se sentia inclinado a meditar sobre lo que se hallaba debajo de la tapa de caoba artisticamente labrada. Ninguno de los presentes lo habia visto: la identidad de Roberto habia tenido que determinarse solo por unas radiografias dentales y un anillo de oro que, segun le habia dicho el comisario Barzan, habia hecho que el conde prorrumpiera en sollozos al reconocerlo. Ni el mismo Brunetti, a pesar de haber leido el informe de la autopsia, sabia que cantidad de sustancia fisica de lo que fuera Roberto Lorenzoni estaba ahora al pie del altar. Haber vivido veintiun anos y haber

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