– No; si lo menciono es para senalar los peligros que entranan esos planteamientos. -Alineo una carpeta con el borde de la mesa y pregunto en tono sereno, como si acabara de abordarse el tema-: En fin, ?que le parece que hagamos con la cosa esa de la television?

Brunetti, siempre sensible a la seduccion del lenguaje, quedo encantado con el empleo por Patta del plural y tambien con su degradacion del proyecto a «la cosa esa de la television». Debia de desearlo desesperadamente.

– Cuando llamen, digales, sencillamente, que no estoy interesado.

– ?Y entonces que? -pregunto Patta, ansioso por descubrir que iba a pedirle Brunetti a cambio.

– Puede sugerirles lo que crea conveniente.

La expresion de Patta indicaba que no daba credito a las palabras de Brunetti. No era esta la primera prueba de la inestabilidad mental de su subordinado: una vez le habia dicho que su esposa tenia un Canaletto colgado en la cocina; habia rechazado un ascenso que comportaba trabajar directamente para el ministro del Interior en Roma, y ahora esto, la confirmacion definitiva de su desequilibrio: la negativa a salir por television.

– Esta bien, si eso es lo que desea, Brunetti, asi se lo dire a esa gente. -Como era habitual en el, Patta empezo a trasladar papeles de un lado al otro del escritorio, para demostrar como lo agobiaba el trabajo-. Y ?que hay de los Lorenzoni?

– Hable con el sobrino y con varias personas que lo conocen.

– ?Por que? -pregunto Patta con autentica sorpresa.

– Porque ha pasado a ser el heredero. -Brunetti no estaba seguro de que esto fuera cierto, pero, a falta de otro Lorenzoni varon, parecia lo mas probable.

– ?Insinua usted que es el responsable del asesinato de su propio primo?

– No, senor; solo digo que es la persona a la que mas beneficia la muerte de su primo y, por consiguiente, merece la pena investigarlo.

Patta no dijo nada a esto, y Brunetti se pregunto si estaria estudiando la original e inaudita teoria de que el beneficio personal puede ser movil de un asesinato, con vistas a utilizarla en la investigacion criminal.

– ?Que mas?

– Poca cosa -respondio Brunetti-. Me gustaria hablar con varias personas mas y luego otra vez con los padres.

– ?Los padres de Roberto? -pregunto Patta.

Brunetti resistio la tentacion de contestar que dificilmente podria interrogar a los de Maurizio, estando el padre muerto y la madre ausente.

– Si, senor.

– Usted tiene presente quien es el, ?verdad? -pregunto Patta.

– ?Lorenzoni?

– El conde Lorenzoni -rectifico Patta automaticamente. Aunque el gobierno italiano habia suprimido los titulos nobiliarios hacia decadas, Patta era de los que no podian dejar de sentir debilidad por la aristocracia.

Brunetti hizo caso omiso de la rectificacion.

– Me gustaria volver a hablar con el. Y con su esposa.

Patta abrio la boca para protestar, pero recordando quiza a TelePadova se limito a hacer una recomendacion:

– Tratelos bien.

– Si, senor -dijo Brunetti. Durante un momento penso en volver a sacar el tema del ascenso de Bonsuan, pero desistio y se levanto. Patta, atento a los papeles que tenia encima de la mesa, no se dio por enterado de la marcha del comisario.

La signorina Elettra aun no estaba en su despacho, y Brunetti bajo a la oficina de los policias de uniforme, en busca de Vianello. Encontro al sargento en su mesa y le dijo:

– Me parece que ya es hora de que hablemos con los chicos que robaron el coche de Roberto.

Vianello sonrio senalando con la barbilla unos papeles que tenia en la mesa. Al ver la nitida tipografia de la impresora laser, Brunetti pregunto:

– ?Elettra?

– No, senor. Llame a la muchacha que salia con el. Ella se me quejo de acoso policial y dijo que ya le habia dado las direcciones a usted, pero insisti, consegui los nombres y encontre las direcciones.

Brunetti senalo con gesto interrogativo la hoja de papel, que en nada se parecia a los informes que solia garabatear Vianello.

– La signorina esta ensenandome a usar el ordenador -explico el sargento sin disimular el orgullo.

Brunetti tomo el papel y lo sostuvo alargando el brazo, para leer la pequena letra.

– Vianello, aqui hay dos nombres y direcciones. ?Para eso necesita ordenador?

– Si se fija en las direcciones, comisario, vera que uno de ellos esta en Genova, haciendo el servicio militar. Y eso ha salido del ordenador.

– Oh -dijo Brunetti acercandose el papel-. ?Y el otro?

– El otro esta aqui, en Venecia, y ya he hablado con el -afirmo Vianello, molesto.

– Buen trabajo -dijo Brunetti, la unica formula que se le ocurrio para desagraviar a Vianello-. ?Que le ha dicho del coche? ?Y de Roberto?

Vianello miro a Brunetti, aplacado.

– Lo mismo que han dicho todos. Que es un figlio di papa con mucho dinero y poco trabajo. Cuando le pregunte por el robo del coche, al principio lo negaba. Entonces le dije que no habria consecuencias, que solo queriamos detalles. Y me explico que Roberto les pidio que se lo llevaran, para llamar la atencion de su padre. Bueno, eso no lo dijo Roberto; me lo ha dicho el. En realidad, parecia que el chico sentia pena por el, por Roberto.

Cuando vio que Brunetti iba a decir algo, aclaro:

– No por el hecho de que hubiera muerto, o no solo por eso. Me ha dado la impresion de que sentia que Roberto tuviera que recurrir a estos medios para llamar la atencion de su padre, que estuviera tan solo, tan perdido.

Brunetti dio un grunido afirmativo, y Vianello prosiguio:

– Llevaron el coche a Verona, lo dejaron en un aparcamiento y volvieron en tren. Roberto lo pago todo y los invito a cenar.

– Aun eran amigos cuando el desaparecio, ?verdad?

– Parece que si, pero este… Niccolo Pertusi se llama, conozco a su tio, y dice que es buen chico… Bien, pues Niccolo me ha dicho que durante las ultimas semanas antes de que ocurriera aquello, Roberto parecia otro. Siempre estaba cansado, se habian acabado las bromas, solo hablaba de lo mal que se encontraba y de los medicos que lo visitaban.

– Y no tenia mas que veintiun anos -dijo Brunetti.

– Lo se. Extrano, ?verdad? Me gustaria saber si realmente estaba enfermo. -Vianello se echo a reir-. Mi tia Lucia diria que era un aviso. Solo que ella diria -y aqui Vianello ahueco la voz tetricamente-: «Un Aviso.»

– No -respondio Brunetti-. A mi me parece que estaba realmente enfermo.

Ninguno de los dos tuvo que decir explicitamente lo que procedia hacer ahora. Brunetti movio la cabeza de arriba abajo y se fue a su despacho, a hacer la llamada.

Como de costumbre, perdio diez minutos explicando a varias secretarias y enfermeras quien era y que deseaba, mas otros cinco que invirtio en convencer al especialista de Padua, el doctor Giovanni Montini, de que la informacion que solicitaba sobre Roberto Lorenzoni era necesaria. Y el tiempo que tuvo que esperar mientras el medico enviaba a una enfermera a buscar la ficha de Roberto.

Cuando el doctor Montini tuvo por fin la ficha en sus manos, dijo a Brunetti unas palabras que el comisario habia oido tantas veces que ya empezaba a sentir los sintomas que describian: cansancio, dolor abdominal y malestar general.

– ?Y llego a descubrir la causa, doctor? -pregunto Brunetti-. Al fin y al cabo, no debe de ser frecuente que una persona tan joven presente ese cuadro.

– Podia tratarse de depresion -apunto el medico.

– Por lo que he podido averiguar, Roberto Lorenzoni no parecia un tipo depresivo -dijo Brunetti.

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