– Quiza no -convino el medico. Brunetti oyo ruido de papeles-. No; no tengo ni idea de lo que podia ocurrirle a ese chico -concluyo el medico-. Los analisis hubieran podido sacarnos de dudas.
– ?Analisis?
– Si. Era un paciente particular y podia pagarlos de su bolsillo. Pedi una serie de pruebas completa.
Brunetti hubiera podido preguntar si un paciente que tuviera los mismos sintomas, pero fuera atendido por la sanidad estatal, hubiera sido analizado. Pero lo que pregunto fue:
– ?«Hubieran podido», doctor?
– Si; no los tengo en el expediente.
– ?Por que no?
– Como el no volvio a llamar para pedir hora, seguramente nosotros no reclamamos los resultados al laboratorio.
– ?Podrian reclamarlos ahora, doctor?
La resistencia del medico era audible.
– Eso es muy irregular.
– Pero, ?cree que podriamos tener esos resultados, doctor?
– No veo de que podria servir.
– Doctor, en este momento, cualquier informacion que podamos conseguir acerca del muchacho puede ayudarnos a descubrir a las personas que lo asesinaron. -Brunetti habia podido comprobar muchas veces que, por habituadas que estuvieran las personas a la palabra «muerte», todas respondian igual a la palabra «asesinato».
Tras una larga pausa, el medico pregunto:
– ?No existe una via oficial por la que pueda usted reclamarlos?
– La hay, pero comporta un proceso largo y complicado. Doctor, si los pidiera usted, nos ahorraria tiempo y papeleo.
– Bien, supongo que tiene razon -dijo el doctor Montini, y nuevamente era audible su resistencia.
– Muchas gracias, doctor -dijo Brunetti, y le dio el numero de fax de la
El medico, al verse tan arteramente inducido a enviar el fax, se vengo con la unica arma que tenia a su alcance:
– De acuerdo, pero a finales de semana -y colgo sin esperar la respuesta de Brunetti.
20
Recordando la exhortacion de su superior de tratar bien a los Lorenzoni -ya sabria Patta que habria querido decir con eso-, Brunetti marco el numero del movil de Maurizio y le pregunto si podria hablar con la familia a ultima hora de la tarde.
– No se si mi tia esta en condiciones de ver a alguien -dijo Maurizio, con un ruido de fondo que podia ser de trafico callejero.
– Entonces tendre que hablar con usted y con su tio -dijo Brunetti.
– Ya hemos hablado, hace dos anos que hablamos con toda clase de policias, ?y adonde nos ha llevado? - pregunto el joven. Brunetti advirtio que, si bien las palabras podian ser sarcasticas, el tono era apenado.
– Comprendo sus sentimientos -dijo Brunetti, consciente de que era mentira-, pero necesito de ustedes mas informacion.
– ?Que informacion?
– Sobre los amigos de Roberto. Sobre distintas cosas. Las empresas Lorenzoni, por ejemplo.
– ?Las empresas? -pregunto Maurizio, y esta vez tuvo que alzar la voz para hacerse oir sobre el ruido de fondo. Lo que dijo a continuacion lo ahogo una voz de hombre que sonaba por un sistema de megafonia.
– ?Donde esta ahora? -pregunto Brunetti.
– En el ochenta y dos, entrando en Rialto -contesto Maurizio, y repitio la pregunta-: ?De las empresas?
– El secuestro pudo estar relacionado con ellas.
– Eso es absurdo -dijo Maurizio con vehemencia, y el anuncio que se repetia por el altavoz, de que Rialto era la proxima parada, volvio a tapar sus palabras.
– ?A que hora puedo ir? -pregunto Brunetti, como si Lorenzoni no hubiera puesto inconvenientes.
Una pausa. Los dos escuchaban el altavoz, que ahora daba el anuncio en ingles. Luego, Maurizio dijo:
– A las siete -y corto.
La idea de que los negocios Lorenzoni pudieran haber tenido algo que ver con el secuestro no tenia nada de absurda. Por el contrario, las empresas eran la fuente de la riqueza que habia hecho del muchacho un objetivo. Por lo que habia oido acerca de Roberto, a Brunetti le parecia poco probable que alguien quisiera secuestrarlo para gozar del placer de su compania o del encanto de su conversacion. Esta idea acudio a su mente de forma espontanea, y Brunetti se avergonzo de haberla contemplado un solo instante. Ay, Dios, si solo tenia veintiun anos, y lo habian matado de un balazo en la cabeza…
Por una curiosa asociacion de ideas, Brunetti recordo entonces algo que habia dicho Paola hacia anos, cuando el le explicaba que Alvise, el policia mas corto del cuerpo, de la noche a la manana, habia sido transformado por la fuerza del amor y no perdia ocasion de cantar las excelencias de su novia o su esposa, Brunetti ya no lo recordaba con exactitud. El se habia reido del enamoramiento de Alvise, pero Paola dijo con una voz helada: «El que unos seamos mas listos que otros no significa que nuestros sentimientos tengan que ser forzosamente mas nobles, Guido.»
El, violento, trato de argumentar, pero Paola, como siempre que de una cuestion de principios se trataba, fue rigurosa e implacable. «A nosotros nos resulta mas comodo pensar que la ruindad, el odio y la colera son mas propios de categorias inferiores, como si los poseyeran por naturaleza. Y que, por consiguiente, nosotros podemos atribuirnos el amor, el gozo y todas las emociones excelsas.» El fue a protestar, pero ella lo atajo con un ademan: «Ellos, los simples, los zafios, los primitivos, aman tanto como pueda amar cualquiera, solo que no saben envolver sus sentimientos en bellas frases como nosotros.»
En el fondo, el comprendia que su mujer tenia razon, pero tardo varios dias en reconocerlo. Ahora, al recordar aquella conversacion, se decia que, por soberbio que fuera el conde y remilgada la condesa, eran unos padres a los que habian asesinado al unico hijo. Ni la nobleza de la sangre ni la altivez del caracter mitigan el sufrimiento.
Brunetti llego al
Pero la peor era la condesa. Estaba en el mismo sillon, que parecia haber empezado a devorarla, por lo poco que abultaba su cuerpo entre las envolventes orejas. Brunetti quedo impresionado por su cara demacrada y sus manos esqueleticas que pasaban las cuentas de un rosario.
Ninguno de los tres se dio por enterado de su presencia, a pesar de que la criada lo anuncio al entrar. Brunetti, subitamente indeciso, hablo dirigiendose a un punto situado vagamente entre el conde y su sobrino:
– Me hago cargo de que esto tiene que ser muy penoso para ustedes, para todos ustedes, pero necesito saber algo mas acerca de las razones por las que alguien quisiera secuestrar a Roberto y de quien pudiera ser ese alguien.
La condesa dijo algo, pero en una voz tan baja que Brunetti no la entendio. La miro, pero los ojos de ella seguian fijos en sus manos y en las cuentas que se deslizaban entre sus dedos.
– No creo que sea necesario -dijo el conde, sin esforzarse en disimular su irritacion.
– Ahora que ya sabemos lo ocurrido, continuaremos con la investigacion.
– ?Con que objeto? -inquirio el conde.
– Con el de encontrar a los responsables.
– ?Y para que servira?