– Quiza para impedir que vuelva a suceder.
– No pueden volver a secuestrar a mi hijo. No pueden volver a asesinarlo.
Brunetti miro a la condesa, para ver si se enteraba de lo que decian, pero ella no daba senales de oirlo.
– Podriamos impedir que lo hicieran con otro, con el hijo de otro.
– Eso poco nos importa a nosotros -dijo el conde, y Brunetti lo creyo.
– ?Y que sean castigados? -sugirio Brunetti. La venganza solia ser grata a las victimas del crimen.
El conde se encogio de hombros con displicencia y se volvio hacia su sobrino. Desde donde estaba, Brunetti no veia la cara del joven, por lo que no pudo observar lo que pasaba entre ellos, pero entonces el conde dio media vuelta y pregunto:
– ?Que quiere saber?
– Si han tenido alguna vez tratos comerciales con… -Brunetti se interrumpio, sin saber que eufemismo usar-. ?Han tenido tratos con empresas o personas que luego hayan resultado estar asociadas con el crimen?
– ?Se refiere a la Mafia? -pregunto el conde.
– Si.
– Pues ?por que no lo dice claramente?
Al oir el exabrupto de su tio, Maurizio dio un paso hacia el, con una mano levantada a la altura de la cintura, pero a una mirada del conde, se detuvo, bajo la mano y retrocedio.
– Bien, la Mafia -dijo Brunetti-. ?Han tenido tratos?
– No que yo sepa -respondio el conde.
– ?Alguna de las empresas con las que ha tratado ha estado involucrada en actividades ilegales?
– ?Donde vive usted, en la luna? -pregunto el conde con brusquedad, rojo de indignacion-. Naturalmente que trato con empresas involucradas en actividades ilegales. Estamos en Italia. No hay otra forma de hacer negocios.
– ?Podria ser mas explicito? -pregunto Brunetti.
El conde levanto las manos en un ademan de repulsion ante la ignorancia de Brunetti.
– Compro materias primas a una empresa que ha sido multada por verter mercurio al Volga. El presidente de uno de mis proveedores esta en una carcel de Singapur por emplear a ninos de diez anos y hacerles trabajar jornadas de catorce horas. El vicepresidente de una refineria polaca ha sido arrestado por trafico de drogas. - Mientras hablaba, el conde se paseaba por delante de la chimenea apagada. Encarandose con Brunetti, pregunto-: ?Quiere saber mas?
– Todos parecen estar muy lejos -dijo Brunetti suavemente.
– ?Lejos?
– Lejos de aqui. Yo me referia a algo que estuviera mas cerca, quiza en Italia.
El conde parecia no saber como responder a esto, si con colera o con informacion. Maurizio eligio este momento para intervenir:
– Hara unos tres anos tuvimos problemas con un proveedor de Napoles. -Brunetti lo miro interrogativamente, y el joven prosiguio-: Nos suministraba piezas para los motores de los camiones, hasta que nos enteramos de que eran robadas, procedentes de embarques que se hacian a traves del puerto de Napoles.
– ?Y que paso?
– Que cambiamos de proveedor -explico Maurizio.
– ?Era un contrato importante?
– Bastante -dijo el conde.
– ?Cuanto?
– Unos cincuenta millones de liras al mes.
– ?Hubo problemas? ?Amenazas? -pregunto Brunetti.
El conde se encogio de hombros.
– Palabras fuertes, pero no amenazas.
– ?Por que?
El conde tardaba tanto en contestar, que Brunetti tuvo que repetir la pregunta:
– ?Por que?
– Lo recomende a otra empresa de transportes.
– ?Un competidor? -pregunto Brunetti.
– Todo el mundo es un competidor -dijo el conde.
– ?Algun otro problema? ?Con algun empleado quiza? ?Alguno que tuviera relaciones con la Mafia?
– No -contesto Maurizio adelantandose a la respuesta de su tio.
Brunetti miraba atentamente al conde al hacer la pregunta, y observo su sorpresa ante la respuesta del joven.
Brunetti repitio lentamente la pregunta, dirigiendose al conde:
– ?Sabia si alguno de sus empleados tenia relaciones con el crimen organizado?
– No, no. -El conde denego con la cabeza.
Antes de que Brunetti pudiera seguir preguntando, hablo la condesa.
– Era mi nino. Y como lo queria. -Cuando Brunetti la miro, ella ya habia dejado de hablar y volvia a pasar las cuentas del rosario.
El conde se inclino y le acaricio la mejilla, pero ella no acuso ni el contacto ni su presencia.
– Me parece que ya es suficiente -dijo el conde irguiendose.
Brunetti aun deseaba algo mas.
– ?Tienen su pasaporte?
Como el conde no respondia, Maurizio pregunto:
– ?El de Roberto? -Y, a la senal afirmativa de Brunetti, dijo-: Naturalmente.
– ?Lo tienen aqui?
– Si; esta en su cuarto. Lo vi cuando estabamos… cuando lo limpiamos.
– ?Podria traermelo?
Maurizio miro interrogativamente al conde, que permanecio impasible.
El joven se excuso y, durante tres largos minutos, los dos hombres estuvieron escuchando las avemarias que susurraba la condesa, acompanadas del tintineo del rosario.
Entro Maurizio, que entrego el pasaporte a Brunetti.
– ?Quieren que firme un recibo?
El conde desestimo la sugerencia con un ademan, y Brunetti guardo el pasaporte en el bolsillo de la chaqueta sin mirarlo.
De pronto, el susurro de la condesa subio de volumen.
– Se lo dabamos todo. El lo era todo para mi -dijo, pero enseguida volvio a enlazar avemarias.
– Me parece que esto ya es mas que suficiente para mi esposa -dijo el conde, mirandola con ojos de pena, la primera emocion que Brunetti le habia visto manifestar.
– Si -convino Brunetti, dando media vuelta para marcharse.
– Lo acompano -se ofrecio el conde. Por el rabillo del ojo, Brunetti vio que Maurizio lanzaba a su tio una viva mirada, pero el conde parecio no advertirlo y se dirigio a la puerta, que sostuvo para que saliera Brunetti.
– Gracias -dijo Brunetti a los tres miembros de la familia, a pesar de que dudaba de que uno de ellos se hubiera enterado siquiera de su visita.
El conde lo precedio por el corredor y abrio la puerta de la escalera.
– ?Se le ocurre algo mas,
– No; ya nada puede sernos de ayuda -respondio el hombre, casi como si hablara consigo mismo.
– Si se le ocurre algo o recuerda algo, le agradecere que me llame.
– No hay nada que recordar -respondio el conde, cerrando la puerta antes de que Brunetti pudiera decir mas.
Brunetti espero hasta despues de la cena para examinar el pasaporte de Roberto. Lo primero que le llamo la atencion fue su espesor, acentuado por el desplegadle pegado a la ultima hoja. Brunetti lo extendio abriendo los brazos y contemplo los multiples visados, estampados en diferentes lenguas. Dio la vuelta a la hoja y en el reverso