– No puede ser otra cosa -aseguro la
– ?Con la Visa? -pregunto Brunetti, sin poder creer lo que, al parecer, saltaba a la vista.
– Los del banco siempre lo hacian -dijo ella-. Eso es muy corriente en casi todos los paises del Este. Te lo cargan como servicio de habitaciones, lavanderia o bar, segun el hotel. De este modo, el hotel se queda con una parte y, de paso, controla quien entra y quien sale. -Al ver que Brunetti la escuchaba con atencion, prosiguio-: Los salones de los hoteles estan llenos de estas mujeres. Son como nosotras, quiero decir que visten a la occidental: Armani, Gucci, Gap, y muy bonitas. Uno de los vicepresidentes me dijo que una lo habia abordado en ingles. Hara unos cuatro anos. Un ingles perfecto, como de una profesora de Oxford. Y lo era, profesora quiero decir. Ganaba unas cincuenta mil liras al mes ensenando poesia inglesa. Y decidio buscar ingresos complementarios.
– ?Y perfeccionar el ingles?
– En este caso, el italiano, segun creo, comisario.
Brunetti volvio a repasar los papeles. Con la imaginacion, superpuso a la informacion que contenian el mapa del este de Europa que el y Paola habian consultado dos noches antes. Siguio el camino de Roberto hacia el Este: habia repostado en la misma frontera de Checoslovaquia, comprado un neumatico, escandalosamente caro, en Polonia, vuelto a llenar el deposito en la misma ciudad en la que habia conseguido el visado de entrada en Bielorrusia, habia dormido una noche en un hotel de Minsk, mucho mas caro que cualquiera de Roma o de Milan, y cenado en la misma Minsk por un precio astronomico. En la cuenta figuraban tres botellas de Borgona -la unica palabra que Brunetti pudo entender-, por lo que no debio de cenar solo; probablemente, era una de aquellas cenas con las que tenia que obsequiar a los clientes en representacion de la empresa, actividad por la que era esplendidamente remunerado. Pero, ?en Minsk?
Como la lista estaba hecha por orden cronologico, Brunetti pudo seguir los movimientos de Roberto a su regreso, que habia recorrido casi el mismo itinerario que el habia imaginado: Polonia, Checoslovaquia, Austria y, girando al sur, Italia. En Tarvisio habia puesto cincuenta mil liras de gasolina. Los cargos cesaban unos tres dias antes del secuestro, no sin que se hubieran pagado trescientas mil liras a una farmacia proxima a su casa.
– ?Que le parece?
– Me parece que a mi no me hubiera caido muy bien Roberto -dijo la
– ?Por que no?
– En general, no me gusta la gente que no paga sus propios gastos.
– ?Y el no los pagaba?
Ella volvio a la primera hoja del informe y senalo la tercera linea, en la que se indicaba el nombre de la persona a la que debia enviarse la liquidacion.
– Industrias Lorenzoni.
– Asi que es la tarjeta de la empresa.
– ?Para gastos de representacion? -pregunto ella.
– Eso parece -asintio Brunetti.
– Entonces, ?que es esto? -pregunto ella, senalando un cargo de dos millones setecientas mil liras de un sastre de Milan-. ?Y esto? -Setecientas mil liras a Bottega Veneta por un bolso.
– Es la empresa de su padre -adujo Brunetti.
Ella se encogio de hombros.
Brunetti se preguntaba por que la
– ?No le gustan los ricos? -pregunto al fin-. ?Es eso?
Ella movio negativamente la cabeza.
– No es eso, en absoluto. Quiza sea que no me gustan los ninos mimados que gastan en putas el dinero de papa. -Empujo los papeles hacia el y volvio al ordenador.
– ?Ni aunque esten muertos?
– Eso no cambia las cosas,
Brunetti no hizo nada por disimular la sorpresa e, incluso, quiza, la decepcion. Recogio los papeles y se fue.
Por la farmacia se entero de que las recetas habian sido extendidas por el medico de la familia, sin duda, para tratar los sintomas de malestar general y agotamiento. En la farmacia nadie recordaba a Roberto, ni tampoco haber servido los medicamentos.
Brunetti, sintiendose en un callejon sin salida y con la impresion de que tanto en el secuestro como en la familia Lorenzoni habia algo que no encajaba, decidio recurrir a su familia politica y marco el numero del conde. Esta vez contesto su propio suegro.
– Soy yo -dijo Brunetti.
– ?Si?
– Me gustaria saber si has podido enterarte de algo mas acerca de los Lorenzoni.
– He hablado con varias personas -respondio el conde-. Dicen que la madre esta muy mal. -Estas palabras, en boca de otra persona, hubieran podido ser una invitacion al chismorreo, no un simple comentario.
– Si; la he visto.
– Lo siento -dijo el conde-. Era una mujer deliciosa. La conoci hace anos, antes de que se casara. Era alegre, divertida y muy bonita.
Sorprendido de si mismo por no haber indagado en la historia de la familia y haberse dado por satisfecho solo con la vaga idea de que eran muy ricos, Brunetti pregunto:
– ?Lo conocias tambien a el?
– No hasta mucho despues, cuando ya estaban casados.
– Crei que los Lorenzoni eran muy conocidos.
El conde suspiro.
– ?Que ocurre? -pregunto Brunetti.
– El padre de Ludovico entrego los judios a los alemanes.
– Si, lo se.
– Todo el mundo lo sabia, pero, como no habia pruebas, despues de la guerra no pudieron hacerle nada. De todos modos, ninguno de nosotros lo trataba. Ni sus propios hermanos querian saber de el.
– ?Y Ludovico? -pregunto Brunetti.
– Paso toda la guerra en Suiza, con unos parientes. Era muy pequeno.
– ?Y despues de la guerra?
– El padre no vivio mucho. Ludovico no volvio a verlo. Ya habia muerto cuando el regreso a Venecia. No habia mucho que heredar: el titulo y el
– Y, por lo que se ve, lo consiguio -comento Brunetti.
– Si, lo ha conseguido.
Brunetti sabia acerca de los negocios de su suegro lo suficiente como para deducir que se movia en los mismos circulos e, incluso, en competencia directa con la familia Lorenzoni, por lo que aceptaba sin reservas sus opiniones.
– ?Y ahora? -pregunto Brunetti.
– ?Ahora? Pues ahora lo unico que tiene es un sobrino.
Brunetti sintio que estaban pisando terreno poco firme. El propio conde Orazio no tenia un hijo varon que heredara el apellido, ni siquiera un sobrino que continuara los negocios familiares. Tenia tan solo una hija, casada no con un hombre de una posicion social tan preeminente como la suya, sino con un policia que parecia destinado a no pasar de la categoria de comisario. La misma guerra que llevo al padre de Ludovico a cometer crimenes contra la humanidad hizo del padre de Brunetti un capitan de un regimiento de infanteria que habia marchado a Rusia con botas de suelas de carton a combatir contra los enemigos de Italia. Pero aquellos hombres no habian luchado contra mas enemigo que el invierno ruso, y sucumbido. Los pocos que sobrevivieron, entre ellos, el padre de Brunetti, desaparecieron durante anos en los gulags de Stalin. El hombre de pelo gris que regreso a Venecia en 1949 seguia siendo capitan y tuvo que pasar los anos que le quedaban de vida con una pension de capitan. Pero se habian cometido crimenes contra su espiritu, y Brunetti, de nino, raramente vio en su padre algun vestigio del