– ?Le dijo usted eso?
El conde asintio.
– Le dije que iba a darle tiempo para que pensara en esto, en mis sospechas. Que podia entregarse a la policia. -El conde irguio el tronco-. O hacer lo mas honorable.
– ?Honorable?
– Honorable -repitio el conde, pero no se molesto en dar explicaciones.
– ?Y luego?
– Ayer estuvo fuera todo el dia. No fue al despacho, lo se porque llame para preguntar. Y hoy… Mi esposa se habia ido a descansar… El ha entrado en la sala con la escopeta… seguramente, fue a buscarla a la villa… y me ha dicho… me ha dicho que yo estaba en lo cierto. Ha dicho cosas terribles sobre Roberto, cosas que no son verdad. -Aqui el conde no pudo seguir conteniendo la emocion y empezaron a resbalarle por la cara unas lagrimas que no hacia nada por enjugar-. Ha dicho que Roberto era un inutil, un playboy mimado, y que el, Maurizio, era el unico que entendia el negocio y el que merecia heredarlo. -El conde miro a Brunetti, para ver si era capaz de comprender el horror que sentia por haber criado a semejante monstruo-. Entonces se me ha acercado con la escopeta. Al principio, no podia creerle, no creia lo que estaba oyendo. Pero cuando ha dicho que tendria que parecer que me habia disparado yo mismo, porque no podia soportar el dolor por la perdida de Roberto, he comprendido que hablaba en serio.
Brunetti esperaba. El conde trago saliva y se enjugo la cara con el puno de la camisa dejandose en la mejilla unas rayas de la sangre de Maurizio.
– Se ha puesto delante de mi, con la escopeta en la mano, apoyandome el canon en el pecho. Luego me lo ha puesto debajo de la barbilla, diciendo que lo habia pensado bien y que habia que hacerlo asi. -El conde se interrumpio, recordando el horror de la escena-. Al oir esto, creo que me he vuelto loco. No porque fuera a matarme, sino por la sangre fria con que lo habia planeado. Y por lo que habia hecho a Roberto.
El conde callo, sumido en el recuerdo. Brunetti aventuro una pregunta.
– ?Como ha ocurrido?
El conde movio la cabeza negativamente.
– No lo se. Creo que le he dado un puntapie o un empujon, lo unico que recuerdo es haber dado un golpe a la escopeta apartandola con el hombro. Queria derribarlo. Pero entonces la escopeta se ha disparado y yo he sentido en todo el cuerpo su sangre. Y otras cosas.
– Se froto el pecho al recordar la violenta erupcion. Se miro las manos, ahora limpias-. Y luego he oido a mi esposa venir hacia la sala llamandome. Recuerdo haberla visto en la puerta, y haber ido hacia ella. Pero nada mas, por lo menos, claramente.
– ?Recuerda habernos llamado?
El conde asintio.
– Si; es decir, creo que si. En realidad solo se que, de repente, los he visto aqui.
– ?Como volvieron arriba usted y su esposa?
El conde movio la cabeza negativamente.
– No lo se. No recuerdo mucho desde que la vi a ella en la puerta hasta que han llegado ustedes.
Brunetti miraba al hombre y, por primera vez, lo veia despojado de todos los atributos de la riqueza y la posicion, y lo que veia era un anciano alto y enjuto, con lagrimas y mocos en la cara y sangre en la camisa.
– Si quiere lavarse… -sugirio Brunetti; fue lo unico que se le ocurrio. Ya mientras lo decia comprendio que era una idea muy poco profesional y que el conde debia conservar puesta aquella ropa hasta que lo hubieran fotografiado los del laboratorio. Pero a Brunetti le repugnaba la idea, y volvio a decir-: Seguramente, deseara cambiarse.
Al principio, el conde parecio desconcertado por aquella sugerencia, luego se miro y Brunetti le vio torcer la boca con repugnancia ante lo que veia.
– Ay, Dios mio -murmuro, y se levanto apoyandose en los brazos del sillon. Se quedo de pie, indeciso, con los brazos separados del cuerpo, como si temiera que sus manos pudieran entrar en contacto con sus ropas ensangrentadas.
Noto que el comisario lo miraba, dio media vuelta y salio de la habitacion. Brunetti, que lo seguia, vio que se paraba y se inclinaba hacia la pared, pero, antes de que pudiera llegar a su lado, el conde extendio el brazo y encontro apoyo. Luego se separo de la pared, siguio andando hasta el extremo del pasillo y entro en una habitacion a la derecha, sin pararse a cerrar la puerta. Alli se detuvo Brunetti quien, al oir el murmullo de un potente chorro de agua, se asomo y vio en el suelo las ropas que el conde habia dejado caer al cruzar la habitacion en direccion a lo que debia de ser un bano de invitados.
Brunetti espero durante cinco minutos por lo menos, pero el unico sonido que se oia seguia siendo el del agua. Cuando ya se preguntaba si no deberia entrar para ver si el conde estaba bien, ceso el ruido. Entonces, en el silencio que lo envolvio de repente, empezo a percibir otros sonidos que llegaban del piso de abajo, golpes y ruidos metalicos familiares que le advertian de la llegada del equipo del laboratorio. Abandonando su papel de protector del conde, Brunetti bajo la escalera para volver al salon en el que el segundo heredero de los Lorenzoni habia encontrado su tragico destino.
23
Brunetti vivio las horas que siguieron en estado de trauma, como el superviviente de un accidente percibe la llegada de la ambulancia, la entrada en la sala de operaciones, quiza incluso la vision de la mascarilla que ha de procurarle la bendita anestesia, como hechos ajenos a su persona. Estaba en la habitacion en la que habia muerto Maurizio, decia a la gente lo que tenia que hacer, contestaba y hacia preguntas, pero tenia la extrana sensacion de no estar del todo presente.
Recordaba a los fotografos, hasta recordaba la palabrota que solto uno de ellos cuando se le volco el tripode y cayo al suelo la camara. Y recordaba haber pensado, ya entonces, lo ridiculo que era encontrar ofensivo el lenguaje, en aquel sitio y frente a lo que se estaba fotografiando. Recordaba la llegada del abogado de los Lorenzoni y de una enfermera, para atender a la condesa. Hablo con el abogado, al que conocia desde hacia anos, y le dijo que el cadaver de Maurizio no podria ser entregado a la familia hasta dentro de unos dias, cuando se hubiera hecho la autopsia.
Y, mientras hablaba, pensaba lo absurda que era esta explicacion. La prueba de lo ocurrido estaba alli, esparcida por la habitacion, en las cortinas, en las alfombras, incrustada entre las finas ranuras del parquet, como lo estaba en las ropas ensangrentadas que el conde habia dejado caer cuando iba camino de la ducha. Brunetti habia llevado a los hombres del laboratorio hasta donde estaban las ropas, les habia dicho que las recogieran y etiquetaran, y tambien que hicieran las pruebas correspondientes en las manos del conde en busca de vestigios de grafito. Y en las de Maurizio.
Habia hablado a la condesa, o tratado de hablarle, pero ella habia respondido a sus preguntas con los misterios del rosario. Cuando, al preguntarle si habia oido algo, ella contesto: «Cristo carga con la cruz» y, a si habia hablado con Maurizio: «Jesus es sepultado», Brunetti abandono el intento y la dejo con su enfermera y su dios.
Alguien habia tenido la idea de traer una grabadora, que el utilizo mientras interrogaba pacientemente al conde sobre los hechos de la vispera y de aquella tarde. El conde solo habia eliminado las huellas fisicas de lo sucedido. Sus ojos aun reflejaban el horror de lo que habia hecho el y de lo que Maurizio habia intentado hacer. Relato lo sucedido una sola vez, entrecortadamente, con largas pausas, durante las que parecia perder el hilo de lo que decia. Cada vez, Brunetti le recordaba suavemente donde estaban y preguntaba que habia ocurrido despues.
A las nueve, habian terminado, y no habia motivo para permanecer mas tiempo en el
Vianello andaba un poco a la zaga de Brunetti y, juntos, entraron en el primer bar que encontraron. Pidieron cada uno un vaso grande de agua mineral y despues otro. A ninguno le apetecia el alcohol, y los dos apartaron la