hombre vital y alegre con el que su madre se habia casado.

Zafandose de los recuerdos y de su quehacer profesional en el caso Lorenzoni, Brunetti dijo:

– Trate de hablar con Paola.

– ?Como que trataste?

– No es facil.

– ?No es facil decir a una persona que la quieres?

Brunetti, asombrado al oir de labios del conde una frase tan sentimental, no dijo nada.

– ?Guido?

– ?Si? -Brunetti se preparo para un largo reproche, pero solo escucho un silencio tan largo como el suyo propio.

– Te comprendo, no queria ser tan brusco. -El conde no dijo mas, y Brunetti opto por tomar sus palabras como una disculpa. Desde hacia veinte anos, el y el conde habian tratado de cerrar los ojos al hecho de que el matrimonio los habia emparentado, pero no los habia hecho amigos, y ahora el conde parecia estar ofreciendole precisamente su amistad.

Se hizo otro silencio, al que puso fin el conde.

– Ten cuidado con esa gente, Guido.

– ?Los Lorenzoni?

– No; con los que secuestraran a ese chico. Era inofensivo. Y Lorenzoni podia haber pagado el rescate. Tambien me han dicho eso.

– ?Que?

– Un amigo me dijo que habia oido el rumor de que alguien se habia ofrecido para prestar el dinero al conde.

– ?Todo el dinero?

– Todo el que necesitara. Con un buen interes, desde luego. Pero la oferta se hizo.

– ?Quien la hizo?

– Eso no importa.

– ?Tu lo crees?

– Si; es verdad. Pero aun asi lo mataron. Lorenzoni hubiera podido hacerles llegar el dinero de algun modo, no me cabe duda. Pero lo mataron antes de que pudiera intentarlo siquiera.

– ?Como iba a pagar? La policia vigilaba. -En el informe del secuestro se describia el rigor con el que se habia controlado a los Lorenzoni y su patrimonio.

– Continuamente se esta secuestrando a gente, Guido, y se paga el rescate sin que la policia se entere. No es dificil arreglarlo.

Brunetti sabia que era verdad.

– ?Sabes si el o el que se ofrecio a prestarle el dinero tuvo mas noticias de los secuestradores?

– No. Despues de la segunda carta, no hubo nada mas, por lo que no llego a hacerse el prestamo.

Brunetti habia deducido del informe que la policia estaba desconcertada por el crimen. Ni pistas, ni rumores entre los informadores: el chico se habia esfumado sin dejar huella, hasta que sus restos aparecieron en una zanja.

– Por eso te pido que tengas cuidado, Guido. Si lo mataron aun sabiendo que podian conseguir el dinero, es que son peligrosos.

– Tendre cuidado -dijo Brunetti, pensando en las veces que habia dicho estas mismas palabras a la hija de este hombre-. Y gracias.

– De nada. Si se algo mas te llamare. -Con estas palabras, el conde colgo. ?Por que secuestrar a una persona y no cobrar el rescate?, se preguntaba Brunetti. Las referencias acerca del estado de salud de Roberto en las semanas anteriores al secuestro, no indicaban que pudiera ofrecer resistencia o tratar de escapar de sus secuestradores. Por lo tanto, tenia que ser facil mantenerlo prisionero. Y aun asi lo habian matado.

Y el dinero. A pesar de los esfuerzos de la policia, el conde hubiera podido disponer de el y, siendo un hombre tan inteligente y bien relacionado, no habian de faltarle los medios para hacerlo llegar a los secuestradores.

A pesar de todo, no hubo tercera carta. Brunetti revolvio en el monton de papeles que tenia encima de la mesa hasta que encontro el informe de la policia de Belluno. Releyo los primeros parrafos. Decia que, en parte, el cuerpo estaba cubierto solo por unos centimetros de tierra, una de las razones por las que habia sufrido tantos «danos por animales». Volvio al final de la carpeta y abrio el sobre que contenia las numerosas fotos tomadas del cuerpo. Extrajo las vistas generales y la esparcio sobre la mesa.

Si, los huesos estaban muy cerca de la superficie. En algunas fotos se veia lo que parecian fragmentos que asomaban entre la hierba junto al surco, en la zona que no habia sido arada. Se habia enterrado a Roberto con precipitacion, sin precauciones, como si a los asesinos no les importara que fuera descubierto.

Y el anillo. El anillo. Quiza, lo mismo que su novia, Roberto trato de esconderlo al principio, cuando aun pensaba que se trataba de un robo, y lo metio en el bolsillo y se olvido de el. Como en tantas otras cosas relacionadas con la desaparicion y la muerte de Roberto, no habia manera de saber lo sucedido.

Las reflexiones de Brunetti fueron interrumpidas por la entrada de Vianello, que irrumpio en el despacho resoplando por haber subido corriendo la escalera.

– ?Que pasa?

– Lorenzoni -jadeo el sargento.

– ?Que?

– Ha matado a su sobrino.

22

Vianello estaba muy afectado. No pudo seguir hablando y se quedo unos momentos con un brazo apoyado en el marco de la puerta y la cabeza inclinada, aspirando con fuerza. Finalmente, cuando controlo la respiracion, prosiguio:

– Acabamos de recibir la llamada.

– ?Quien ha llamado?

– Ha sido el. Lorenzoni.

– ?Que ha pasado?

– No lo se. Ha hablado con Orsini, le ha dicho que el chico lo habia atacado y que habian luchado.

– ?Algo mas? -pregunto Brunetti al pasar por el lado del sargento hacia el pasillo. Los dos hombres se dirigieron a la puerta principal y las lanchas de la policia. Brunetti levanto un brazo para llamar la atencion del guardia-. ?Donde esta Bonsuan? -Su tono perentorio hizo volver la cabeza a los presentes.

– Fuera, comisario.

– Le he llamado yo -dijo Vianello al llegar junto a Brunetti.

– ?Que mas se sabe, sargento? -pregunto el comisario empujando la pesada puerta vidriera.

Saludando a Bonsuan con un movimiento de la cabeza, Brunetti salto a la lancha y se volvio para tirar de Vianello hacia la embarcacion que ya arrancaba.

– ?Que mas sabemos? -insistio Brunetti.

– Nada mas. Eso es todo lo que ha dicho.

– ?Como lo ataco? ?Con que? -Brunetti levanto la voz para hacerse oir sobre el rugido del motor en aceleracion.

– No lo se, comisario.

– ?Orsini no ha preguntado? -inquirio Brunetti, dirigiendo su impaciencia a Vianello.

– Dice que ha colgado. Que ha dicho eso y ha colgado.

Brunetti descargo una palmada en la borda de la lancha que, como azuzada por el golpe, salio lanzada hacia las aguas abiertas del Bacino, cortando la estela de un barco taxi que la hizo saltar con un fuerte chapoteo. Bonsuan conecto la sirena, cuyo grito en dos tonos los precedio por el Gran Canal hasta el embarcadero privado del palazzo Lorenzoni.

La puerta que daba al canal estaba abierta, pero no habia nadie esperando. Vianello fue el primero en saltar

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