de la lancha, pero su pie no llego a la segunda grada sino que piso la primera y se hundio en el agua hasta el tobillo. Casi automaticamente, el sargento se volvio para dar la mano a Brunetti y ayudarle a subir al escalon superior. Juntos corrieron por un oscuro pasillo hasta una puerta situada a mano derecha, que daba acceso a una escalera iluminada. En lo alto estaba la criada que abrio a Brunetti en su ultima visita. La mujer tenia la cara blanca y cruzaba los brazos como si hubiera recibido un fuerte golpe en el estomago.
– ?Donde esta? -pregunto Brunetti.
Ella extendio un brazo senalando a otra escalera que arrancaba del extremo del vestibulo. Agito la mano una vez y luego otra.
Los dos hombres fueron hacia la escalera y subieron rapidamente. En el primer rellano, se pararon a escuchar y, al no oir nada, siguieron subiendo. En el piso superior, empezaron a oir un sonido debil, el de una voz masculina. Salia de una puerta abierta a su izquierda.
Brunetti entro directamente en la habitacion. El conde Lorenzoni estaba sentado al lado de su esposa, sosteniendole una mano y hablandole suavemente. Un observador casual hubiera visto en la escena tan solo una placida intimidad domestica: un caballero de mediana edad que habla a su esposa y le oprime la mano carinosamente. Hasta que, al bajar la mirada, el observador hubiera advertido la sangre que habia empapado el bajo del pantalon y los zapatos y salpicado las manos y los punos de la camisa del caballero.
–
El conde levanto la mirada hacia ellos y se volvio otra vez hacia su esposa.
– No te inquietes, carino, todo se arreglara. Estoy bien. No ha pasado nada.
Brunetti vio al conde soltar a su esposa y oyo un ligero chasquido cuando sus manos manchadas de sangre se separaron de las de ella. El conde se puso en pie y se aparto de la mujer, y a Brunetti le parecio que ella ni se enteraba de si su marido le hablaba o no.
– Por aqui -dijo el conde, saliendo de la habitacion y llevandolos por la escalera al piso de abajo. Cruzaron el corredor hasta el salon en el que Brunetti habia estado ya dos veces. El conde empujo la puerta, pero no hizo ademan de entrar y, cuando Brunetti le senalo con un gesto el interior de la habitacion, no dijo nada pero movio la cabeza negativamente.
Brunetti entro, seguido de Vianello. Lo que vio le hizo comprender la negativa del conde. Lo peor era la parte alta de las cortinas de la ventana mas alejada, que habian absorbido el impacto de la fuerza residual de los proyectiles. Habian absorbido tambien la mayor parte de la masa encefalica y de la sangre que habian salido despedidas al estallar la cabeza de Maurizio. El cuerpo del joven estaba al pie de las cortinas en posicion fetal. El disparo no le habia afectado la cara, pero la parte posterior de la cabeza habia desaparecido. El canon del arma debia de rozarle la barbilla cuando se hizo el disparo. Todo esto vio Brunetti antes de volver atras.
Salio al pasillo, pensando en lo que debia hacer, preguntandose si, al verlo salir tan aprisa de la
El conde no estaba a la vista. Detras del comisario salio Vianello. Respiraba ahora con tanta fatiga como cuando habia entrado en el despacho de Brunetti.
– ?Hara el favor de llamar para preguntar si han enviado al equipo? -dijo Brunetti.
Vianello abrio la boca para decir algo, pero desistio y movio la cabeza afirmativamente.
– Tiene que haber otro telefono -dijo Brunetti-. Pruebe en algun dormitorio.
Vianello asintio.
– ?Donde estara usted, comisario?
Brunetti senalo la escalera con la barbilla.
– Ire a hablar con ellos.
– ?Ellos?
– Bueno, con el.
Vianello movio la cabeza de arriba abajo para indicar que ya volvia a ser dueno de si. Dio media vuelta y se alejo por el corredor, sin mirar al interior de la habitacion en la que estaba el cadaver de Maurizio.
Brunetti, haciendo un esfuerzo, volvio a la puerta de la habitacion y miro al interior. La escopeta estaba a la derecha del cuerpo, con la reluciente culata a un centimetro del charco de sangre que avanzaba hacia ella. Dos alfombrillas arrugadas daban mudo testimonio de la pelea que habia tenido lugar encima de ellas. En el suelo, al lado de la puerta, habia una americana hecha un ovillo. Brunetti vio que el delantero estaba cubierto de sangre.
Dio media vuelta, cerro la puerta y fue hacia la escalera. Encontro al conde y a la condesa en la misma actitud de antes, pero ahora ya no habia sangre en las manos del conde. Cuando entro Brunetti, el conde lo miro.
– ?Puedo hablar con usted? -pregunto el comisario. El otro asintio y, nuevamente, solto la mano de su esposa.
En el vestibulo, Brunetti dijo:
– ?Donde podemos hablar?
– Este sitio es tan bueno como cualquier otro -respondio el conde-. No quiero alejarme mucho de ella.
– ?Sabe ella lo ocurrido?
– Ha oido el disparo -dijo el conde.
– ?Desde aqui arriba?
– Si. Y entonces ha bajado.
– ?A esa habitacion? -pregunto Brunetti, incapaz de disimular el horror.
El conde asintio.
– ?Y lo ha visto?
Ahora el conde se encogio de hombros.
– Cuando la he oido llegar, cuando he oido sus zapatillas en el vestibulo, he ido a la puerta, para tapar la escena con mi cuerpo, para que no lo viera a el.
Brunetti, recordando la chaqueta que habia al lado de la puerta, se pregunto que diferencia podia suponer eso.
Bruscamente, el conde dio media vuelta.
– Quiza sea preferible entrar ahi -dijo llevando a Brunetti a la habitacion contigua. Habia un escritorio y una estanteria llena de carpetas.
El conde se sento al lado de la puerta, en un sillon. Apoyo la cabeza en el respaldo, cerro los ojos un momento y luego miro a Brunetti. Pero no dijo nada.
– ?Puede decirme que ocurrio?
– Anteayer por la noche, despues de que mi esposa se acostara, dije a Maurizio que teniamos que hablar. El estaba nervioso. Yo tambien lo estaba. Le dije que habia empezado a replantearme todo lo relacionado con el secuestro, como ocurrio y que las personas que lo cometieron tenian que saber muchas cosas de la familia y de los movimientos de Roberto. Para esperarlo en la villa, tenian que saber que pensaba ir alli aquella noche.
El conde se mordio el labio, desviando la mirada hacia la izquierda.
– Le dije… dije a Maurizio que ya no podia creer que hubiera sido un secuestro, que alguien quisiera pedir dinero por Roberto.
Aqui callo hasta que Brunetti le insto a continuar:
– ?Que dijo el?
– Fingio que no me entendia, dijo que habian llegado notas exigiendo rescate, que tenia que ser un secuestro. -El conde aparto la cabeza del respaldo y se irguio en el sillon-. Ha vivido conmigo desde que era nino. El y Roberto se criaron juntos. Era mi heredero.
Al pronunciar estas palabras, los ojos del conde se llenaron de lagrimas.
– Ese es el porque -dijo en una voz de repente tan baja que Brunetti tuvo que aguzar el oido. Y callo.
– ?Que mas ocurrio esa noche? -pregunto Brunetti.
– Le pedi que me dijera que hacia el cuando Roberto desaparecio.
– Dice el informe que estaba aqui con ustedes.
– Estaba, si. Pero recuerdo que habia anulado una cita, una cena de negocios. Era como si tuviera el proposito de estar aqui con nosotros precisamente aquella noche.
– Entonces no pudo hacerlo el -dijo Brunetti.
– Pero pudo contratar a alguien para que lo hiciera -dijo el conde, y Brunetti no dudo de que asi lo creia realmente.