de Maurizio era para sus tios. Por lo tanto, no iba a ser el quien les causara tan tremendo dolor robandoles a su unico hijo. Pero Brunetti habia visto mas de una vez que el poder de auto justificacion del criminal no tiene limite y sabia que Maurizio podia muy bien convencerse a si mismo de que seria una obra de caridad darles un heredero competente, abnegado y trabajador, alguien que cumpliera plenamente sus expectativas de lo que debia ser un hijo, por lo que pronto superarian la perdida de Roberto. Peores casos habia visto Brunetti.

Llamo a la signorina Elettra y le pregunto si habia averiguado el nombre de la muchacha a la que Maurizio habia roto la mano. Ella le dijo que estaba anotado en hoja aparte al final de la relacion de los valores que poseian los Lorenzoni. Brunetti busco las ultimas hojas. Maria Teresa Bonamini, y una direccion de Castello.

Marco el numero y pregunto por la signorina Bonamini. La mujer que contesto dijo que estaba trabajando. Cuando pregunto donde, la mujer, sin tratar de averiguar quien deseaba saberlo, le dijo que trabajaba de dependienta en Coin, seccion de moda para senora.

Brunetti penso que seria preferible hablar con ella personalmente y, sin decir adonde iba, salio de la questura y se encamino hacia los grandes almacenes.

Desde el incendio, ocurrido hacia casi diez anos, le resultaba dificil entrar en el edificio. La hija de un amigo suyo fue una de las victimas. Un empleado imprudente prendio fuego a unas laminas de plastico y, a los pocos minutos, todo el edificio era un infierno lleno de humo. En aquel momento, el que la muchacha hubiera muerto asfixiada y no quemada parecia un consuelo. Al cabo de los anos, solo quedaba la realidad de su muerte.

Subio por la escalera mecanica al primer piso y se encontro en un mundo marron, el color elegido por Coin para aquel verano: blusas, faldas, vestidos, sombreros se confundian en un torbellino de tonos terrosos. Lamentablemente, las dependientas habian decidido -o se les habia ordenado- vestir del mismo color, y era casi imposible distinguirlas en este mar de mostazas, chocolates, caobas y castanos. Menos mal que en aquel momento una fue hacia el, destacandose del perchero de vestidos ante el que habia estado.

– ?Donde puedo encontrar a Teresa Bonamini, por favor? -pregunto Brunetti.

La muchacha se volvio y senalo hacia el fondo de la tienda.

– En peleteria -dijo, y siguio andando hacia una mujer con chaqueta de ante que la llamaba levantando la mano.

Brunetti siguio la direccion indicada y se encontro entre hileras de abrigos y chaquetas de piel, una hecatombe de fauna, cuyas ventas no parecian afectadas por el fin de la temporada de invierno. Habia zorro de pelo largo, lustroso vison y una piel muy tupida que el no pudo identificar. Anos atras, una ola de conciencia social recorrio la industria de la moda italiana, y durante una temporada se recomendo a las mujeres comprar la pelliccia ecologica, pieles con llamativos dibujos y colores que no disimulaban su condicion de sinteticas. Pero por original que fuera el diseno y alto su precio, no podian costar tanto como las pieles autenticas, por lo que no satisfacian la vanidad. Eran simbolo mas de principios que de posicion social y pronto pasaron de moda y fueron regaladas a las senoras de la limpieza o enviadas a las refugiadas de Bosnia. Y, lo que era peor, se convirtieron en una pesadilla ecologica: montanas de material plastico no biodegradable. Y a las tiendas habia vuelto la piel autentica.

– Si, signore? -pregunto la vendedora acercandose a Brunetti y sacandolo de sus reflexiones sobre la vanidad de los humanos deseos. Era rubia, con ojos azules y casi tan alta como el.

– ?Signorina Bonamini?

– Si -respondio ella, dedicando a Brunetti una atenta mirada en lugar de una sonrisa.

– Deseo hablar con usted sobre Maurizio Lorenzoni, signorina.

Ella mudo de expresion instantaneamente. La curiosidad pasiva se troco en irritacion e incluso en alarma.

– Eso ya esta arreglado. Pregunte a mi abogado.

Brunetti dio un paso atras y sonrio con cortesia.

– Perdon, signorina. Debi presentarme. -Saco la cartera del bolsillo y la levanto de modo que ella pudiera ver su foto-. Soy el comisario Guido Brunetti y deseo hablarle de Maurizio Lorenzoni. No hacen falta abogados. Solo me gustaria hacerle unas preguntas sobre el.

– ?Que clase de preguntas? -dijo la muchacha aun recelosa.

– Que clase de persona es, cual es su caracter.

– ?Por que quiere saberlo?

– Como probablemente ya sabra, ha sido hallado el cadaver de su primo y ha vuelto a abrirse la investigacion de su secuestro. Asi pues, hemos de empezar de nuevo a recoger informacion sobre la familia.

– ?No es sobre lo de la mano?

– No, signorina. Estoy enterado del incidente, pero no he venido para hablarle de el.

– Yo no presente denuncia. Fue un accidente.

– Pero tenia una mano rota, ?no? -pregunto Brunetti, dominando el impulso de mirarle las manos, que ella tenia a los lados del cuerpo.

En respuesta a su pregunta, ella levanto la mano izquierda y la agito delante de Brunetti, moviendo los dedos.

– Esta perfectamente, ?ve? -dijo.

– Si, ya veo, y lo celebro -dijo Brunetti volviendo a sonreir-. Pero, ?por que ha hablado usted de un abogado?

– Cuando ocurrio aquello, firme una declaracion comprometiendome a no presentar demanda contra el. Realmente, fue un accidente -agrego con vehemencia-. Yo iba a bajar del coche por su lado y el cerro la puerta sin saber que yo estaba alli.

– Si fue un accidente, ?por que tuvo que firmar la declaracion?

Ella se encogio de hombros.

– No lo se. Su abogado se lo aconsejo.

– ?Se hizo algun pago? -pregunto Brunetti.

Al oir esto, ella perdio su ecuanimidad.

– No fue nada ilegal -dijo con la autoridad del que lo sabe por boca de mas de un abogado.

– Ya lo se, signorina, era simple curiosidad. No tiene absolutamente nada que ver con lo que me gustaria saber acerca de Maurizio.

Detras de el sono una voz que se dirigia a la Bonamini:

– ?Tiene el zorro en talla cuarenta?

En la cara de la muchacha broto una sonrisa.

– No, senora. Los hemos vendido todos. Pero lo tenemos en la cuarenta y cuatro.

– No, no -dijo la mujer vagamente y se alejo hacia las faldas y blusas.

– ?Conocia a su primo? -pregunto Brunetti cuando recupero la atencion de la signorina Bonamini.

– ?Roberto?

– Si.

– No llegue a conocerlo, pero Maurizio me hablaba de el a veces.

– ?Que decia? ?Lo recuerda?

Ella reflexiono.

– No; nada en particular.

– ?Podria decirme, por lo menos, si por la forma en que Maurizio hablaba de el parecian tener una buena relacion?

– Eran primos -dijo ella como si esto fuera suficiente explicacion.

– Eso ya lo se, signorina, pero me gustaria saber si, por algo que dijera Maurizio o por la impresion que pudiera darle, no importa como, tenia usted una idea de lo que Maurizio pensaba de su primo. -Aqui Brunetti introdujo otra sonrisa.

Distraidamente, la muchacha alargo la mano y enderezo una chaqueta de vison.

– Pues… -empezo, hizo una pausa y prosiguio-: Yo diria que Maurizio estaba irritado con el.

Brunetti se abstuvo de interrumpir con apremios ni preguntas.

– Una vez lo enviaron… me refiero a Roberto, a Paris, me parece. En cualquier caso, a una ciudad importante,

Вы читаете Nobleza obliga
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату