oido rumores acerca de la debilidad del conde por las mujeres guapas. Aunque para el hubiera sido facil descubrir lo que habia de verdad en tales rumores, nunca habia indagado.
Como buen italiano, Brunetti estaba convencido de que un hombre podia sentir una apasionada devocion por su esposa y, al mismo tiempo, enganarla con otras mujeres. El no dudaba de que el conde estuviera enamorado de la condesa y, saltando de titulo en titulo, se dijo que otro tanto era evidente en el conde Lorenzoni, en quien lo unico que parecia totalmente humano era su amor por la condesa.
– No se -dijo, aplicando a ambos condes esta expresion de ignorancia.
Ella se inclino por encima de la mesa y le dio un beso en cada mejilla.
– Estando a tu lado, nunca podria sentirme desgraciada.
Brunetti bajo la cabeza y se puso colorado.
24
Brunetti hubiera podido redactar por adelantado el guion del comunicado de Patta de aquella manana: sus lugubres comentarios sobre la doble tragedia que afligia a tan noble familia, la profanacion de los mas sagrados principios de humanidad, la degradacion del tejido de la sociedad cristiana, etcetera, sin omitir reflexiones sobre los cambios que convulsionan hogares y familias. Todo ello, con la flatulenta grandilocuencia del
Tambien sabia de antemano cuales serian los titulares que se colgarian de los quioscos de la ciudad:
Saco entonces
Cerro el libro y volvio a ponerlo en el lugar que le habia caido en suerte por el capricho de la familia Brunetti: John Donne a la derecha y Karl Marx a la izquierda.
– Comprender la relacion entre uno y otro fenomeno, sus causas y consecuencias -recito, sobresaltandose con el sonido de su propia voz. Entro en la cocina, escribio una nota para Paola y salio del apartamento en direccion a la
Cuando llego, mucho despues de las once, la prensa ya habia estado alli y se habia marchado, lo que, por lo menos, le libro de tener que escuchar las declaraciones de Patta. Subio a su despacho por la escalera posterior, cerro la puerta y se sento a su mesa. Abrio el expediente Lorenzoni y lo leyo pagina a pagina. Empezando por el secuestro, ocurrido dos anos antes, hizo una lista completa de todas las cosas que sabia, ordenadas cronologicamente, que llenaron cuatro hojas y terminaban con la muerte de Maurizio.
Extendio los papeles ante si, cartas del tarot con el signo de la muerte. «Distinguir lo verdadero de lo falso. Comprender la relacion entre uno y otro fenomeno, sus causas y consecuencias.» Si Maurizio habia sido el cerebro del secuestro, todos los fenomenos quedaban explicados, las relaciones y consecuencias, claras. El afan de dinero y de poder, quiza, incluso, los celos, podian haberle impulsado a tramar el secuestro. Ello habria acarreado la intentona contra su tio. Y, finalmente, habria provocado su propia muerte violenta, la sangre en la chaqueta y la masa encefalica en las cortinas de Fortuny.
Pero, si Maurizio no era el culpable, no habia relacion entre los fenomenos. Un tio podia matar a su sobrino, pero un padre no mataria a su hijo, no a sangre fria.
Brunetti levanto la cabeza y miro fijamente por la ventana de su despacho. En un platillo de la balanza estaba su vaga impresion de que Maurizio era incapaz de matar o hacer matar. En el otro platillo, la hipotesis de que el conde Ludovico hubiera matado a su sobrino deliberadamente, que, si era cierta, implicaba que el conde era tambien el asesino de su propio hijo.
Brunetti se habia equivocado mas de una vez al juzgar a las personas y sus motivos. ?No acababa de enganarse con su propio suegro? Habia aceptado sin reservas la idea de que su mujer era infeliz, de que su matrimonio peligraba, cuando tenia la verdad al alcance de la mano. Habia bastado una simple pregunta y la franca expresion de amor de Paola.
Por vueltas que diera a los hechos y posibilidades, pasandolos de uno a otro platillo de la terrible balanza, el peso de la logica siempre caia del lado de la culpabilidad de Maurizio. Y, no obstante, Brunetti dudaba.
Recordo como Paola se reia de su resistencia a desprenderse de ciertas prendas de vestir -una chaqueta, un jersey, incluso unos calcetines- que el encontraba especialmente comodas. Era una actitud que nada tenia que ver con el afan de ahorrar ni con la aversion a sustituir la prenda vieja sino a su conviccion de que la nueva no podria ser tan comoda ni tan agradable como la vieja. Asi tambien, su inquietud de ahora, bien lo sabia, se debia a la misma resistencia a desechar lo mas comodo en favor de lo nuevo.
Recogio sus papeles y bajo al despacho de Patta, para hacer una ultima tentativa, que resulto tan vana como era de esperar: Patta rechazo de plano «la insinuacion delirante y ofensiva» de que el conde pudiera estar implicado en los hechos. Y falto muy poco para que exigiera a su subordinado que pidiera perdon al conde; ya que Brunetti, al fin y al cabo, solo estaba especulando, pero hasta la especulacion era un ultraje para el profundo atavismo que dominaba a Patta, que a duras penas consiguio reprimir la indignacion, aunque no reprimio el impulso de pedir a Brunetti que se fuera.
De nuevo en su despacho, Brunetti metio las cuatro hojas en una carpeta que guardo en el cajon en el que solia apoyar los pies. Despues de cerrar el cajon de un puntapie, abrio una carpeta que le habian dejado en la mesa mientras estaba con Patta: los motores de cuatro embarcaciones habian sido robados mientras sus duenos cenaban en la
El telefono le ahorro tener que contemplar la trivialidad del informe.
–
– Pero, ?no ibais a quedaros mas dias?
Sergio se rio.
– Si, pero como los de Nueva Zelanda se marcharon nada mas leer su trabajo, yo decidi hacer otro tanto.
– ?Como te ha ido?
– Si me prometes no reirte de mi, te dire que ha sido un gran exito.
Realmente, el momento lo es todo. Si esta llamada hubiera llegado cualquier otra tarde, o incluso si le hubiera despertado a las tres de la madrugada, Brunetti hubiera estado encantado de escuchar el relato de las jornadas de su hermano en Roma y muy interesado en sus explicaciones sobre su trabajo y la acogida que habia tenido. Pero ahora, mientras Sergio hablaba de