apartamento se hallaba situado en un edificio esbelto, un alto prisma de vidrio que cuando fue construido, hacia diez anos, debio de figurar en la vanguardia del diseno urbano. Pero Italia es un pais en el que las ideas nuevas en diseno no suelen prevalecer mas tiempo del que se tarda en plasmarlas en la realidad, y para entonces los amantes de la novedad ya las han abandonado para ir en busca de nuevas tendencias, al igual que las almas que, en las puertas del Inferno del Dante, estan condenadas a dar vueltas y vueltas durante toda la eternidad, buscando una bandera que no pueden identificar ni nombrar.

Durante la decada transcurrida desde la construccion del edificio habia cambiado la moda, y lo que fuera paradigma de modernidad ahora parecia una caja de spaghettini. El cristal relucia, y la franja ajardinada que lo separaba de la calle estaba cuidada con primor, pero no por ello desentonaba menos con los otros edificios, mas bajos y modestos, entre los que habia sido erigido con tan injustificada confianza.

Brunetti tenia el numero del apartamento, y un ascensor con aire acondicionado lo subio velozmente a la septima planta. Cuando se abrio la puerta, Brunetti salio a un corredor de marmol, tambien refrigerado. Se dirigio hacia la derecha y toco el timbre del apartamento D.

Oyo ruido en el interior, pero nadie abrio la puerta. Volvio a llamar. No se repitio el ruido, y la puerta seguia cerrada. Llamo de nuevo, esta vez sin levantar el dedo del pulsador. A traves de la puerta se oia el agudo quejido del timbre, al que se unio una voz que gritaba:

– Basta. Vengo.

El comisario retiro el dedo y, al cabo de un instante, la puerta se abrio bruscamente y aparecio en el vano un hombre alto y corpulento, vestido con pantalon de hilo y lo que parecia un jersey de cachemir de cuello vuelto. Brunetti miro al hombre y vio unos ojos furibundos y una nariz fracturada varias veces, pero al momento acaparo su atencion el cuello del jersey. Agosto, la gente se desmayaba de calor en la calle y este hombre llevaba un jersey de cachemir de cuello vuelto. Mirando otra vez a la cara del hombre pregunto:

– ?Signor Crespo?

– ?De parte de quien? -pregunto el hombre sin esforzarse por disimular la colera ni la amenaza.

– El comisario Guido Brunetti -respondio el visitante, mostrando una vez mas su carnet. Al igual que Feltrinelli, el hombre apenas tuvo que mirar la cartulina para reconocerla. De pronto, dio un paso hacia Brunetti, quiza con el proposito de hacerle retroceder hacia el descansillo por la fuerza de su sola presencia, pero Brunetti no se movio y el otro retrocedio.

– No esta en casa.

Se oyo en una habitacion contigua el golpe sordo de un objeto pesado que caia al suelo.

Ahora fue Brunetti quien avanzo, obligando al otro a apartarse de la puerta. Brunetti siguio andando hasta un regio sillon de piel situado al lado de una mesa que sostenia un jarron de cristal con un gran ramo de gladiolos. El comisario se sento en el sillon, puso una pierna encima de la otra y dijo:

– Entonces esperare a que regrese el signor Crespo. -Sonrio-. Si no tiene inconveniente, signor

El hombre cerro violentamente la puerta de la escalera, dio media vuelta hacia la que estaba al otro extremo de la habitacion y dijo:

– Voy a avisarle.

El hombre desaparecio en la otra habitacion, cerrando la puerta. Su voz, grave e irritada, sono a traves de la madera. Brunetti oyo entonces otra voz, un tenor que respondia al bajo. Y luego una tercera voz, tambien de tenor, aunque una octava mas aguda que la anterior. La conversacion que se mantenia al otro lado de la puerta duro varios minutos, durante los cuales Brunetti se dedico a inspeccionar la habitacion. Todo lo que alli habia era nuevo y visiblemente caro, pero Brunetti no se hubiera quedado con nada, ni siquiera con el sofa de piel gris perla, ni la esbelta mesa de caoba que estaba a su lado.

La puerta se abrio y salio el hombre corpulento, seguido de otro diez anos mas joven y por lo menos tres tallas mas pequeno.

– Es el -dijo el del jersey senalando a Brunetti.

El joven llevaba pantalon de algodon azul palido y camisa de seda blanca con el cuello desabrochado. Cruzo la habitacion hacia Brunetti, que se levanto y pregunto:

– ?El signor Francesco Crespo?

El otro se habia parado delante de Brunetti, y entonces parecio que la presencia de un hombre de la edad y el aspecto de Brunetti le estimulaba el instinto, o la deformacion profesional, porque dio un pasito mas, y se llevo la mano al pecho, con los dedos abiertos en ademan delicado.

– Si, ?que desea?

Era la mas aguda de las dos voces de tenor que Brunetti habia oido a traves de la puerta, aunque Crespo trataba de imprimirle un tono grave, para hacerla mas interesante o mas seductora.

Crespo era un poco mas bajo que Brunetti y debia de pesar diez kilos menos. Por casualidad o por designio, la tapiceria del sofa tenia el mismo tono gris palido que sus ojos, que destacaban en la cara bronceada. Si, en una mujer, sus facciones hubieran resultado solo bonitas, en el, por el trazo mas anguloso de la cara del varon, eran francamente bellas.

Ahora fue Brunetti quien dio un paso atras. Oyo que el hombre del jersey reia entre dientes, y se volvio a tomar la carpeta que habia dejado en la mesa.

– Signor Crespo, me gustaria que mirara un retrato y me dijera si conoce a la persona representada.

– Estare encantado de mirar todo lo que usted quiera ensenarme -dijo Crespo recalcando el «usted» y desplazando la mano hacia la abertura de la camisa, para acariciarse la garganta.

Brunetti abrio la carpeta y le entrego el retrato que el dibujante habia hecho del muerto. Crespo bajo la mirada al papel durante menos de un segundo, miro a Brunetti, sonrio y dijo:

– No tengo ni idea de quien pueda ser.

Tendio el retrato a Brunetti, pero este se nego a tomarlo.

– Me gustaria que lo mirase mejor, signor Crespo.

– Ya le ha dicho que no lo conoce -dijo el otro hombre, que se mantenia a distancia.

Brunetti hizo como si no le hubiera oido.

– Fue muerto a golpes, y necesitamos averiguar quien era. Le agradecere que vuelva a mirarlo, signor Crespo.

Crespo cerro los ojos un momento y levanto la mano, para colocar un rizo rebelde detras de la oreja.

– Si insiste… -dijo volviendo a mirar el retrato. Inclino la cabeza y esta vez contemplo la cara. Brunetti no podia verle los ojos, pero observo que su mano se apartaba bruscamente de la oreja e iba de nuevo a la garganta, pero ahora sin coqueteria.

Un segundo despues, miro a Brunetti y le dijo sonriendo con dulzura:

– No lo he visto nunca, comisario.

– ?Esta satisfecho? -pregunto el otro dando un paso hacia la puerta.

Brunetti tomo el retrato que Crespo le tendia y volvio a guardarlo en la carpeta.

– Es solo una reconstruccion libre de su aspecto, hecha por el artista, signor Crespo. Ahora, si me lo permite, le ensenare una foto. -Brunetti esbozo su sonrisa mas seductora, y la mano de Crespo volo con un aleteo de golondrina hacia la suave hendidura que separaba sus claviculas.

– Adelante, comisario. Lo que usted quiera. Lo que quiera.

Brunetti sonrio, extrajo la ultima foto del pequeno monton que habia en la carpeta y la contemplo un momento. Lo mismo daria una que otra. Se volvio hacia Crespo, que nuevamente habia acortado la distancia que los separaba.

– Es posible que fuera muerto por un hombre que pagaba por sus servicios. Eso significa que ese hombre puede ser una amenaza para las personas que sean como la victima.

Tendio la foto a Crespo.

Este la tomo, haciendo de manera que sus dedos rozaran los de Brunetti. Sostuvo la foto en el aire entre los dos, mientras dedicaba al comisario una larga sonrisa e inclino su cara risuena sobre el papel. Su mano fue rapidamente de la garganta a la boca que se abria, y sus ojos, dilatados de horror, buscaron los del policia. Aparto la foto de si, aplastandola contra el pecho de Brunetti y retrocedio como si temiera contaminarse. La foto cayo al suelo.

– A mi no pueden hacerme eso. A mi no me ocurrira eso -dijo sin dejar de retroceder. Su voz subia de tono a

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