– ?Crees que comen algo mas? -pregunto el.

– ?Quienes? -pregunto Paola, desconcertada por una vez.

– Los murcielagos.

– No lo se. Preguntaselo a Chiara. Generalmente, ella sabe estas cosas.

– He pensado en lo que te he dicho antes de la cena -dijo el, y tomo un sorbo de su vaso. Esperaba una respuesta aspera pero ella se limito a decir:

– ?Si?

– Creo que podrias tener razon.

– ?En que?

– En que quiza fuera un cliente y no un chapero. Vi el cuerpo. No me parecio un cuerpo que alguien pudiera pagar por utilizar.

– ?Como era?

El dio otro sorbo.

– Te sonara extrano, pero al verlo pense que se parecia mucho a mi. La misma estatura, la misma complexion, probablemente la misma edad. Fue algo extrano, Paola, verlo alli tendido, muerto.

– Si, debio de serlo -dijo ella, sin mas comentario.

– ?Esos chicos son muy amigos de Raffi?

– Uno, si. Le ayuda con los deberes de gramatica.

– Bien.

– ?Bien que, que le ayude con los deberes?

– No, bien que sea amigo de Raffi, o que Raffi sea amigo suyo.

Ella solto una carcajada y sacudio la cabeza.

– Nunca llegare a entenderte, Guido. Nunca. -Le puso una mano en la nuca e, inclinandose hacia adelante, le quito el vaso de la mano. Dio otro sorbo y le devolvio el vaso-. ?Crees que, cuando hayas terminado el vodka, podras considerar la posibilidad de permitirme pagar para usar tu cuerpo?

10

Los dos dias siguientes no trajeron novedades, solo mas calor. Cuatro de los hombres de la lista de Brunetti seguian sin aparecer por los domicilios indicados y los vecinos no sabian donde estaban ni cuando regresarian. Dos no sabian nada. Gallo y Scarpa no habian tenido mejor suerte, a pesar de que uno de los hombres de la lista de Scarpa dijo que el hombre del retrato le resultaba vagamente familiar, pero no estaba seguro de por que ni donde podia haberlo visto.

Mientras almorzaban en la trattoria proxima a la questura, los tres policias hablaban de lo que sabian y lo que ignoraban.

– La verdad es que ese hombre no tenia mucha habilidad para afeitarse las piernas -dijo Gallo, cuando el tema parecia agotado.

Brunetti trato de adivinar si el sargento hacia un comentario gratuito o llevaba alguna intencion.

– ?Por que lo dice? -pregunto Brunetti, buscando con la mirada al camarero, para pedir la cuenta.

– El cadaver tiene pequenos cortes en las piernas. Da la impresion de que ese hombre no estaba acostumbrado a afeitarselas.

– ?Lo esta alguno de nosotros? -pregunto Brunetti, y aclaro-: Al decir «nosotros», me refiero a los hombres en general.

Scarpa sonrio al interior de su copa.

– Yo seguramente me rebanaria una rodilla. No me explico como lo hacen -dijo, moviendo la cabeza ante otro de los enigmas de las mujeres.

Los interrumpio el camarero, que traia la cuenta. El sargento Gallo la tomo adelantandose a Brunetti, saco el billetero y dejo varios billetes encima. Antes de que Brunetti pudiera protestar, explico:

– Nos han comunicado que es usted invitado de la ciudad.

Brunetti se pregunto que pensaria Patta si se enterara de esto, como no fuera que era una gentileza inmerecida.

– Hemos agotado los nombres de la lista -dijo Brunetti-. Creo que ahora se impone preguntar a los demas.

– ?Habra que detenerlos, comisario? -pregunto Gallo.

Brunetti movio la cabeza negativamente. No seria el mejor modo de inducirlos a colaborar.

– No; lo mejor sera ir a hablar con ellos.

Entonces intervino Scarpa:

– De la mayoria no tenemos ni nombre ni direccion.

– Entonces tendre que ir a visitarlos a su lugar de trabajo.

Via Cappuccina es una calle ancha y arbolada que arranca varias bocacalles a la derecha de la estacion del ferrocarril de Mestre y llega hasta el centro comercial de la ciudad. Tiene tiendas, pequenos almacenes, oficinas y bloques de apartamentos: durante el dia, es una calle normal de una pequena ciudad italiana normal, y hay ninos que juegan en sus pequenas zonas ajardinadas. Con ellos estan las madres, para advertirles del peligro de los coches, y tambien para protegerlos de ciertos elementos que gravitan hacia via Cappuccina. A las doce y media, las tiendas cierran sus puertas, y la calle se adormece durante un par de horas. El trafico mengua, los ninos se van a casa a comer y descansar, lo mismo que los oficinistas y los empleados de las tiendas. Por la tarde hay menos ninos en la calle, pero el trafico y el bullicio vuelven a via Cappuccina cuando se reanuda el trabajo.

Entre las siete y media y las ocho de la tarde, en las tiendas, oficinas y almacenes, duenos y empleados bajan las puertas metalicas, echan el cerrojo y se van a cenar, dejando via Cappuccina a los que trabajan en sus aceras cuando ellos no estan.

A ultima hora de la tarde sigue habiendo trafico en via Cappuccina, pero ya nadie parece tener prisa. Los coches circulan despacio, a pesar de que no falta sitio donde aparcar, porque no es un hueco para dejar el coche lo que buscan los conductores. Italia es un pais rico, y la mayoria de los coches tienen aire acondicionado, y si es tan lenta la circulacion es porque, para ofrecer o pedir precio, hay que bajar el cristal, lo que alarga la transaccion.

Algunos coches son nuevos y lujosos: BMW, Mercedes, algun que otro Ferrari, aunque en via Cappuccina estos son la excepcion. La mayoria son turismos familiares, solidos y bien cuidados, el coche que los dias laborables por la manana lleva a los ninos al colegio y, el domingo, a toda la familia a misa y a casa de los abuelos a comer. Sus conductores son, por lo general, hombres que se sienten mas comodos con chaqueta y corbata que con otro tipo de vestimenta, ciudadanos que han prosperado gracias al auge economico del que disfruta Italia desde hace decadas.

Ultimamente y cada vez con mayor frecuencia, se da el caso de que el medico que ha asistido a un parto en una selecta clinica de Italia, de las utilizadas por personas que pueden permitirse pagar la asistencia sanitaria privada, tiene que comunicar a la nueva madre que, tanto ella como su recien nacido, son portadores del virus del sida. La mayoria de estas mujeres reaccionan con la consiguiente consternacion y tambien con estupefaccion, porque ellas siempre han respetado el juramento del matrimonio, y se creen victimas de un tragico descuido en el tratamiento medico que han recibido. Pero quiza la explicacion este en via Cappuccina, en los tratos que se cierran entre los conductores de esos sobrios turismos familiares y los hombres y mujeres que pueblan las aceras.

Brunetti torcio por via Cappuccina a las once y media de la noche. Venia andando de la estacion, adonde habia llegado minutos antes. Aquella noche ceno en casa, durmio una hora y se vistio de modo que no pareciera un policia. Scarpa habia mandado hacer copias a tamano reducido del dibujo y las fotos del muerto, y Brunetti llevaba varias de ellas en el bolsillo interior de su chaqueta de hilo azul.

Detras de el, hacia la derecha, se oia el lejano zumbido del trafico que discurria por la tangenziale de la autostrada. Era tal el bochorno, estaba tan cargada la atmosfera que Brunetti tenia la impresion de que los gases de todos los tubos de escape se

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