concentraban alli abajo. Cruzo una calle, otra y luego otra, y empezo a ver los coches que circulaban lentamente, con los cristales subidos y a los conductores que se mantenian con la cara vuelta hacia la acera, inspeccionando el otro trafico.

Brunetti observo que el no era el unico peaton, pero si uno de los pocos que llevaban corbata y parecia ser el unico que no estaba parado.

– Ciao, bello.

– Cosa vuoi, amore?

– Ti faccio tutto che vuoi, caro.

Las ofertas partian de casi cada figura junto a la que pasaba, eran ofertas de placer, de dicha, de extasis. Las voces sugerian delicias inefables, prometian la realizacion de cualquier fantasia. Se paro debajo de una farola e inmediatamente se acerco a el una rubia alta, con minifalda blanca y poco mas.

– Cincuenta mil -dijo. Sonreia ensenando los dientes, como si creyera que ello podia servir de incentivo.

– Busco a un hombre -dijo Brunetti.

La mujer dio media vuelta sin decir palabra y se acerco al bordillo. Se inclino hacia un Audi y grito el mismo precio. El coche siguio su marcha. Brunetti se quedo donde estaba, y ella se acerco de nuevo.

– Cuarenta -dijo.

– Busco a un hombre.

– Los hombres cuestan mas, y no te haran nada que no pueda hacer yo, bello. -Volvio a ensenarle los dientes.

– Quiero que miren un retrato -dijo Brunetti.

– Gesu Bambino -murmuro ella por lo bajo-, uno de esos. -En voz mas alta-: Eso te costara un extra. Con ellos. Conmigo esta todo incluido en el precio.

– Quiero que miren el retrato de un hombre y me digan si lo reconocen.

– ?Policia? -pregunto ella.

El asintio.

– Debi figurarmelo. Los chicos estan mas arriba, al otro lado de piazzale Leonardo da Vinci.

– Gracias -dijo Brunetti y se fue calle arriba. Al llegar a la primera bocacalle, se volvio y vio a la rubia subir a un Volvo azul oscuro.

Minutos despues, el comisario llegaba a la plaza. Cruzo sin dificultades por entre los lentos coches hacia un grupo de figuras que se apoyaban en un muro bajo del otro lado.

Al acercarse oyo voces, voces de tenor que hacian las mismas ofertas y prometian los mismos placeres. La de felicidad que podia conseguirse aqui.

Se acerco al grupo y vio practicamente lo mismo que antes: bocas agrandadas por el lapiz rojo, abiertas en sonrisas que pretendian ser invitadoras; nubes de pelo tenido y pantorrillas, muslos y pechos que parecian tan autenticos como los que habia visto hasta entonces.

Dos de las figuras acudieron, como mariposas a la llama de su billetero.

– Lo que tu quieras, ricura. Nada de gomas. Al natural…

– Tengo el coche en la esquina, caro. Di que quieres y te lo hago.

Del grupo de figuras apoyadas en el murete que cerraba un lado de la plaza, una voz dijo al ultimo que habia hablado:

– Preguntale si os quiere a las dos, Paolina. -Y, directamente a Brunetti-: Las dos juntas son fabulosas, amore; te haran un sandwich que nunca olvidaras.

Esto provoco una carcajada general, una carcajada ronca, nada femenina.

Brunetti se dirigio al llamado Paolina:

– Me gustaria que mirase el retrato de un hombre y me dijera si lo reconoce.

Paolina volvio al grupo y dijo:

– Es de la pasma, ninas. Y quiere que mire fotos.

Se alzo un coro de gritos:

– Dile que es mejor lo autentico que las fotos guarras, Paolina.

– Los polis no distinguen la diferencia.

– ?Un poli? Cobrale el doble.

Brunetti espero a que agotaran el repertorio de comentarios y pregunto:

– ?Querra mirar el retrato?

– ?Que gano con ello? -pregunto Paolina, y su companero se rio de su descaro.

– Es un retrato del hombre que encontramos el lunes en el descampado. -Antes de que Paolina pudiera fingir ignorancia, Brunetti anadio-: Estoy seguro de que todos ustedes saben lo que le ocurrio. Para encontrar al que lo mato, tenemos que identificarlo. Creo que comprenderan la importancia que tiene eso.

Brunetti observo que Paolina y su acompanante vestian de modo casi identico: top tubular muy cenido y minifalda que dejaba al descubierto piernas suaves y bien musculadas. Los dos calzaban zapatos puntiagudos de tacon alto que no les permitirian huir de un posible atacante.

El amigo de Paolina, que lucia una peluca amarillo jacinto hasta los hombros, dijo:

– De acuerdo, a ver esa foto.

Y extendio la mano. Los zapatos les disfrazaban los pies, pero nada podia disimular la envergadura de la mano.

Brunetti saco el dibujo del bolsillo y se lo enseno.

– Gracias, signore -dijo Brunetti.

El hombre lo miro desconcertado, como si le hablara en chino. Los dos hombres se inclinaron sobre el papel, hablando en lo que a Brunetti le sono a dialecto sardo.

El de la peluca amarilla devolvio el dibujo a Brunetti.

– No lo conozco. ?Es el unico retrato que tiene?

– Si -respondio Brunetti-. ?Harian el favor de preguntar a sus amigos si lo reconocen?

Senalo con la barbilla al grupo que se mantenia pegado a la pared, gritando alguna que otra frase a los coches que pasaban, pero sin apartar la mirada de Brunetti y los otros dos.

– Claro, ?por que no? -dijo el amigo de Paolina, y se fue hacia el grupo. Paolina se fue tras el, quiza porque le ponia nervioso quedarse a solas con un policia.

Fueron hacia el grupo, que ahora se separo de la pared para ir a su encuentro. El que llevaba el retrato tropezo y tuvo que agarrarse al hombro de Paolina para no caer. Solto un taco de lo mas vulgar. El llamativo grupo de hombres se apino en torno a ellos, y Brunetti los observo mientras se pasaban el retrato. Un chico alto y delgado, con peluca roja, dio el dibujo a su vecino pero enseguida se lo quito para volver a mirarlo. Atrajo hacia si a otro, senalo el dibujo y le dijo algo en voz baja. El otro movio la cabeza negativamente y el pelirrojo volvio a golpear el dibujo con el dedo. El otro siguio sin mostrarse de acuerdo y el pelirrojo lo despidio agitando una mano con impaciencia. El dibujo siguio circulando y el amigo de Paolina se acerco a Brunetti con el pelirrojo.

– Buona sera -dijo Brunetti cuando el pelirrojo se paro delante de el. Extendio la mano y dijo-: Guido Brunetti.

Los dos hombres se quedaron quietos, como si sus altos tacones estuvieran clavados en el suelo. El amigo de Paolina se miro la falda y nerviosamente se froto la parte delantera con la palma de la mano. El pelirrojo se llevo la mano a la boca un momento y luego la tendio a Brunetti.

– Roberto Canale -dijo-. Encantado de conocerle. -Su apreton era energico y calido.

Brunetti tendio la mano al otro, que miro nerviosamente hacia el grupo y, al no oir nada, se la estrecho.

– Paolo Mazza.

Brunetti miro al pelirrojo.

– ?Ha reconocido al hombre de la foto, signor Canale?

El de la peluca roja se quedo mirando hacia un lado hasta que Mazza dijo:

– Es a ti, Roberta, ?ya no te acuerdas de tu apellido?

– Pues claro que me acuerdo -dijo el otro mirando a Mazza, furioso. Y a Brunetti-: Si, he reconocido al hombre, pero no sabria decirle quien es. Ni siquiera de que lo conozco. Se parece a alguien conocido. -Al darse cuenta de lo confusas que eran sus palabras, Canale explico-: ?Sabe? Es como cuando vas por la calle y ves al dependiente de la charcuteria sin el delantal; lo conoces, pero no recuerdas de que. Su cara te resulta familiar,

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