– Oh, no -respondio ella con naturalidad-. He pasado un pedido permanente a Fantin para que traigan flores frescas todos los lunes y jueves. -Fantin, el florista mas caro de la ciudad. Dos veces por semana. ?Cien ramos al ano? Ella interrumpio sus calculos explicando-: Como tengo que encargarme tambien de confeccionar la cuenta de gastos del vicequestore, decidi incluir las flores como una partida necesaria.

– ?Y Fantin tambien traera flores para el despacho del vicequestore?

– ?Ni hablar! -Su sorpresa parecia autentica-. Estoy segura de que el vicequestore puede pagarlas de su bolsillo. No estaria bien gastar el dinero del contribuyente de ese modo. -Dio la vuelta al escritorio y encendio el ordenador-. ?Deseaba usted algo, comisario? -pregunto, dando por zanjada la cuestion de las flores.

– Nada, de momento, signorina -dijo el mientras la muchacha se inclinaba sobre el teclado.

Brunetti llamo a la puerta del despacho y se le invito a entrar. Patta estaba sentado detras del escritorio, como siempre, pero esto era lo unico que seguia como de costumbre. La mesa, habitualmente limpia de cuanto pudiera asociarse con el trabajo, estaba cubierta de carpetas e informes y a un lado habia hasta un arrugado diario. No era el consabido L'Osservatore Romano que leia Patta, descubrio Brunetti, sino el sensacionalista La Nuova, un diario cuya gran tirada parecia confirmar la creencia de que si, por un lado, hay en el mundo mucha gente que comete bellaquerias, hay, por otro, mucha mas gente que quiere que se las cuenten. Hasta el aire acondicionado parecia haber dejado de funcionar en este despacho, uno de los pocos que disponian de el.

– Sientese, Brunetti -ordeno el vicequestore.

Siguiendo la direccion de la mirada de Brunetti, Patta reparo en los papeles esparcidos por la mesa, los amontono de cualquier manera, los aparto hacia un lado y dejo la mano encima, como olvidada.

– ?Como marcha lo de Mestre? -pregunto por fin a Brunetti.

– Todavia no hemos identificado a la victima. Hemos ensenado su retrato a muchos de los travestis que alli trabajan, pero ninguno lo ha reconocido. -Patta no dijo nada-. Dos de los interrogados por mi dijeron que la cara les resultaba familiar, pero ninguno pudo concretar mas, lo que podria significar cualquier cosa. O nada. Creo que otro de los hombres interrogados lo reconocio, pero lo nego categoricamente. Me gustaria volver a hablar con el, pero podria haber dificultades.

– ?Santomauro? -pregunto Patta, que, con esta pregunta, consiguio sorprender a Brunetti por primera vez en todos los anos que llevaban trabajando juntos.

– ?Como se ha enterado de lo de Santomauro? -le espeto Brunetti, y agrego, para suavizar la brusquedad-: Senor.

– Me ha llamado tres veces -dijo Patta, y agrego en voz baja, pero procurando que Brunetti lo oyera-: El muy hijo de puta.

La insolita pero deliberada indiscrecion de Patta puso en guardia a Brunetti, que mentalmente empezo una minuciosa busqueda de los hilos que podian relacionar a los dos hombres. Santomauro era un celebre abogado y su clientela estaba formada por empresarios y politicos de toda la region del Veneto. Normalmente, eso bastaria para que Patta se desviviera por lisonjearle. Entonces recordo que la Lega della Moralita de la Santa Madre Iglesia y de Santomauro estaba bajo el patrocinio y direccion de la fugada Maria Lucrezia Patta. ?Que sermones sobre el matrimonio, su sagrado vinculo y obligaciones no habria largado Santomauro por telefono al vicequestore?.

– Efectivamente -dijo Brunetti, decidiendose a reconocer la mitad de lo que sabia-, es el abogado de Crespo. -Si Patta estaba dispuesto a creer que un comisario de policia no encontraba nada de particular en la circunstancia de que un abogado de la categoria de Giancarlo Santomauro representara a un travesti, no seria el quien le abriera los ojos-. ?Que le ha dicho?

– Que usted habia acosado y aterrorizado a su cliente, que habia utilizado una «brutalidad innecesaria», literalmente, para tratar de obligarle a dar informacion. -Patta se froto un lado de la mandibula, y Brunetti observo que, al parecer, su superior no se habia afeitado aquella manana-. Yo, naturalmente, le he dicho que no estaba dispuesto a escuchar estas criticas sobre un comisario de policia y que, si lo deseaba, podia presentar una denuncia oficialmente. -Por regla general, ante una queja semejante, de un hombre de la importancia de Santomauro, Patta hubiera prometido una sancion inmediata para el funcionario, cuando no su degradacion y traslado a Palermo durante tres anos. Y, por regla general, Patta hubiera cumplido su promesa antes de pedir mas detalles. Patta prosiguio, en su papel de defensor del principio de la igualdad de todos ante la ley-: No pienso tolerar una injerencia civil en el funcionamiento de los organismos del Estado.

Lo cual, segun Brunetti, traducido libremente, significaba que Patta tenia una cuenta pendiente con Santomauro y apoyaria al comisario, mal que al otro le pesara.

– ?Entonces, cree que podria volver a interrogar a Crespo?

Por furioso que estuviera con Santomauro, hubiera sido mucho pedir que Patta venciera un habito de decadas y ordenara expresamente a un policia un acto que contrariaba a un hombre con influencias politicas.

– Haga usted lo que considere necesario, Brunetti.

– ?Desea algo mas, senor?

Patta no contesto, y Brunetti se puso en pie.

– Otra cosa, comisario -dijo Patta antes de que Brunetti diera media vuelta para marcharse.

– ?Si, senor?

– Usted tiene amigos en el mundo de la prensa, ?verdad? -Por todos los santos, ?iria Patta a pedirle ayuda? Brunetti fijo la mirada en un punto situado encima de la cabeza de su superior y asintio vagamente-. Le agradeceria que se pusiera en contacto con ellos. -Brunetti carraspeo y se miro las puntas de los pies-. En estos momentos, me encuentro en una situacion embarazosa, Brunetti, y preferiria que esto no fuera mas alla de lo que ya ha ido.

Patta no dijo mas.

– Hare cuanto pueda, senor -dijo Brunetti sin conviccion, pensando en sus «amigos del mundo de la prensa», dos especialistas en economia y un editorialista politico.

– Bien -dijo Patta y, al cabo de un momento anadio-: He pedido a la nueva secretaria que recoja informacion sobre sus impuestos. -No hacia falta que Patta puntualizara de quien eran los impuestos-. Le he dicho que le entregue a usted todo lo que encuentre.

Brunetti quedo tan sorprendido que no pudo sino mover la cabeza de arriba abajo.

Patta se inclino sobre sus papeles, lo que Brunetti interpreto como una despedida y salio del despacho. La signorina Elettra no estaba en su escritorio, y Brunetti le dejo una nota: «?Podria ver que encuentra en el ordenador acerca de los asuntos del avvocato Giancarlo Santomauro?»

Brunetti subio a su despacho, sintiendo el calor que parecia extenderse por todos los rincones e intersticios de la casa, a pesar de los gruesos muros y los suelos de marmol, trayendo consigo una densa humedad que hacia que los papeles se rizaran y se pegaran a la mano. Se acerco a una de las ventanas, que estaban abiertas, pero que lo unico que se conseguia era dejar entrar mas calor y humedad en el despacho. La marea estaba en su nivel mas bajo, y el olor a podrido, que siempre acechaba bajo la superficie, ahora afloraba y llegaba hasta aqui, cerca de la gran extension de agua que se abria frente a San Marco. De pie delante de la ventana, mientras sentia como el sudor le traspasaba la camisa y el pantalon y asomaba junto al cinturon, pensaba en las montanas de Bolzano y en los gruesos edredones bajo los que dormian en las noches de agosto.

Fue a la mesa, llamo a la oficina general y pidio al agente que contesto que dijera a Vianello que subiera. Minutos despues, el sargento de mas edad entraba en el despacho. Generalmente, por estas fechas, Vianello tenia la piel del marron rojizo del bresaola, el filete de buey curado al aire que tanto gustaba a Chiara, pero este ano seguia con su palidez invernal. Al igual que la mayoria de los italianos de su edad y formacion, Vianello siempre se habia creido a salvo de las probabilidades estadisticas. Por culpa del tabaco se morian los otros; por comer cosas grasas, el colesterol les subia a los otros, y solo los otros sufrian los infartos. Desde hacia muchos anos, todos los lunes leia la seccion de «Salud» del Corriere della Sera, pese a estar convencido de que aquellos percances los sufrian los otros por su mal proceder.

Pero aquella primavera habian extirpado al sargento Vianello cinco melanomas precancerigenos de la espalda y los hombros, y los medicos le habian recomendado que no tomara el sol. Al igual que Saulo camino de

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