– Bien, muchas gracias -dijo ella dejando la copa en el fregadero e inclinandose sobre el carrito.

Brunetti, consciente de su verdadera profesion, le pregunto:

– Signora, ?suele dejar entrar en su casa a los desconocidos?

– No; no soy tan tonta. No dejo entrar a cualquiera -respondio ella-. Antes siempre procuro enterarme de si tienen hijos. Y, desde luego, han de ser venecianos.

Desde luego. Si bien se miraba, probablemente, su sistema era mejor que un detector de mentiras o un control de seguridad.

– Gracias por el agua, signora. No se moleste en acompanarme, yo cerrare la puerta.

– Gracias -dijo ella buscando los higos en el carrito.

El comisario bajo los dos primeros tramos y se paro en el rellano de encima del Banco de Verona. No se oia nada mas que alguna que otra voz que subia del campo. Miro el reloj a la luz que entraba por las pequenas ventanas de la escalera. Poco mas de la una. Permanecio alli durante otros diez minutos sin oir mas que sonidos aislados del campo.

Bajo las escaleras despacio y se quedo delante de la puerta del banco. Sintiendose bastante ridiculo, agacho la cabeza y arrimo el ojo a la ranura horizontal de la cerradura de la porta blindata. Al otro lado distinguio un ligero resplandor, como si hubieran olvidado apagar una luz cuando cerraron las persianas el viernes por la tarde. O como si alguien estuviera trabajando este sabado por la tarde.

Volvio a subir y se apoyo en la pared. Al cabo de unos diez minutos saco el panuelo y lo extendio sobre el segundo peldano del siguiente tramo, se levanto el pantalon y se sento. Inclinando el cuerpo hacia adelante, apoyo los codos en las rodillas y el menton en los punos. Al cabo de lo que le parecio mucho rato, se levanto, acerco el panuelo a la pared y volvio a sentarse, ahora, apoyado en la pared. No circulaba ni un soplo de aire, no habia comido nada en todo el dia y el calor le asfixiaba. Miro el reloj, eran poco mas de las dos. Decidio quedarse hasta las tres y ni un minuto mas.

A las cuatro menos veinte, todavia en su puesto y ahora con el proposito de marcharse a las cuatro, oyo un golpe seco en el piso de abajo. Se puso de pie y subio al segundo escalon. Oyo que debajo de el se abria una puerta, y se quedo quieto. La puerta se cerro, una llave giro en la cerradura y en la escalera sonaron pasos. Brunetti asomo la cabeza y vio alejarse una figura. A aquella luz, solo distinguio a un hombre alto con traje oscuro y una cartera en la mano, pelo negro y, en la nuca, la fina franja de una camisa blanca. El hombre se puso de perfil al empezar a bajar el siguiente tramo, pero en aquella penumbra no se distinguian sus facciones. Brunetti bajaba silenciosamente tras el. Al pasar por la puerta del banco miro por el ojo de la cerradura, y vio que dentro estaba oscuro.

Abajo, se abrio y se cerro la puerta de la calle, y Brunetti bajo corriendo las escaleras restantes. Se paro en la puerta, la abrio rapidamente y salio al campo. El sol lo deslumbro un momento y se cubrio los ojos con la mano. Cuando la retiro, recorrio el campo con la mirada, pero solo se veia a gente con ropa deportiva de colores pastel o camisa blanca. Fue hasta la esquina de la calle della Bissa, y no vio en ella a ningun hombre con traje oscuro. Cruzo corriendo el campo y miro por la estrecha calle que conducia al primer puente. Tampoco alli se veia al hombre. Habia por lo menos otras cinco calli que partian del campo, y Brunetti comprendio que, si las inspeccionaba todas, podia perder al hombre. Decidio mirar directamente en el embarcadero de Rialto, por si tomaba un barco. Sorteando a unos y empujando a otros, corrio hasta el borde del agua y subio hacia el embarcadero del 82. Llego en el momento en que salia un barco en direccion a San Marcuola y la estacion del ferrocarril.

Abriendose paso entre un grupo de turistas japoneses, llego al borde del canal. Cuando el barco paso frente a el, miro a los pasajeros que lo llenaban, tanto a los que iban de pie en la cubierta como a los que viajaban sentados dentro. Casi todos los hombres iban en mangas de camisa. Por fin, en el lado opuesto de la cubierta, descubrio a una figura con traje oscuro y camisa blanca. El hombre acababa de encender un cigarrillo y se volvio para arrojar el fosforo al canal. La espalda parecia la misma, pero Brunetti comprendia que no podia tener la certeza absoluta. Cuando el hombre se volvio, Brunetti miro fijamente su perfil, tratando de grabarlo en la memoria, hasta que lo perdio de vista, cuando el barco paso bajo el puente de Rialto.

14

Brunetti hizo lo que hace todo hombre sensato que se siente decaido: se fue a casa y llamo a su mujer. En la habitacion de Paola, Chiara contesto al telefono.

– Oh, ciao, papa, como me hubiera gustado que estuvieras en el tren. Hemos estado parados mas de dos horas a la entrada de Vicenza. Nadie sabia por que, hasta que el revisor nos ha dicho que una mujer se habia arrojado a la via entre Vicenza y Verona, y que por eso habia que esperar. Supongo que tendrian que limpiarlo, ?verdad? Cuando por fin hemos arrancado, he estado mirando por la ventanilla hasta Verona, pero no he visto nada. ?Crees que eso se limpia tan pronto?

– Supongo, cara. ?Esta tu madre?

– Si, papa. Pero quiza el cisco estaba en el otro lado de la via, ?no?

– Quiza. Chiara, ?me dejas hablar con tu mamma?

– Claro que si, esta aqui. ?Por que crees tu que una persona se tira debajo de un tren?

– A lo mejor porque no le dejan hablar con quien ella quiere.

– Oh, papa, que tonto. Ahora se pone.

?Tonto? ?Tonto? El creia estar hablando completamente en serio.

– Ciao, Guido -dijo Paola-. ?Has oido? Tenemos una hija muy truculenta.

– ?Cuando habeis llegado?

– Hace media hora. Hemos tenido que comer en el tren. Un asco. ?Que has hecho tu? ?Has encontrado la insalata di calamari?

– No; acabo de llegar.

– ?De Mestre? ?Has comido?

– No; tenia cosas que hacer.

– Esta bien, hay insalata di calamari en el frigorifico. Cometela hoy o manana, porque no aguantara mucho con este calor. -Se oyo al fondo la voz de Chiara, y Paola pregunto-: ?Vendras manana?

– No puedo. Hemos identificado el cadaver.

– ?Quien era?

– Mascari, Leonardo. Director de la Banca di Verona en Venecia. ?Lo conocias?

– No. ?Era veneciano?

– Creo que si. Su mujer lo es.

Volvio a oirse la voz de Chiara, ahora con insistencia. Luego Paola dijo:

– Perdona, Guido. Chiara se va de paseo y no encontraba el jersey.

Esta sola palabra hizo a Brunetti mas consciente del calor que permanecia estancado entre las paredes del apartamento, a pesar de estar abiertas todas las ventanas.

– Paola, ?tienes el numero de Padovani? No viene en la guia. -Sabia que ella no le preguntaria por que queria el numero, y explico-: Me parece la unica persona que podria contestar unas preguntas sobre el mundo gay de esta ciudad.

– Lleva anos viviendo en Roma, Guido.

– Ya lo se, Paola, pero viene cada dos o tres meses, para hacer sus resenas de las exposiciones de arte, y su familia aun vive aqui.

– Bien, quiza si -dijo ella, consiguiendo dar la impresion de que no la convencia-. Un segundo, voy a buscar la agenda. -Tardo el tiempo suficiente como para convencer a Guido de que la agenda estaba en otra habitacion y hasta, quiza, en otro edificio. Por fin volvio-: Guido, es el cinco veintidos, cuarenta y cuatro, cero cuatro. Creo que aun esta a nombre del antiguo propietario de la casa. Si hablas con el, saludale de mi parte.

– De acuerdo. ?Donde esta Raffi?

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