saber el nombre. Puedes estar seguro de que no he de contar a nadie lo que me digas, pero no puedo atar cabos si no se el nombre. -Brunetti no decia nada-. Guido, has llamado tu, no yo. -Se levanto-. Voy a echar la pasta. ?Quince minutos?

Mientras esperaba que Padovani volviera de la cocina, Brunetti miraba los libros que llenaban una de las paredes. Saco uno de arqueologia china, se lo llevo al sofa y estuvo hojeandolo hasta que oyo abrirse la puerta y vio a Padovani entrar en la habitacion.

– A tavola, tutti a tavola. Mangiamo -grito el anfitrion. Brunetti dejo el libro y fue hacia la mesa-. Tu ahi, a la izquierda. -Dejo el bol y empezo a amontonar pasta en el plato que Brunetti tenia delante.

Brunetti, con la mirada baja, espero a que Padovani se sirviera a su vez y empezo a comer. Tomate, cebolla, dados de pancetta y un poco de pepperoncino aderezaban generosamente los penne rigate, su pasta seca preferida.

– Esta bueno -dijo Brunetti con sinceridad-. Me gusta el pepperoncino.

– Me alegro; nunca se si la gente lo encontrara demasiado picante.

– No; esta en su punto -dictamino Brunetti, y siguio comiendo. Cuando Padovani le servia la segunda racion, dijo-: Se llama Francesco Crespo.

– Debi figurarmelo -dijo Padovani con un suspiro de cansancio. Luego, con mucho mas interes, pregunto-: ?Seguro que no tiene demasiado pepperoncino?

Brunetti nego con la cabeza, termino lo que tenia en el plato y luego lo protegio con las manos, al ver que Padovani hacia ademan de agarrar otra vez el cucharon.

– Anda, hombre, que casi no hay nada mas -insistio Padovani.

– No, Damiano, en serio.

– Alla tu, pero que Paola no me eche la culpa, si te mueres de hambre mientras esta fuera.

Puso los dos platos dentro de la fuente y los llevo a la cocina.

Aun haria otros dos viajes antes de volver a sentarse. En el primero saco un pequeno asado de pechuga de pavo picada envuelta en pancetta y rodeada de patatas y, en el segundo, un plato de pimientos asados banados en aceite de oliva y una gran ensalada variada.

– No hay nada mas -dijo sentandose, y Brunetti supuso que su amigo pretendia que lo interpretara como una disculpa.

Brunetti se sirvio asado y patatas y empezo a comer.

Padovani lleno las copas y se sirvio pavo a su vez.

– Crespo, si mal no recuerdo, procede de Mantua. Hara unos cuatro anos fue a Padua a estudiar farmacia. Pero pronto descubrio que, si seguia sus inclinaciones naturales, la vida podia ser mucho mas interesante, y se hizo chapero, y entonces comprendio que era preferible buscarse a un hombre mayor que lo mantuviera. Lo de siempre: apartamento, coche, dinero para ropa y, a cambio, lo unico que el tenia que hacer era estar disponible cuando el que pagaba las facturas podia escapar del banco, de la reunion del consejo o de la esposa. Creo que entonces tenia solo dieciocho anos. Y era muy guapo. -Padovani se quedo con el tenedor en el aire-. Me recordaba al Baco de Caravaggio: bello pero avispado y casi perverso.

Padovani ofrecio los pimientos a Brunetti y luego se sirvio.

– Lo ultimo que he sabido de el de primera mano es que estaba liado con un contable de Treviso. Pero Franco no era capaz de ser fiel, y el contable lo echo a patadas. Le dio una paliza, segun creo, y lo echo. No se cuando empezo con lo del travestismo, esto nunca me ha interesado ni lo mas minimo. Y es que no lo entiendo. Si lo que quieres es una mujer, buscate a una mujer.

– Quiza sea la forma de enganarse a uno mismo, de simular que se cree estar con una mujer -apunto Brunetti, utilizando la teoria de Paola, que ahora le parecia logica.

– Quiza. Pero es triste, ?no? -Padovani aparto el plato hacia un lado y se apoyo en el respaldo de la silla-. Quiero decir que continuamente estamos enganandonos a nosotros mismos sobre si amamos a una persona, o por que la amamos, o por que mentimos. Pero por lo menos con nosotros mismos tendriamos que ser francos acerca de con quien queremos acostarnos. Es lo menos que se puede pedir. -Se acerco la ensalada, la espolvoreo de sal, la rocio generosamente de aceite y le agrego un buen chorro de vinagre. Brunetti le dio su plato y recibio a cambio otro limpio para la ensalada. Padovani le presento la ensaladera.

– Sirvete. No hay postre. Solo fruta.

– Me alegro que no hayas tenido que molestarte -dijo Brunetti, y Padovani se echo a reir.

– En realidad, lo tenia casi todo en casa. Menos la fruta.

Brunetti se sirvio una pequena racion de ensalada; Padovani tomo aun menos.

– ?Que mas sabes de Crespo? -pregunto Brunetti.

– Me dijeron que se vestia de mujer y se hacia llamar Francesca. Pero no sabia que hubiera acabado en via Cappuccina. ?O era en los parques publicos de Mestre?

– Los dos sitios -dijo Brunetti-, pero no se si puede decirse que haya acabado alli. Vive en un buen barrio, y en la puerta estaba su nombre.

– Cualquiera puede poner el nombre en una puerta. Eso depende de quien pague el alquiler -dijo Padovani que, al parecer, era mas ducho en la materia.

– Sin duda tienes razon.

– No se mucho de el, pero no es mala persona o, por lo menos, no lo era cuando lo conoci. Solo un poco embustero e impresionable. Estas cosas no cambian, por lo que, si le conviene, te mentira.

– Lo mismo que la mayoria de las personas con las que yo trato.

Padovani sonrio y agrego:

– Lo mismo que la mayoria de las personas con las que tratamos todos, toda la vida.

Brunetti no pudo por menos de echarse a reir ante esta triste verdad.

– Traere la fruta -dijo Padovani, apilando los platos para llevarselos.

Volvio enseguida, con un bol de ceramica azul celeste que contenia seis melocotones perfectos. Dio a Brunetti un plato de postre y dejo la fruta delante de el. Brunetti tomo un melocoton y empezo a pelarlo con el cuchillo y el tenedor.

– ?Que sabes de Santomauro? -pregunto, mientras pelaba, atento a la operacion.

– ?Te refieres al presidente, o comoquiera que se auto-defina, de la Lega della Moralita? -pregunto Padovani ahuecando la voz al pronunciar las ultimas palabras.

– Si.

– Se de el lo suficiente como para decirte que, en ciertos ambientes, el anuncio de la creacion de la Liga y su finalidad se recibieron con un regocijo parecido al que antes nos producia ver a Rock Hudson atentar contra la virtud de Doris Day o, ahora, las actuaciones mas beligerantes de algunos actores, tanto nuestros como norteamericanos.

– ?Quieres decir que es de dominio publico?

– Lo es y no lo es. Para la mayoria de nosotros, lo es, pero nosotros, a diferencia de los politicos, aun acatamos las reglas de la caballerosidad y no andamos por ahi contando chismes unos de otros. Si lo hicieramos, no iba a quedar titere con cabeza en el gobierno, ni tampoco en el Vaticano.

Brunetti se alegro de ver surgir por fin al autentico Padovani o, por lo menos, al desenfadado conversador que el consideraba el autentico Padovani.

– Pero, ?y la Liga? ?Como pudo Santomauro situarse al frente de una asociacion como esa?

– Excelente pregunta. Pero, si repasamos la historia de la Liga, veras que en la epoca de su fundacion, Santomauro no era mas que la eminence grise de la organizacion. No creo que su nombre se asociara con ella, por lo menos oficialmente, hasta hace dos anos, y el no alcanzo la preeminencia hasta hace un ano, en que fue elegido camarero, rector o como se llame al jefe. Grand priore? Un titulo rimbombante, en todo caso.

– Pero, ?por que nadie dijo nada entonces?

– Supongo que porque la mayoria de nosotros preferimos tomar a broma la Liga, lo cual me parece un grave error.

Habia en su voz una nota de seriedad insolita.

– ?Por que lo dices?

– Porque creo que los grupos como la Liga configuran la tendencia politica del futuro; grupos que tienden a la

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