– Oh, en cuanto dejamos las maletas, ha desaparecido. No espero verlo antes de la cena.

– Dale un beso de mi parte. Te llamare durante la semana.

Con mutuas promesas de llamadas y otra recomendacion sobre la insalata di calamari, se despidieron, y Brunetti penso que era muy extrano que un hombre estuviera una semana fuera de casa sin llamar a su mujer. Quiza si no tenian hijos era diferente, aunque le parecia que no.

Marco el numero de Padovani y, como venia ocurriendo en Italia cada vez con mas frecuencia, un voz grabada le dijo que el professore Padovani no podia atenderle en este momento y que lo llamaria lo antes posible. Brunetti dejo un mensaje en el que rogaba al professore Padovani que lo llamara, y colgo.

Fue a la cocina y saco del frigorifico la famosa insalata. Retiro la lamina de plastico que la cubria y tomo con los dedos un trozo de calamar. Mientras masticaba, extrajo del frigorifico una botella de soave y se sirvio una copa. Con el vino en una mano y la insalata en la otra, salio a la terraza y dejo ambas cosas en la mesita de cristal. Entonces se acordo del pan y volvio a la cocina en busca de un panino. Una vez alli, se sintio civilizado, y saco un tenedor del cajon de arriba.

De vuelta en la terraza, partio pan, puso un trozo de calamar encima y se lo metio en la boca. Desde luego, los bancos tambien tienen cosas que hacer el sabado: el dinero no descansa, y quien estuviera trabajando durante el fin de semana no querria perder tiempo hablando por telefono, diria que se habian equivocado de numero y no volveria a contestar. Para no interrumpir el trabajo.

La ensalada tenia demasiado apio para su gusto, y aparto con el tenedor varios dados hacia el borde del bol. Se sirvio mas vino y se puso a pensar en la Biblia. Si mal no recordaba, en el Evangelio segun san Marcos, habia un pasaje que relataba la desaparicion de Jesus durante el regreso a Nazareth, del primer viaje que hizo con sus padres a Jerusalen. Maria creia que iba con Jose y los demas hombres y este santo varon pensaba que Jesus hacia el viaje con su madre y las mujeres. No descubrieron su desaparicion hasta que la caravana acampo para pasar la noche, y resulto que Jesus habia vuelto a Jerusalen y estaba ensenando en el Templo. El Banco de Verona creia que Mascari estaba en Mesina y la oficina de Mesina debia de creer que estaba en otro sitio, o hubieran preguntado por el.

Brunetti entro en la sala y vio un cuaderno de Chiara encima de la mesa, entre un punado de boligrafos y lapices. Abrio la libreta, vio que estaba por estrenar y, como le gusto el dibujo de Mickey Mouse que tenia en la tapa, se la llevo a la terraza, junto con un boligrafo.

Empezo a escribir la lista de lo que habia que hacer el lunes por la manana. Llamar al Banco de Verona, para averiguar adonde tenia que ir Mascari y luego ponerse en contacto con el otro banco para descubrir que excusa se les habia dado para explicar su no comparecencia. Indagar por que no se habia progresado en la investigacion de la procedencia de los zapatos y el vestido. Empezar a escarbar en el pasado de Mascari, tanto personal como financiero. Y repasar el informe de la autopsia, por si se mencionaba el afeitado de las piernas. Tambien, enterarse de que habia podido descubrir Vianello acerca de la liga y del avvocato Santomauro.

Oyo sonar el telefono y, con la esperanza de que fuera Paola, aun comprendiendo que no podia ser ella, entro para contestar.

– Ciao, Guido. Damiano. He encontrado tu mensaje.

– Professore? -pregunto Brunetti.

– Bah, eso -respondio el periodista, con indolencia-. Me sonaba bien, y estoy probandolo en el contestador esta semana. ?Que? ?No te gusta?

– Claro que me gusta -respondio Brunetti sin pensar-. Suena muy bien. Pero, ?de que eres profesor?

En el extremo de la linea de Padovani se instalo un largo silencio.

– Hace tiempo, en los anos setenta, di clases de pintura en un colegio de ninas. ?Te parece que eso cuenta?

– Supongo -admitio Brunetti.

– Bien, de todos modos, quiza ya sea hora de cambiar el mensaje. ?Como crees que sonaria commendatore?. ?Commendatore Padovani? Me gusta, si. ?Cambio el mensaje y vuelves a llamar?

– No, Damiano, no te molestes. Yo queria hablar de otra cosa.

– Me alegro. Tardo una eternidad en cambiar el mensaje, con tantos botones. La primera vez me arme un lio y quedaron grabados todos los tacos que solte a la maquina. Paso una semana y, como no habia tenido ningun mensaje, pense que quiza el chisme no funcionaba y llame a mi numero desde una cabina. Que escandalo, menudo lenguaje tenia la maquina. Vine corriendo y cambie el mensaje inmediatamente. Pero todavia no me aclaro. ?Seguro que no quieres volver a llamarme dentro de veinte minutos?

– No, Damiano, mejor otro dia. ?Estas libre ahora?

– Para ti, Guido, como dijo un poeta ingles en un contexto completamente diferente, estoy «franco como el camino y libre como el viento».

Brunetti comprendio que Padovani esperaba que le preguntara quien era el poeta, pero se abstuvo.

– Se trata de algo que puede requerir mucho tiempo. ?Quieres que cenemos juntos?

– ?Y Paola?

– Se ha ido a las montanas con los ninos.

Padovani guardo silencio, y Brunetti comprendio que su interlocutor empezaba a hacer especulaciones acerca de esta separacion.

– Se me ha presentado un caso de asesinato, y hace meses que habiamos reservado el hotel, asi que Paola y los ninos se han ido a Bolzano. Si resuelvo el caso pronto, me reunire con ellos. Por eso te llamo. Quiza puedas ayudarme.

– ?En un caso de asesinato? Oh, que emocion. Desde lo del sida, apenas tengo contacto con la clase criminal.

– ?Ah, si? -dijo Brunetti, sin saber muy bien que responder a eso-. ?Cenamos por ahi? Donde tu digas.

Padovani reflexiono un momento y dijo:

– Guido, manana regreso a Roma y tengo la casa llena de comida. ?Por que no vienes y me ayudas a terminarla? Nada complicado, pasta y lo que encuentre por ahi.

– Magnifico. Dime donde vives.

– En Dorsoduro. ?Conoces el ramo Dietro gl'Incurabili?

Era un pequeno campo con una fuente, situado detras del Zattere.

– Si.

– De espaldas a la fuente, mirando al pequeno canal, la primera puerta de la derecha.

Con estas indicaciones, un veneciano encontraria la casa mas facilmente que con el nombre de la calle y el numero.

– Bien. ?A que hora?

– A las ocho.

– ?Que quieres que lleve?

– Absolutamente nada. Si trajeras algo tendriamos que comernoslo y con lo que tengo en casa podria alimentar a un equipo de futbol. Nada. Por favor.

– De acuerdo. Hasta las ocho. Y gracias, Damiano.

– Encantado. ?Sobre que quieres preguntar? ?O deberia decir «sobre quien»? Si me adelantas algo, podria empezar a hacer memoria. O incluso alguna llamada telefonica.

– Sobre dos hombres. Leonardo Mascari…

– No lo conozco -atajo Padovani.

– … y Giancarlo Santomauro.

Padovani silbo.

– Asi que por fin os habeis topado con el insigne avvocato, ?eh?

– Hasta las ocho.

– Como te gusta tener en vilo a la gente -dijo Padovani entre risas, y colgo.

A las ocho en punto, Brunetti, duchado y afeitado y con una botella de Barbera debajo del brazo, toco el

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