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Otra de las razones por las que Brunetti no se habia decidido a ir a las montanas era que aquel era el domingo de la visita a su madre; el y su hermano Sergio se alternaban para ir a verla los fines de semana, o se cambiaban el turno si era necesario. Pero Sergio y su familia se habian ido de vacaciones a Cerdena, y Brunetti no podia pedirle que fuera en su lugar. A pesar de que daba lo mismo que fueran o no, uno u otro seguian visitandola cada fin de semana. La madre estaba en Mira, a unos diez kilometros de Venecia, por lo que habia que tomar un autobus y luego un taxi o caminar un buen trecho hasta la casa di riposo.

Aquella noche, con aquella visita en perspectiva, los recuerdos le impedian conciliar el sueno, ademas del calor y los mosquitos, a los que no habia manera de mantener a raya. Desperto a eso de las ocho, ante la misma disyuntiva que se le planteaba domingo si y domingo no: ir a Mira antes o despues de comer. No tenia mas importancia la hora que la visita en si, y hoy el unico factor que podia influir en su decision era el calor. Por la tarde seria mas infernal todavia, y opto por no demorar la marcha.

Salio de casa antes de las nueve, fue andando hasta piazzale Roma y tuvo la suerte de llegar pocos minutos antes de que saliera el autobus de Mira. Como fue de los ultimos en subir, tuvo que hacer el viaje de pie y dejarse zarandear por el autobus mientras cruzaban el puente y entraban en la intrincada red de pasos elevados que conducian el trafico por encima o por los lados de Mestre.

En el autobus habia caras conocidas; a veces, algunos pasajeros compartian el taxi desde la terminal de Mira o, si hacia buen tiempo, iban andando en grupo hasta el sanatorio, sin hablar casi nunca de algo que no fuera el tiempo. En la estacion de autobuses se apearon seis personas, dos de las cuales eran mujeres a las que el conocia de otros viajes, y los tres acordaron rapidamente compartir el taxi. Como el vehiculo no tenia aire acondicionado, el tiempo les dio motivo de conversacion para rato, y todos se alegraron de la distraccion.

Al llegar a la casa di riposo, cada uno saco cinco mil liras. El coche no tenia taximetro; pero todo el que hacia aquel trayecto conocia la tarifa.

Brunetti y las dos mujeres entraron juntos, todavia manifestando la esperanza de que pronto cambiara el viento o que viniera lluvia, comentando que hacia muchos anos que no era tan riguroso el verano y preguntando que pasaria con las cosechas si no llovia pronto.

El conocia el camino, tenia que subir al tercer piso. Las dos mujeres se quedaron en el segundo, donde estaban los hombres, aunque se fueron en direcciones distintas. En lo alto de la escalera, vio a suor' Immacolata, su monja favorita.

– Buon giorno, dottore -dijo ella con una sonrisa acercandose por el pasillo.

– Buon giorno, hermana -respondio-. La veo muy fresca, como si no sintiera el calor.

Ella sonrio, como siempre que el bromeaba sobre la temperatura.

– Ah, ustedes, los del norte, no saben lo que es el calor. Esto no es nada, apenas un soplo de primavera.

Suor' Immacolata era de un pueblo de las montanas de Sicilia y su comunidad la habia destinado aqui hacia dos anos. En medio de la angustia, la demencia y el sufrimiento que eran su pan de cada dia, lo que peor soportaba ella era el frio, pero sus quejas eran siempre ironicas y displicentes, dando a entender que era absurdo hablar de aquella pequena mortificacion, frente a tanto dolor verdadero. Al verla sonreir, el volvio a reparar en lo bonita que era, con sus ojos castanos almendrados, sus labios suaves y su nariz fina y elegante. Esta era una de las cosas que Brunetti no comprendia. El se consideraba un hombre realista y sensual, y en la vocacion religiosa solo podia ver el renunciamiento, no el amor que la inspiraba.

– ?Como esta?

– Ha pasado buena semana, dottore.

Brunetti sabia que la semana solo podia haber sido buena por omision: su madre no habia atacado a nadie, no habia roto nada ni se habia hecho dano a si misma.

– ?Come?

– Si, dottore. El miercoles hasta almorzo con las otras senoras.

El esperaba que ahora le contara el desastre que ello habia provocado, pero suor' Immacolata no dijo mas.

– ?Puedo entrar a verla? -pregunto.

– Desde luego ?Quiere que entre con usted?

Que delicia, el tacto de la mujer, que dulce su caridad.

– Gracias, hermana. Quiza ella se sienta mas comoda si la ve a usted conmigo, por lo menos, al entrar.

– Si, eso podria mitigar la sorpresa. Una vez se acostumbra a cada persona, todo va bien. Y una vez intuye quien es usted, dottore, esta contenta.

Era mentira, Brunetti lo sabia y suor' Immacolata tambien. Su religion le decia que mentir es pecado y, no obstante, cada semana, ella decia esta mentira a Brunetti o a su hermano. Despues, de rodillas, pedia perdon por un pecado que no podia evitar y que sabia que volveria a cometer. En invierno, al acostarse, despues de las oraciones, abria la ventana de su celda y quitaba de la cama la unica manta con la que se le permitia abrigarse. Pero semana tras semana reincidia en la mentira.

La hermana dio media vuelta y lo llevo por el camino que tan bien conocia el, hacia la habitacion 308. A la derecha del pasillo, arrimadas a la pared, habia tres mujeres en silla de ruedas. Dos golpeaban ritmicamente los brazos de la silla musitando incoherencias y la tercera se balanceaba de un lado al otro, como un metronomo humano. Al pasar el, la que siempre olia a orina, extendio el brazo tratando de agarrarlo.

– ?Eres Giulio? ?Eres Giulio? -pregunto.

– No, signora Antonia -dijo suor' Immacolata inclinandose a acariciar el corto cabello blanco de la anciana-. Giulio ya estuvo aqui, ?no se acuerda? Le trajo este precioso animalito -dijo tomando un osito de felpa con senales de haber sido mordido y poniendoselo en las manos.

La anciana la miro con desconcierto en unos ojos de los que solo la muerte podria borrar la confusion y pregunto:

– ?Giulio?

– Eso es. Giulio le trajo el orsetto, ?verdad que es bonito? -dijo sosteniendo el muneco.

La anciana lo tomo y miro a Brunetti.

– ?Eres Giulio?

Suor' Immacolata se lo llevo del brazo diciendo:

– Su madre tomo la comunion esta semana. Eso parecio ayudarla mucho.

– Estoy seguro de ello -dijo Brunetti.

Le parecia que, cada vez que venia a esta casa, hacia lo que suele hacer el que sabe que va a experimentar una brusca impresion fisica, un pinchazo o una ducha de agua fria: tensar los musculos y concentrarse por completo en resistir el dolor, excluyendo cualquier otra sensacion. Solo que, en lugar de tensar los musculos del cuerpo, a el le parecia estar tensando los del alma.

Se pararon delante de la puerta de la habitacion de su madre, y entonces llegaron los recuerdos, golpeando como furias: comidas alegres, risas, canciones, con la clara voz de soprano de la madre dominando a las demas; su madre, prorrumpiendo en un llanto histerico cuando el le dijo que se casaba con Paola, y luego, la misma noche, entrando en su cuarto a darle la pulsera de oro, el unico regalo que le quedaba de su marido, y diciendo que se la diera Paola, que siempre habia sido para la esposa del primogenito.

Con un esfuerzo, Brunetti ahuyento los recuerdos y solo vio la puerta blanca y el habito blanco de suor' Immacolata que abria la puerta y entraba delante de el dejandola abierta.

– Signora -dijo la monja-, signora, su hijo ha venido a verla. -Cruzo la habitacion y se inclino hacia la anciana encorvada que estaba al lado de la ventana-. Que alegria, ?verdad? Ha venido su hijo.

Brunetti se habia quedado en la puerta. Suor' Immacolata le hizo una sena con la cabeza y entro, absteniendose de cerrar, como era lo obligado.

– Buenos dias, dottore -dijo la monja recalcando las silabas-. Me alegro de que haya podido venir a ver a su madre. ?Verdad que tiene buen aspecto?

El dio unos pasos y se detuvo, manteniendo las manos apartadas del cuerpo.

– Buen di', mamma -dijo-. Soy Guido. Vengo a verte. ?Como estas,

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