La anciana, sin apartar la mirada de Brunetti, asio el brazo de la monja obligandola a agacharse y le cuchicheo al oido.
– Oh, no,
Acariciaba la mano de la anciana y ahora se arrodillo para estar mas cerca. La anciana miro a la monja, dijo varias palabras mas y levanto los ojos hacia Brunetti, que no se habia movido.
– Es el hombre que mato a mi nino -grito de repente-. Lo conozco. Lo conozco. El que mato a mi nino. -Movia el cuerpo de un lado al otro, y empezo a chillar-: Socorro, socorro, ha vuelto y matara a mis ninos.
La monja se alzo rapidamente sobre las rodillas y mirando a Brunetti sacudio la cabeza senalando la puerta. Brunetti, con las manos bien visibles ante si, salio de la habitacion andando lentamente hacia atras y cerro la puerta. Desde fuera, oia los gritos furiosos de su madre y el grave contrapunto de la voz suave y un poco grave de la joven que, con su arrullo, fue apaciguando a la anciana hasta que, poco a poco, cesaron los gritos. En el pasillo no habia ventanas, y Brunetti no podia mirar sino la puerta.
Al cabo de unos diez minutos,
– Lo siento,
– No se apure, hermana. Esto no se puede prever. ?Le ha hecho dano?
– Oh, no, estoy bien. No sabia lo que hacia, pobrecita.
– ?Le hace falta algo?
– No, no, tiene todo lo que necesita.
A Brunetti le parecia que su madre no tenia nada de lo que necesitaba, o quiza que ya no necesitaba ni volveria a necesitar nada.
– Es usted muy buena, hermana.
– Es bueno el Senor,
Brunetti no supo que decir. Estrecho la mano de la monja, la retuvo varios segundos y la envolvio con su otra mano.
– Gracias, hermana.
– Que Dios le bendiga y le de fuerzas,
16
Habia transcurrido una semana, y el asunto de Maria Lucrezia Patta ya no era el sol en torno al cual giraba la
A pesar de que era uno de los mayores escandalos que se habian producido en decadas -?y cuando habia sido pequeno un escandalo?-, la opinion popular era que pronto estaria todo
Una de las empleadas de la oficina de pasaportes que estaba unas puertas mas arriba de la
A ultima hora de la manana, la opinion publica tuvo que tomarse un respiro, pero por la tarde era de dominio publico no solo que Mascari habia muerto a causa de la «mala vida» que llevaba pese a los consejos de los pocos amigos que conocian su vicio secreto, sino que su esposa se negaba a reclamar el cuerpo y a darle cristiana sepultura.
Brunetti tenia una cita con la viuda a las once, y acudio a ella ignorante de los rumores que circulaban por la ciudad. Llamo a la Banca di Verona y le informaron de que, hacia una semana, su oficina en Mesina habia recibido una llamada telefonica de un hombre que dijo ser Mascari, que les aviso de que tenia que aplazar la visita dos semanas o quiza un mes. No; no se habian preocupado de confirmar la llamada, ya que no habia razones para dudar de su autenticidad.
El apartamento de Mascari estaba en el tercer piso de un edificio proximo a
– Pase, por favor -dijo la mujer, dando un paso atras. El, despues del preceptivo «con permiso», entro en el apartamento y tuvo la extrana sensacion de que ya habia estado alli otra vez. Cuando miro mas atentamente, descubrio que ello se debia a que este apartamento era casi igual al de la anciana de
– ?Quiere beber algo? -pregunto ella, por formulismo, evidentemente.
– No,
– Si, comprendo -dijo ella retrocediendo a la habitacion. Se sento en una de las mullidas butacas y Brunetti en la otra. La mujer retiro un hilo del brazo de la butaca, hizo con el una bolita y la guardo cuidadosamente en el bolsillo de la chaqueta.
– No se si habra oido los rumores que rodean la muerte de su marido,
– Se que lo encontraron vestido de mujer -dijo ella con voz ahogada.
– Si sabe eso, comprendera que debo hacerle ciertas preguntas.
Ella asintio mirandose las manos.
El podia preguntar con brutalidad o con rodeos, y opto por los rodeos.
– ?Tiene o ha tenido alguna vez razones para creer que su marido incurriera en practicas semejantes?
– No se a que se refiere -dijo ella, aunque lo que el queria decir no podia estar mas claro.
– Me refiero al travestismo.
?Por que no decir que era un travesti, sencillamente?
– Eso es imposible.
Brunetti no dijo nada, solo espero a que ella siguiera hablando. Pero ella solo repitio, imperturbable:
– Eso es imposible.
– ?Su marido recibia llamadas telefonicas extranas?
– No se que quiere decir.