que no lo eran.

– ?Y las obras beneficas? -pregunto Brunetti.

– Tambien muy vagas. Llamo a los hospitales, y ninguno habia tenido contacto con la Liga. Yo pregunte en la agencia de asistencia a los ancianos, y nadie habia oido decir que la Liga hiciera algo por los viejos.

– ?Y los orfanatos?

– Nadia hablo con la madre superiora de la orden que regenta los tres mas importantes. Dijo que habia oido hablar de la Liga, pero nunca habia recibido ayuda.

– ?Y la mujer del banco? ?Por que pensaba Nadia que era miembro?

– Porque vive en un apartamento administrado por la Liga. Pero ni ha sido miembro ni, segun dice, conoce a ninguno. Nadia sigue buscando.

Si Nadia esperaba retribucion por todo este tiempo, probablemente Vianello acabaria pidiendole el resto del mes de permiso.

– ?Y Santomauro? -pregunto Brunetti.

– Al parecer, todo el mundo sabe que es el jefe, pero no como ha llegado a serlo. Y, lo que es aun mas interesante, nadie tiene idea de que significa ser el jefe.

– ?No celebran reuniones?

– Se dice que si. En salas parroquiales o en casas particulares. Pero Nadia tampoco pudo encontrar a alguien que hubiera asistido a alguna.

– ?Ha preguntado a los del departamento de Finanzas?

– No; pense que lo haria Elettra.

?Como, «Elettra»? ?Que era esto, la familiaridad del converso?

– Yo pedi a la signorina Elettra que viera que informacion podia encontrar en el ordenador, pero esta manana aun no la he visto.

– Me parece que esta abajo, en el archivo -dijo Vianello.

– ?Que hay de la vida profesional de Santomauro?

– Exitos y solo exitos. Representa a dos de las inmobiliarias mas importantes de la ciudad, a dos concejales y por lo menos a tres bancos.

– ?Es uno de ellos la Banca di Verona?

Vianello miro la libreta y volvio una pagina.

– Si. ?Como lo ha sabido?

– No lo sabia, pero es donde trabajaba Mascari.

– Dos y dos, cuatro, ?verdad? -dijo Vianello.

– ?Relaciones politicas? -pregunto Brunetti.

– ?Con dos concejales entre sus clientes? -dijo Vianello, respondiendo con otra pregunta.

– ?Y la esposa?

– Al parecer, nadie sabe mucho de ella, pero todo el mundo esta convencido de que es la que manda en la familia.

– ?Hay mas familia?

– Dos hijos. Uno, arquitecto y el otro, medico.

– La familia italiana perfecta -observo Brunetti, y pregunto-: ?Y de Crespo? ?Que se sabe?

– ?Ha visto su ficha de Mestre?

– Si. Lo de costumbre. Drogas. Intento de extorsion a un cliente. Nada de violencia. Ninguna sorpresa. ?Ha descubierto usted algo mas?

– No mucho mas -respondio Vianello-. Le han atacado dos veces, pero las dos veces dijo que no sabia quien habia sido. Rectifico: la segunda vez. -Vianello paso varias paginas de la libreta-. Aqui esta. Dijo que habia sido «asaltado por unos ladrones».

– ?«Asaltado»?

– Es lo que ponia el informe. Lo copie palabra por palabra.

– El signor Crespo debe de leer muchas novelas.

– Demasiadas, diria yo.

– ?Ha encontrado algo mas? ?A nombre de quien esta extendido el contrato del apartamento?

– No, senor. Lo comprobare.

– Y diga a la signorina Elettra que mire si encuentra algo acerca de las finanzas de la Liga, o de Santomauro, Crespo o Mascari. Declaracion de impuestos, extractos bancarios, prestamos. Esta informacion tiene que estar disponible.

– Ella sabra como conseguirla -dijo Vianello tomando notas-. ?Desea algo mas, comisario?

– Nada mas. Tan pronto como sepa algo, comuniquemelo. O si Nadia encuentra a algun miembro.

– Si, senor -dijo Vianello poniendose en pie-. Esto es lo mejor que podia ocurrir.

– ?A que se refiere?

– Nadia empieza a interesarse por mi trabajo. Ya sabe como ha estado durante estos ultimos anos, siempre grunendo cuando yo salia tarde o tenia que trabajar el fin de semana. Pero, nada mas probarlo, se ha lanzado como un sabueso. Tendria usted que oirla hablar por telefono, como sonsaca a la gente. Lastima que en el Cuerpo no tengamos eventuales.

17

Brunetti calculo que, si se daba prisa, podria llegar a la Banca di Verona antes de que cerrara, siempre y cuando una oficina que actuaba desde un primer piso y que no parecia tener un lugar para desarrollar las funciones publicas propias de un banco tuviera un horario regular. Llego a las doce y veinte y, al encontrar cerrada la puerta de la calle, apreto el boton situado junto a la sencilla placa de laton que tenia grabado el nombre del banco. La puerta se abrio con un chasquido, y Brunetti se encontro en el pequeno zaguan en el que habia estado el sabado con la anciana.

En lo alto de la escalera, Brunetti vio que la puerta del banco estaba cerrada, por lo que tuvo que pulsar otro timbre. Al cabo de un momento oyo acercarse unos pasos, se abrio la puerta y aparecio un joven alto y rubio que, evidentemente, no era el hombre al que habia visto salir el sabado por la tarde.

El comisario saco del bolsillo su carnet y lo mostro al joven.

– Buon giorno. Comisario Brunetti, de la questura de Venecia. Deseo hablar con el signor Ravanello.

– Un momento, por favor -dijo el joven, y cerro la puerta rapidamente, antes de que Brunetti pudiera impedirselo. Paso un minuto largo, la puerta volvio a abrirse, y el comisario se encontro frente a otro hombre, ni rubio ni alto, pero tampoco el que el habia visto en la escalera.

– ?Si? -pregunto a Brunetti, como si el anterior hubiera sido un espejismo.

– Deseo hablar con el signor Ravanello.

– ?De parte de quien?

– Ya se lo he dicho a su companero. Comisario Guido Brunetti.

– Ah, si, un momento.

Esta vez, Brunetti estaba preparado, ya tenia el pie levantado, para interponerlo en el umbral a la primera senal de que el hombre fuera a cerrar la puerta. Habia aprendido el truco en las novelas de intriga y nunca habia tenido ocasion de ponerlo en practica

Tampoco ahora pudo probarlo. El hombre acabo de abrir la puerta y dijo:

– Por favor, comisario, pase. El signor Ravanello lo recibira con mucho gusto.

Parecia una suposicion un tanto temeraria, pero no seria Brunetti quien le negara el derecho a opinar.

Las oficinas parecian ocupar la misma superficie que el apartamento de la anciana. El hombre lo llevo por un despacho que correspondia a la sala de estar, tambien con cuatro ventanas que daban al campo. Habia tres hombres con traje oscuro sentados ante sendos escritorios, pero ninguno de ellos se molesto en apartar la mirada de la pantalla de su ordenador cuando Brunetti cruzo el despacho. Su acompanante se paro delante de una puerta que, en casa de la anciana, era la de la cocina. Llamo y

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