ciudades. Incluso en otros paises, aunque no se que podra encontrar. -La
– La mayoria de las viejas carpetas siguen abajo -dijo ella-. Estan un poco revueltas, pero aun es posible encontrar algo.
– ?Cree que podra?
Hacia menos de dos semanas que ella habia empezado a trabajar en la
– Desde luego. Hoy dispongo de mucho tiempo libre -dijo ella, dando pie a Brunetti para que sacara el otro tema.
Brunetti aprovecho la ocasion para preguntar:
– ?Que novedades hay?
– Esta noche cenan juntos. En Milan. El se va esta tarde en el coche.
– ?Usted que cree que pasara? -pregunto Brunetti a pesar de que sabia que no debia preguntar.
– Cuando arresten a Burrasca, ella tomara el primer avion. O quiza el se ofrezca a acompanarla a casa de Burrasca despues de la cena… a el le encantaria, imagino, llegar con ella y ver en la calle los coches de la policia. Probablemente, volveria con el esta misma noche.
– ?Por que querra el que vuelva? -pregunto Brunetti al fin.
La
– El la quiere, comisario. Debe usted comprenderlo.
23
Habitualmente, el calor quitaba a Brunetti el apetito, pero esta noche, por primera vez desde que habia cenado con Padovani, tenia hambre. Camino de casa, paro en Rialto, sorprendido al encontrar algunos puestos de fruta y verdura abiertos despues de las ocho. Compro un kilo de tomates pera muy maduros, y la vendedora le dijo que los llevara con cuidado y no pusiera nada encima. En otro puesto compro un kilo de higos y oyo la misma recomendacion. Afortunadamente, cada consejo estaba acompanado de una bolsa de plastico, y Brunetti llego a casa con una bolsa en cada mano y la mercancia en perfecto estado.
Abrio todas las ventanas del apartamento, se puso un pantalon de algodon holgado y una camiseta de manga corta, y se fue a la cocina. Pico cebollas, escaldo los tomates para pelarlos con facilidad y salio a la terraza a buscar unas hojas de albahaca. Con movimientos mecanicos, sin prestar atencion a lo que hacia, preparo una sencilla salsa y puso agua para cocer la pasta. Cuando el agua ya salada empezo a hervir a borbotones, echo medio paquete de
Mientras cocinaba, pensaba en las personas que habian intervenido en los sucesos de los diez ultimos dias, aunque sin buscar una cohesion entre aquella pleyade de nombres y caras. Cuando estuvo hervida la pasta, la escurrio, la volco en una fuente honda y le echo la salsa por encima. La revolvio con un cucharon y la saco a la terraza, donde ya tenia un tenedor, una copa y una botella de Cabernet. Comio directamente de la fuente. La terraza era alta y nadie podia verlo, como no estuviera en lo alto del campanario de San Polo. Se comio toda la pasta, rebano la salsa con un trozo de pan, llevo la fuente a la cocina y salio con un plato de higos recien lavados.
Antes de emprenderla con ellos, volvio a entrar a buscar los
Al llegar a la
Las once, y Patta no habia llegado. La mayoria de los funcionarios que trabajaban en la
Cuando, poco antes de la hora del almuerzo, Vianello entro en su despacho, Brunetti penso que venia a decirle que los papeles no habian llegado o, lo que era mas probable, que el banco y la Liga habian descubierto un obstaculo burocratico que retrasaria la entrega quiza indefinidamente.
–
– ?Que hay, sargento? -pregunto Brunetti levantando la mirada de los papeles que tenia en la mesa.
– Unas personas desean hablar con usted.
– ?Quienes son? -pregunto Brunetti dejando el boligrafo sobre el papel que tenia delante.
– El
– ?Y puedo preguntar quienes son el
– Son, desde hace dos anos, los inquilinos de uno de los apartamentos que administra la Liga.
– Siga, Vianello -dijo Brunetti, interesado.
– El apartamento del profesor estaba en mi lista, por lo que esta manana he ido a hablar con el. Cuando le he preguntado como consiguio el apartamento, me ha dicho que las decisiones de la Liga eran privadas. Tambien le he preguntado como paga el alquiler y me ha respondido que ingresa mensualmente doscientas veinte mil liras en la cuenta de la Liga en la Banca di Verona. Cuando le he pedido que me dejara ver los recibos, ha dicho que no conserva ninguno.
– ?No? -pregunto Brunetti, mas interesado aun.
Como nunca se sabia si a un organismo oficial iba a darle por dudar de que se hubiera pagado una factura, liquidado un impuesto o presentado un documento, en Italia nadie tiraba documentos y, menos, los comprobantes de que se habia hecho un pago. Brunetti y Paola tenian dos cajones llenos de recibos que se remontaban a una decada, mas tres cajas repletas de documentos en el trastero. La persona que decia que habia tirado un recibo del alquiler, o estaba loca o mentia.
– ?Donde esta situado el apartamento del profesor?
– En el Zattere, con vistas a la Giudecca -dijo Vianello, mencionando una de las zonas mas codiciadas de la ciudad. Y agrego-: Calculo que tiene seis habitaciones, aunque no he pasado del recibidor.
– ?Doscientas veinte mil liras? -pregunto Brunetti, pensando que era lo que habia pagado Raffi por unos Timberland hacia un mes.
– Si, senor.
– Haga el favor de decir al profesor y su esposa que pasen, sargento. A proposito, ?de que es profesor el