– Preguntaba si estaba la esposa -repitio el inspector.

Brunetti movio negativamente la cabeza. -No lo se. Mientras yo estaba alli, no ha aparecido, pero no hay razon por la que ella tuviera que querer hablar conmigo.

– ?Existe una esposa? -pregunto Pucetti poniendo enfasis en la primera palabra.

Antes que reconocer que no lo sabia, Brunetti prefirio decir:

– He pedido a la signorina Elettra que reuna toda la informacion posible sobre la familia.

– Me parece que los periodicos hablaron de ellos -dijo Vianello-. Hace anos. -Brunetti y Pucetti esperaban que prosiguiera, pero el inspector solo agrego__; No recuerdo bien, pero tengo la impresion de que era algo relacionado con la esposa.

– Sea lo que sea, ella lo encontrara -dijo Pucetti. Anos atras, Brunetti hubiera respondido a la pueril confianza de Pucetti en los poderes de la signorina Elettra con la misma condescendencia con que se contemplan los transportes de los fervorosos campesinos ante la licuefaccion de la sangre de san Gennaro. Pero ahora el mismo se habia sumado a la legion de los rusticos creyentes, y se guardo bien de mostrarse esceptico.

– ?Por que no le dices al comisario lo que me has contado a mi? -pregunto Vianello a Pucetti, sacando al ?oven agente de sus devociones, y a Brunetti, de sus reflexiones.

– Dice el portiere que la puerta se cierra a las diez de la noche -empezo Pucetti-. La mayoria de los profesores tienen llave, pero los alumnos que vuelven mas tarde han de llamar.

– ?Y…? -dijo Brunetti, percibiendo la reserva del joven.

– No estoy seguro -respondio Pucetti, y explico-: Dos de los chicos con los que he hablado, por separado, desde luego, parecian tomarlo a broma. Cuando les he preguntado, uno se ha sonreido y ha hecho esto… -aqui Pucetti se acerco el pulgar de la mano derecha a los labios.

Brunetti observo el gesto, pero no hizo comentario alguno y dejo continuar a Pucetti.

– Me parece que los chicos tienen razon y que el portiere es un borracho. Serian las once de la manana cuando he hablado con el y ya estaba medio achispado.

– ?Ha mencionado eso alguno de los otros chicos?

– No he querido insistir en el tema, comisario. No queria que ninguno de ellos supiera lo que me habian dicho los otros. Siempre es mejor hacer que piensen que ya estoy al corriente de todo: asi imaginan que si mienten lo sabre. Pero tengo la impresion de que pueden entrar y salir cuando quieran.

Brunetti movio la cabeza de arriba abajo invitandole a continuar.

– Me parece que no he averiguado mucho mas. La mayoria estaban horrorizados y eran ellos los que me hacian preguntas a mi.

– ?Que les preguntaba usted concretamente?

– Lo que usted me dijo, comisario: si conocian bien a Moro y si habian hablado con el estos ultimos dias. Ninguno recordaba nada de particular que el dijera o hiciera, ni si actuaba de modo extrano, y ninguno ha dicho que Moro fuera gran amigo suyo.

– ?Y los profesores?

– Lo mismo. Ninguno de los que ha hablado conmigo recordaba haber observado algo especial en la conducta de Moro durante los ultimos dias. Todos han dicho que era muy, muy buen muchacho, pero se han dado prisa en senalar que en realidad no lo conocian muy bien.

Los tres reconocian el fenomeno: la mayoria de la gente siempre niega saber algo. Era excepcional que la persona interrogada admitiera estar familiarizada con el objeto de las investigaciones de la policia. Uno de los textos que habia estudiado Paola en su tesis doctoral era un documento medieval titulado The Cloud of Unknowing [La nube del no saber]. Durante un momento, Brunetti la imagino como un lugar seco y abrigado al que todos los testigos o testigos potenciales huian como ratas asustadas y en el que permanecian acurrucados hasta que ya no quedaban preguntas por hacer.

– Yo queria hablar con su companero de habitacion -prosiguio Pucetti-; pero anoche no estaba, ni la anterior, -Al ver que lo miraban con interes explico-: Veintitres chicos, entre ellos, el companero de cuarto de Moro, han ido este fin de semana a la Academia Naval de Livorno. Futbol. El partido se jugo el domingo por la tarde, y ayer y esta manana han tenido clases alli. No regresan hasta esta noche.

Vianello meneo la cabeza con gesto de fatiga y resignacion.

– Me parece que esto es todo lo que vamos a sacar de ellos.

Pucetti se encogio de hombros en mudo asentimiento.

Brunetti iba a decir que esto era lo que cabia esperar de una ciudadania que veia al adversario en la autoridad y en quienes trataban de imponerla, pero opto por callar. El habia leido lo suficiente como para saber que existen paises cuyos ciudadanos no perciben en su gobierno a una fuerza hostil sino que creen que el Gobierno esta ahi para atender sus necesidades y responder a sus deseos. ?Que diria el si un conocido suyo mantuviera que esto era asi aqui, en esta ciudad, en este pais? Que era una prueba de desequilibrio mental mucho mas convincente que el delirio religioso.

Aquella tarde, Vianello y Pucetti debian volver a la academia, para interrogar al resto de los alumnos y profesores. Brunetti decidio dar por terminada la conversacion, dijo que estaria en su despacho y se fue.

La curiosidad y el deseo de ver a la signorina Elettra y enterarse de lo que habia conseguido averiguar, le hicieron desviarse de la escalera y dirigirse a su pequeno despacho. Alli tuvo la sensacion de encontrarse en una floresta: junto a la pared del fondo se alineaban cuatro arboles altos, de grandes hojas verde oscuro, anchas y relucientes, en sendos tiestos de barro. Sobre este fondo oscuro, la signorina Elettra estaba sentada a su mesa luciendo unos colores que normalmente solo visten los monjes budistas. El efecto de conjunto era el de una enorme fruta exotica delante del arbol del que ha caido.

– ?Limoneros? -pregunto el.

– Si.

– ?De donde los ha sacado?

– Un amigo mio ha dirigido Lulu en la opera. Me los envio despues de la ultima funcion.

– ?Lulu?

Ella sonrio.

– Exactamente.

– No recuerdo que hubiera limoneros en Lulu -dijo el, desconcertado pero siempre dispuesto a dejarse ilustrar.

– El situo la opera en Sicilia -explico ella.

– Ah -dijo Brunetti, tratando de recordar el argumento. La musica, afortunadamente, estaba olvidada-. ?Usted fue a verla?

Ella tardaba tanto en responder que, al principio, el penso que tal vez la habia ofendido con la pregunta. Al fin, la joven dijo:

– No, senor. Mi nivel puede no ser muy alto, pero nunca iria a una funcion de opera en una carpa de feria. En un aparcamiento.

Brunetti, cuyos principios de estetica estaban firmemente asentados sobre la misma base, asintio y pregunto:

– ?Ha encontrado algo sobre Moro?

La sonrisa de la joven era ahora mas debil, pero seguia siendo una sonrisa.

– Algo ha llegado. Espero que un amigo de Siena me amplie la informacion acerca de Federica, la esposa.

– ?Que hay de ella?

– Tuvo un accidente cerca de alli.

– ?Que clase de accidente? -De caza.

– ?De caza? ?Un accidente de caza, una mujer? -pregunto el con incredulidad.

Ella alzo las cejas dando a entender que todo es posible, en un mundo en el que Lulu se situa en Sicilia, pero dijo:

– Voy a hacer caso omiso del clamoroso machismo de esa pregunta, comisario. -Hizo una didactica pausa y

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