– ?A quien?

– Al Gobierno, por supuesto.

– ?Y que se hace con las recomendaciones?

– Se examinan, se estudian y se toma una decision. Y, si es necesario, se aprueba una ley o se modifica la existente.

– ?Asi de sencillo? -dijo Brunetti.

La sonrisa de Perulli no llego a florecer del todo antes de que la congelara el tono de Brunetti.

– Riete si quieres, Guido, pero no es facil gobernar un pais como este.

– ?Y tu crees que lo gobiernas?

– Yo personalmente, no -dijo Perulli como si lo lamentara-. Por supuesto que no.

– ?Entonces todos vosotros juntos? ?Los del Parlamento?

– Si nosotros no, ?entonces quien? -pregunto Perulli alzando la voz con una indignacion proxima a la colera.

– Eso digo yo -convino Brunctti. Tras una pausa, prosiguio con voz perfectamente normal-: ?Sabes algo mas de esas comisiones… por ejemplo, quien mas figuraba en ellas?

Perulli titubeo antes de responder: el subito giro que Brunetti habia dado a la conversacion lo dejaba sin blanco para su irritacion.

– No creo que haya mucho que decir de cualquiera de ellas. No son importantes, y generalmente estan formadas por nuevos miembros o por personas que no estan bien relacionadas.

– Comprendo -dijo Brunetti con indiferencia-. ?Conoces a alguien mas que estuviera en esas comisiones?

Temia que con esto apretaba demasiado las clavijas, y quiza Perulli se cerrara en banda o se negara a dedicarle mas tiempo, pero, al cabo de un momento, el parlamentario contesto:

– Conozco a uno o dos, pero solo superficialmente.

– ?Podrias hablar con ellos?

– ?De que? -pregunto Perulli con suspicacia.

– De Moro.

– No. -La respuesta fue inmediata.

– ?Por que no? -pregunto Brunetti, aunque estaba seguro de conocer la respuesta.

– Porque, cuando me has llamado, has dicho que querias hacerme unas preguntas. No que yo tuviera que empezar a hacer tu trabajo por ti. Mientras hablaba, el tono de Perulli se hacia mas aspero. -Miro a Brunetti, que no decia nada, y parecio que su silencio acrecentaba su colera-: No se por que te interesas por Moro, pero m; alegro de que alguien lo investigue. -Unas manchas rojas del tamano de pelotas de golf le tenian las mejillas.

– ?Por que? -pregunto Brunetti.

De nuevo, Perulli descruzo las piernas, pero esta vez se inclino hacia adelante, agitando el indice en direccion a Brunetti.

– Porque es un imbecil santurron, siempre hablando de fraude y de falta de honradez y… -Aqui Perulu ahueco la voz, arrastrando la ultima silaba de cada palabra de un modo que a Brunetti le recordo la forma de hablar de Moro-. Nuestra responsabilidad para con el ciudadano -prosiguio, y aqui la imitacion degenero en un remedo sarcastico-. No podemos seguir haciendo como si nuestros escanos, como si este Parlamento fuera un comedero, y nosotros, una piara de cerdos -declamo Perulli. Era evidente que estaba citando a Moro.

Brunetti esperaba que el otro continuara: Augusto nunca habia sabido cortar una broma a tiempo. Pero esta vez Perulli lo sorprendio, porque se callo, aunque no sin ceder a la tentacion de pinchar a Brunetti diciendo:

– SI ha hecho algo, no me sorprenderia. El no es distinto de cualquiera de nosotros.

– ?Los que teneis las manitas metidas en el comedero? -pregunto Brunetti suavemente.

Sus palabras tuvieron el efecto de una bofetada. Perulli se abalanzo sobre Brunetti apuntandole al cuello con la mano derecha, pero olvido la mesita de centro y se dio con el borde debajo de las rodillas, patino sobre su superficie y fue a parar al suelo.

Brunetti se habia levantado mientras Perulli aterrizaba. Al verlo en el suelo, aturdido, quiso extender una mano para ayudarle a levantarse, pero se detuvo. Se acerco al caido y se agacho para mirarlo de cerca, con curiosidad. El pelo de Perulli habia caido hacia adelante, dejando al descubierto una pequena cicatriz redonda y fruncida detras de la oreja izquierda. Satisfecho de haber detectado la causa del juvenil aspecto de Perulli, Brunetti se quedo a la expectativa hasta que vio que el otro se ponia de rodillas y apoyaba las manos en el suelo. Entonces dio media vuelta y salio del apartamento.

8

Al salir a la calle, Brunetti miro el reloj y le sorprendio ver que eran casi las cinco. Estaba hambriento y a mitad de camino entre el trabajo y el hogar. No sabia que encontraria en casa para comer y, mientras llegaba y comia, ya se habria hecho tarde para volver a la questura. Trazo mentalmente la ruta de San Marco, repasando cada bar y trattona del recorrido y, visto lo que encontraria en aquella direccion, marco otro itinerario via Campo Sant'Angelo y Campo San Fantin. Aunque comprendia que aquel era un sentimiento absurdo y reconocia que se habia saltado el almuerzo por voluntad propia, de pronto, sintio que lo invadia una oleada de autocompasion: el se volcaba en su trabajo y tenia que pasar hambre a una hora en la que era imposible conseguir un plato caliente.

Entonces le vino a la mente una de las pocas historias de la guerra que habia oido a su padre, pero la recordaba de modo confuso, porque su padre no la contaba dos veces igual. Recien terminada la guerra, su padre y dos companeros iban andando por la Baja Sajonia, cuando, de una casa bombardeada, salio un perro abandonado que los saludo carinosamente y se puso a seguirlos. Al dia siguiente, ellos se comieron al perro. Con los anos, el episodio habia adquirido para Brunetti valor de parabola, y no podia menos que pensar en el cada vez que alguien hablaba de comida con lo que el consideraba afectacion, como si fuera un refinamiento y no una necesidad basica. Le bastaba oir a una amiga de Paola hablar de su delicada digestion, que no toleraba ni las hortalizas que hubieran estado al lado de los ajos, para acordarse del perro. Hacia anos, en una comida, el hombre que estaba sentado frente a el decia que no podia comer carne que no procediera de su carnicero, que enseguida notaba la diferencia. Cuando el hombre acabo de hablar y hubo recibido las pertinentes muestras de admiracion por poseer un paladar tan fino, Brunetti conto la historia del perro.

Corto hacia Campo San Fantin, se metio en un bar y pidio dos tramezzini y una copa de vino blanco. Al poco rato, entro a tomar un cafe una atractiva mujer de cabello oscuro que llevaba un abrigo cenido, con dibujo de piel de leopardo y un audaz sombrero que parecia una pizza negra puesta en equilibrio sobre un bonete. Mientras la mujer se tomaba su cafe, el la miro un momento, sumandose con ello a todos los hombres del bar. Brunetti se dijo entonces que sin duda cada uno de los presentes estaria dando gracias, como las daba el, porque aquella mujer les hubiera alegrado la vista con su presencia.

Animado por la vision, Brunetti salio del bar y volvio a la questura. Al entrar en su despacho, vio una carpeta encima de la mesa y, al abrirla, descubrio con sorpresa que era el informe de la autopsia de Ernesto Moro. Su reaccion inmediata fue la de preguntarse que se proponia Venturi, que maniobra o que intriga se traia entre manos y contra quien. Tanta celeridad solo podia obedecer al deseo de conseguir el favor de Brunetti, favor que el patologo solo podia buscar si estaba planeando una jugada contra un rival, o presunto rival, bien en la policia, bien en el sistema medico.

Brunetti se nego a seguir especulando acerca de los motivos de Venturi y centro la atencion en el informe. En el momento de su muerte, Ernesto Moro tenia una salud excelente, no presentaba sintoma de enfermedad alguna, ni una simple caries en la dentadura, aunque en ella se apreciaban senales de anteriores trabajos de ortodoncia. Se habia fracturado la pierna izquierda, quiza hacia diez anos, pero la fractura se habia curado por completo; no se le habian extirpado ni las vegetaciones ni el apendice.

La causa de la muerte habia sido estrangulamiento. No habia manera de averiguar desde que altura habia caido el cuerpo antes de que el nudo se cerrara alrededor de la garganta, pero no habia sido suficiente para fracturarle el cuello, por lo que el muchacho habia muerto estrangulado. Segun Venturi, no habia sido un proceso rapido, y la cuerda habia causado fuertes abrasiones en las zonas delantera y lateral derecha del cuello. Eso indicaba que, en sus ultimos momentos, habia tenido fuertes convulsiones provocadas por la presion de la cuerda.

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