A continuacion se indicaban las medidas exactas de ?a cabina de la ducha en la que se habia encontrado el cuerpo y el posible alcance de unos brazos tan largos como los suyos. Brunetti penso entonces en las marcas de la pared.

A juzgar por los alimentos hallados en el estomago, era probable que la muerte se hubiera producido entre la medianoche y las tres de la madrugada. No habia indicios de consumo de drogas y, al parecer, con su ultima comida habia ingerido una cantidad de vino moderada, probablemente, no mas de un solo vaso y, desde luego, no tanto como para hacerle perder la lucidez. Brunetti volvio a poner los papeles en la carpeta y dejo esta abierta sobre la mesa. Aquel informe lo decia todo y no decia nada. El comisario trato de hacer abstraccion del hecho de que la signora Moro hubiera sido herida de un disparo, y contemplar la muerte de su hijo como un hecho aislado. Los posibles motivos mas evidentes eran o bien un desengano que le hubiera provocado un acceso de desesperacion o el deseo de hacer sufrir a alguien para vengarse de un supuesto agravio. Si se volvia a introducir a la madre en el planteamiento, los posibles motivos se multiplicaban. El muchacho dejaba de ser el sujeto agente para convertirse en objeto de otro agente.

Siguiendo este hilo de vagas especulaciones, Brunetti estimaba que la supervivencia de la madre indicaba que no era ella el objetivo principal, con lo que solo quedaba el propio Moro. Pero tampoco este supuesto permitia sacar conclusiones: mientras no tuviera idea de que era lo que hacia de Moro un objetivo y para quien, todas las especulaciones serian tan fragiles como inconexas las incidencias en las que trataba de basarlas.

La entrada de la signorina Elettra puso fin a sus indefinidas cavilaciones.

– ?Ha visto eso? -pregunto ella al acercarse, senalando con el menton el informe de la autopsia.

– Si. ?Que opina usted?

– No lo entiendo, no concibo por que un chico como el habia de suicidarse. No tiene sentido.

– Por desgracia, no es tan raro que un chico se suicide.

Parecio que esta observacion la apenaba. Se paro delante de la mesa, con una carpeta en la mano.

– Pero, ?por que?

– He estado hablado con uno de los cadetes. Dice que no ve claro el futuro, que quiza ellos ni tengan futuro.

– Que tonteria -dijo ella secamente-. Siempre hay un futuro.

– Yo solo repito lo que ha dicho el.

– ?Un cadete?

– Si.

Ella estuvo callada mucho rato y al fin dijo:

– Yo sali con un cadete.

La curiosidad de Brunetti se desperto al momento.

– ?Cuando aun iba a la escuela? -pregunto.

Ella movio los labios en una sonrisa maliciosa.

– No fue la semana pasada, desde luego -respondio. Y agrego-: Si; yo tenia dieciseis anos. -Miro al suelo un momento, reflexionando y dijo-: No; en realidad, solo dieciseis. Eso lo explica.

El no dejo escapar la ocasion de preguntar:

– ?Que explica?

– Que pudiera soportar todo lo que soporte.

Brunetti se levanto a medias y senalo la silla del otro lado de la mesa.

– Tome asiento, por favor.

Ella se aliso la falda al sentarse y se puso la carpeta en el regazo.

– ?Que tuvo que soportar? -pregunto el, incapaz de imaginar a la signorina Elettra soportando algo contra su voluntad.

– Iba a decir que aquel chico era fascista, que lo eran todos y que, probablemente, estos de ahora tambien lo son, pero quiza todos no. Asi que solo dire que el era fascista, y chulo, y esnob, y que la mayoria de sus amigos tambien lo eran. -Una larga experiencia habia ensenado a Brunetti a detectar cuando la signorina Elet-tra se limitaba a hacer solfeggi discursivo y cuando se disponia a atacar un aria, y ahora percibia senales de esto ultimo.

– ?Hasta ahora no se ha dado cuenta? -pregunto el, dandole pie, con este breve recitativo, para que entonara el aria.

– Mis amigas y yo los veiamos pavonearse por la ciudad con sus capas y nos parecian los chicos mas estupendos y fabulosos del mundo. Si alguno se dirigia a una de nosotras, era como si se hubieran abierto los cielos para que descendiera un dios. Y entonces uno… -Se interrumpio un momento y opto por otras palabras-: Yo empece a salir con uno de ellos.

– ?A salir?

– A tomar cafe, a pasear o a sentarnos en un banco de los Giardini, a charlar. -Sonriendo tristemente, rectifico-: Bueno, a escucharle. -Volvio a sonreir-. Lo nuestro, mas que conversacion era monologo. Cada vez que nos veiamos, el hablaba y yo escuchaba.

– Eso debio de permitirle conocerlo mas pronto -apunto Brunetti secamente.

– Si -dijo ella con enfasis-. Lo conoci.

Brunetti no sabia muy bien que pregunta hacer.

– ?Que le hace decir de el esas cosas?

– ?Que era esnob, fascista y bravucon?

– Si.

– Usted conoce a Barbara, ?verdad? -dijo ella refiriendose a su hermana mayor.

– Si.

– Entonces mi hermana estaba en Padua, estudiando en la Facultad de Medicina, y yo no la veia mas que los fines de semana. Hacia casi un mes que salia con Renzo cuando, un fin de semana, pedi a Barbara que me dejara presentarselo. Yo lo veia tan guapo, tan listo, tan reflexivo. -Resoplo al recordar su adolescencia y prosiguio-: Imagine: reflexivo. Con dieciocho anos.

Aspiro profundamente y le sonrio, y Brunetti comprendio que la historia tenia final feliz.

– El siempre me hablaba de politica y de historia, temas de los que tambien solian hablar Barbara y mis padres. No obstante, lo que decia el me sonaba de otra manera. Pero tenia unos bellos ojos azules y, en su casa de Milan, tenia un descapotable. -Volvio a sonreir y suspiro al recordar a la nina que habia sido.

Como parecia que no se decidia a continuar, el pregunto:

– ?Y se lo presento a Barbara?

– Ah, si, y apenas cruzaron cuatro palabras ya se detestaban. Estoy segura de que el penso que Barbara era una especie de canibal comunista y ella debio de considerarlo un cerdo fascista. -Sonrio de nuevo.

– ?Y…?

– Uno de los dos tenia razon.

El pregunto riendo:

– ?Cuanto tardo usted en darse cuenta?

– Ah, supongo que lo supe desde el principio, pero aquellos ojos… Y el descapotable. -Se rio-. Llevaba una foto del coche en la cartera.

A Brunetti se le hacia dificil imaginar a una signorina Elettra tan frivola; pero, tras un momento de reflexion, ya no le parecio tan sorprendente.

– ?Que paso entonces?

– Pues que, cuando llegamos a casa y Barbara la emprendio con el, fije como si… ?como dice la Biblia…? como si se me cayera la venda de los ojos, o algo por el estilo. No tuve mas que dejar de mirarlo y empezar a escuchar lo que decia, y reflexionar sobre ello, para darme cuenta de que era un gusano repugnante.

– ?Que decia?

– Lo que dice siempre esa gente: la gloria de la nacion, los sagrados valores de la familia, el heroismo de los hombres en la guerra. -Se interrumpio y agito la cabeza como el que emerge de los escombros-. Es curioso, la de cosas que una persona puede llegar a oir sin darse cuenta de que no son mas que tonterias.

– ?Tonterias?

– SI el que las dice no es mas que un mozalbete inmaduro, son tonterias, me parece a mi. Si las dice un

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