gozaba de inmunidad.

– Ciao, Guido -dijo Perulli al abrir la puerta, tendiendo la mano a Brunetti.

Este comprendio lo teatral que habia resultado su vacilacion en estrechar la mano de Perulli, que tambien lo advirtio. Ninguno de los dos trataba de disimular su recelo mientras buscaba sin recato en el otro las senales dejadas por los anos transcurridos desde la ultima vez que se habian visto.

– Cuanto tiempo, ?verdad? -dijo Perulli, que dio media vuelta para guiar a Brunetti al interior del apartamento. Su figura alta seguia siendo esbelta y se movia con la gracia y la fluidez de aquella juventud que habia compartido con Brunetti y demas companeros. Aun tenia el pelo espeso, que ahora llevaba mas largo que antes, y la piel tersa, iluminada todavia por los restos del bronceado veraniego. Brunetti se pregunto cuando habia empezado a buscar en las caras de sus amigos de juventud la huella del paso del tiempo.

El apartamento estaba practicamente igual que como el lo recordaba: techos altos y espacios bien proporcionados, comodos sofas y sillones que invitaban a una charla sincera y hasta, quiza, indiscreta. Colgados de las paredes habia retratos de hombres y mujeres de ?pocas preteritas: a el le constaba que Perulli se referia a ellos con naturalidad, dando a entender que eran antepasados suyos, cuando en realidad su familia habia vivido durante generaciones en Castello, dedicada al comercio de fiambres y embutidos.

Tambien habia fotos nuevas, en marcos de plata, dispuestas encima de la no muy lograda copia de una comoda florentina del siglo XVI. Brunetti se paro a mirarlas y, reflejada en ellas, vio la trayectoria de la carrera de Perulli: el adolescente con unos amigos; el joven recien salido de la universidad con uno de los lideres del partido politico al que se habia unido Perulli por aquel entonces; el adulto, en compania de un antiguo alcalde de la ciudad, del ministro del Interior y del Patriarca de Venecia. Detras, con un marco mas fastuoso todavia, la cara de Perulli sonreia desde la portada de un semanario de actualidad que ya habia dejado de publicarse. Aquella foto, y la necesidad de Perulli de hacer que el mundo la viera, entristecieron a Brunetti a pesar suyo.

– ?Quieres tomar algo? -pregunto Peruili desde el otro lado de la sala, delante de un sofa de piel, como si le urgiera despachar esta formalidad para poder sentarse cuanto antes.

– No, nada -dijo Brunetti-. Gracias.

Perulli se sento tirandose cuidadosamente de las perneras del pantalon, para que no se le marcaran rodilleras, gesto que hasta entonces Brunetti solo habia observado en ancianos. ?Tambien se levantaria los faldones del abrigo antes de sentarse en el vaporetto7.

– Supongo que no querras fingir que aun somos amigos, ?verdad? -pregunto Perulli.

– No quiero fingir nada, Augusto -dijo Brunetti-. Solo quiero hacerte unas preguntas, y te agradeceria que me contestaras honradamente.

– ?Y no como la otra vez? -pregunto Perulli con una sonrisa que queria ser desenfadada pero salio sardonica, produciendo en Brunetti un desconcierto momentaneo: habia algo nuevo en la boca de Perulli, un rictus distinto.

– No; no como la otra vez -dijo Brunetti sorprendiendose a si mismo por lo tranquilo de su tono, tranquilo pero cansado.

– ?Y si no puedo contestar?

– Me lo dices y me ire.

Perulli asintio y luego dijo:

– No tenia alternativa, ?comprendes, Guido?

Brunetti, haciendo como si no le hubiera oido, pregunto:

– ?Conoces a Fernando Moro?

Observo que la reaccion de Perulli al oir el nombre habia sido de algo mas que simple reconocimiento.

– Si.

– ?Lo conoces bien?

– Tiene un par de anos mas que nosotros, mi padre era amigo del suyo, si nos veiamos por la calle nos saludabamos y alguna vez habiamos tomado una copa, por lo menos, cuando eramos mas jovenes. Desde luego, no puedo decir que fuera amigo mio. -Brunetti intuyo lo que venia a continuacion y no lo pillo desprevenido-: No como tu. -Por eso se quedo impasible.

– ?Lo veias en Roma?

– ?En el terreno social o profesional?

– Uno u otro.

– Socialmente, no, pero quiza coincidieramos alguna vez en Montecitorio. De todos modos, como representabamos a partidos distintos, no trabajabamos juntos.

– ?Ni en las comisiones?

– No; nunca estuvimos en la misma.

– ?Que hay de su fama?

– ?Que fama?

Brunetti ahogo el suspiro que le subia a la garganta y respondio con voz neutra:

– Su fama de politico. ?Que opinaba de el la gente?

Perulli descruzo sus largas piernas para volver a cruzarlas inmediatamente en sentido inverso. Bajo la cabeza, levanto la mano hasta la ceja izquierda y se la froto varias veces; era lo que hacia siempre que examinaba una idea o tenia que meditar una respuesta. Al ver la cara de Perulli desde ese otro angulo, Brunetti observo que sus pomulos parecian distintos, mas acusados y definidos que cuando era estudiante. La voz, cuando al fin se dejo oir, era suave.

– Yo diria que, en general, la gente lo tenia por un hombre honrado. -Bajo la mano y esbozo una pequena sonrisa-. Quiza demasiado honrado. -Amplio la sonrisa hasta convertirla en la que las jovencitas primero y las mujeres despues habian encontrado irresistible.

– ?Que significa eso? -pregunto Brunetti, tratando de dominar la irritacion que le producia el tono zumbon que estaban adquiriendo las respuestas de Perulli.

Este no contesto inmediatamente y, mientras pensaba lo que diria o como lo diria, fruncio los labios varias veces, en un gesto que Brunetti no le conocia. Al fin dijo:

– Supongo que eso significa que a veces resultaba dificil trabajar con el.

Esa respuesta no decia nada a Brunetti, que volvio a preguntar:

– ?Que significa eso?

Perulli no pudo contener un fugaz destello de irritacion al mirar a Brunetti, pero cuando hablo su voz era tranquila:

– Para las personas que no estaban de acuerdo con el significaba que era imposible convencerlo para que enfocara las cosas desde otro punto de vista.

– ?O sea, el punto de vista de esas personas? -pregunto Brunetti, ecuanime.

Perulli no mordio el anzuelo y se limito a decir:

– Desde cualquier punto de vista que no fuera el que el habia adoptado.

– ?Alguna vez tuviste diferencias con el?

Perulli rechazo la idea moviendo la cabeza negativamente.

– Como ya te he dicho, nunca estuvimos en ?a misma comision.

– ?En que comisiones trabajo el? -pregunto Brunetti.

Perulli apoyo la cabeza en el respaldo de la butaca y cerro los ojos, y Brunetti no pudo menos que pensar que ese era un gesto deliberado para mostrar la energia que Perulli estaba dispuesto a invertir en responder a la pregunta.

Despues de una pausa que parecia eternizarse, Perulli dijo:

– Que yo recuerde, estuvo en la comision que supervisaba el servicio de Correos, en una relacionada con la agricultura, y la tercera… -Se interrumpio, miro a Brunetti con una sonrisita complice y prosiguio-: No recuerdo de que iba la tercera. Quiza la mision en Albania, la cosa de la ayuda humanitaria, o las pensiones para los agricultores. No estoy seguro.

– ?Que hacian esas comisiones?

– ?Que hacen las comisiones? -pregunto Perulli, sinceramente sorprendido de que un ciudadano tuviera necesidad de preguntar tal cosa-. Estudiar el problema.

– ?Y despues?

– Elevar sus recomendaciones.

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