prosiguio-: Ocurrio hace un par de anos. Estaba en la casa de campo de unos amigos, cerca de Siena. Una tarde salio a dar un paseo y recibio un disparo en una pierna. Afortunadamente, la encontraron antes de que se desangrara y la llevaron al hospital. -?Se encontro al cazador?

– No; pero era temporada de caza, y se supuso que un cazador, al oirla, la tomo por un animal y disparo hacia el ruido a ciegas.

– ?Y despues no se molesto en ir a ver a lo que habia disparado? -se sublevo Brunetti. Y agrego otra pregunta-: O, si lo vio, ?no fue en su ayuda ni pidio socorro?

– Es lo de siempre -dijo ella, con identica indignacion-. No hay mas que leer los periodicos: cada ano, cuando se levanta la veda, cuatro o cinco caen ya el primer dia, y la cosa continua durante toda la temporada. Unos tropiezan con la propia escopeta y se saltan la tapa de los sesos. -A Brunetti le parecio que no habia en su tono ni asomo de compasion-. Pero tambien se disparan unos a otros y el que cae se queda tirado, desangrandose, porque nadie quiere exponerse a que lo arresten por haber disparado a alguien.

El fue a decir algo, pero ella lo atajo agregando:

– Y a mi aun me parece poco.

Brunetti se quedo a la expectativa, para ver si ella se calmaba y se retractaba de lo dicho, pero luego decidio no ahondar en las causas de la antipatia de la joven hacia los cazadores y pregunto:

– ?Se llamo a la policia, cuando la hirieron?

– No lo se. Es lo que estoy esperando, el informe de la policia.

– ?Donde esta ella ahora? -pregunto Brunetti.

– Es otra de las cosas que trato de averiguar.

– ?No esta con su marido?

– No lo se. He mirado en los archivos de la Comune, y ella no figura como residente en el domicilio del marido, a pesar de ser copropietaria del apartamento. -Brunetti estaba tan habituado a los fraudulentos pero utiles malabarismos de la signorina Elettra que ya no le inquietaba pensar que una persona mas escrupulosa con la legalidad traduciria aquel «he mirado» por «me he colado» en los archivos.

Desde luego, podia haber muchas razones por las que la esposa de Moro no figurara como residente en el domicilio de Dorsoduro, pero la mas evidente era la de que no vivia con su marido.

– Aviseme cuando tenga el informe del accidente de caza -dijo Brunetti, preguntandose si estas palabras provocarian una nueva diatriba. Al igual que la mayoria de los venecianos, Brunetti era contrario a la caza, ejercicio que le parecia caro, incomodo y ruidoso en demasia. Por otra parte, su experiencia de policia a la vez que su habito de reflexionar sobre la conducta humana, le habian sugerido con harta frecuencia una alarmante correlacion entre el interes de un hombre por las armas de fuego y su sentimiento de deficiencia sexual.

– Pudo tratarse de una advertencia -dijo ella sin preambulos.

– Desde luego -respondio el, que habia pensado lo mismo en el preciso instante en que ella menciono el accidente-. Pero ?con que objeto?

7

La suspicacia que habia ido calando en los huesos de Brunetti en el transcurso de los anos, le hacia sospechar que el accidente de la signora Moro podia haber sido otra cosa. Ella debio de gritar al recibir el disparo, y un grito de mujer por fuerza tenia que hacer acudir a cualquier cazador. Aunque el no tenia una gran opinion de los cazadores, se resistia a creer que alguno de ellos pudiera abandonar a una mujer en el suelo, sangrando. Esa conviccion lo llevo a considerar que clase de persona podia hacer tal cosa, lo cual, a su vez, le hizo preguntarse que otros actos de violencia podia ser capaz de cometer esa persona.

Brunetti sumo a estas especulaciones el hecho de que Moro hubiera servido en el Parlamento durante algun tiempo y hubiera dimitido hacia unos dos anos. Una coincidencia puede asociar hechos por especie, sujeto o tiempo: una misma cosa sucede a distintas personas, distintas cosas suceden a la misma persona, o distintas cosas suceden a distintas personas al mismo tiempo. Moro habia renunciado a su escano en el Parlamento por las mismas fechas en que su esposa habia sido herida. Normalmente, esto no levantaria sospechas, ni siquiera en una persona tan instintivamente recelosa como Brunetti, de no ser porque la muerte del hijo de ambos marcaba un punto desde el que podia iniciarse un proceso de triangulacion especulativa en torno a la posible relacion del tercer hecho con los otros dos.

Brunetti miraba al Parlamento con los ojos con que la mayoria de los italianos miran a la suegra. Sin lazos de sangre que la hagan acreedora a afecto y consideracion, la suegra exige obediencia y respeto, sin hacer nada por merecerlos. Esta presencia extrana, impuesta en la vida de una persona por el puro azar, impone exigencias cada vez mayores a cambio de vanas promesas de armonia domestica. La resistencia es inutil, ya que toda oposicion tiene inevitablemente tortuosas e imprevisibles repercusiones.

Brunetti levanto el telefono y marco el numero de su casa. Cuando, despues de la cuarta senal, oyo el contestador, colgo sin hablar, abrio el cajon de abajo y saco la guia telefonica. La abrio por la P y busco Perulli, Augusto. Arrojo la guia al cajon y marco el numero.

A la tercera senal, una voz masculina contesto:

– Perulli.

– Brunetti. Tengo que hablar contigo.

Despues de una pausa bastante larga, el hombre dijo:

– Ya me extranaba que tardaras tanto en llamar.

– Si -fue toda la respuesta de Brunetti.

– Dentro de media hora. Durante una hora. Si no, manana.

– Ire ahora -dijo Brunetti.

Cerro el cajon con el pie y salio del despacho y de la questura. Disponia de media hora y decidio ir andando hasta Campo San Maurizio y, como le sobraba tiempo, entro en el taller de una amiga, a saludar. Pero tenia en la cabeza pensamientos muy alejados de la joyeria, y solo estuvo lo justo para intercambiar un beso y prometer venir pronto a cenar con Paola. Luego cruzo el campo y se dirigio hacia el Canal Grande.

Hacia seis anos que habia estado en el apartamento, hacia el final de una larga investigacion que habia seguido el rastro de una operacion de narcotrafico que iba desde las fosas nasales de adolescentes neoyorquinos hasta una discreta cuenta en Ginebra, pasando por Ve-necia, donde una parte del dinero habia sido invertido en un par de pinturas que debian ir a parar, con el resto del dinero, a los sotanos de la entidad helvetica. El dinero habia viajado sin tropiezo por el empireo reino del ciberespacio, pero los cuadros, de menos eterea materia, habian sido retenidos en el aeropuerto de Ginebra. Uno era de Palma el Viejo y el otro de Marieschi, ambos, por consiguiente, parte del patrimonio artistico del pais, por lo que no podian ser exportados, por lo menos, legalmente.

Aun no hacia cuatro horas que los cuadros habian sido descubiertos cuando Augusto Perulli llamaba a los carabinieri para denunciar el robo. No habia pruebas de que Perulli hubiera sido informado de la retencion de los cuadros -posibilidad que apuntaria a una inconcebible corrupcion policial-, por lo que se decidio que Brunetti, que habia ido a la escuela con Perulli y mantenian una relacion amistosa, fuera a hablar con el. Tal decision no se tomo hasta el dia siguiente de que se encontraran los cuadros, cuando ya se habia liberado de la custodia policial al hombre que los transportaba, si bien la indole exacta del descuido burocratico que habia dado lugar a semejante error no llego a ser aclarada a satisfaccion de la policia italiana.

Cuando, finalmente, Brunctti hablo con su antiguo condiscipulo, Perulli dijo que no habia descubierto la desaparicion de los cuadros hasta el dia antes y que no tenia idea de como habia podido ocurrir. Cuando Bru-netti quiso saber como era posible que solo hubieran robado dos cuadros, Perulli le impidio que siguiera haciendo preguntas al darle su palabra de honor de que no sabia absolutamente nada del asunto, y Brunetti le creyo.

Dos anos despues, el hombre que habia sido detenido con los cuadros, volvio a ser arrestado por los suizos, esta vez, en Zurich, por trafico de inmigrantes. Con el objeto de hacer un trato con la policia, el hombre admitio que, efectivamente, los cuadros se los habia dado Perulli, que le habia pedido que los entregara a su nuevo propietario al otro lado de la frontera, pero para entonces Perulli habia sido elegido miembro del Parlamento y

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