Johnny saco el telefono movil, hizo como que marcaba un numero y se puso el aparato al oido. Entonces la pareja volvio a lo suyo.
Johnny los observaba a escondidas. El hombre de la silla de ruedas llevaba un pantalon corto, sus piernas desnudas eran de un blanco azulado y aparentemente no podian soportar su peso. Tenia el pelo despeinado y ralo. Sus manos reposaban sobre las ruedas, aparentemente tambien sin fuerza. Tendra algo mas que paralisis de las piernas, penso Johnny, y mirandolo mas de cerca descubrio que el hombre tenia un tubo de plastico que le atravesaba el cuello. Eso significaba que tambien necesitaba ayuda para respirar, lo que a su vez queria decir que la debilidad ya le habia subido por el cuerpo, llegando hasta la musculatura de alrededor de los pulmones. La mujer se movia alrededor de el, cuidandolo, dandole de beber, sujetandole la taza junto a la boca. Le secaba la barbilla y la frente con un panuelo, le coloco un cojin que el hombre tenia en la espalda. Movio al tuntun una fuente de sandwiches que habia sobre la mesa, pero que ninguno de los dos tocaba.
Tras haber observado fijamente durante un buen rato a la pareja del jardin, Johnny dio unos pasos por la carretera. Se detuvo junto al buzon de la casa y leyo el nombre y la direccion. Luego volvio a sentarse en la ladera. Se llamaban Landmark. Astrid y Helge Landmark, calle Sandberg 15. Johnny consiguio su numero de telefono en Informacion y llamo.
La mujer oyo el telefono a traves de la puerta abierta del jardin y desaparecio en el interior de la casa para contestar.
El hombre se habia quedado solo en el jardin, abandonado con sus piernas marchitas. Intento averiguar donde habia ido la mujer, la ayudante de la que tanto dependia. Si ahora necesitaba algo, tendria que gritar. Si fuera capaz de gritar. Una inquietud que apenas era capaz de transmitir fisicamente, apenas era visible en su cuerpo viscoso.
Johnny apago el telefono movil. Unos segundos mas tarde volvio a salir la mujer, un poco confundida porque alguien la habia enganado para que abandonara su puesto. Enseguida se acerco al hombre y le acaricio el brazo. Entonces Johnny se sento en la Suzuki y se marcho. El desamparo del hombre y la preocupacion de la mujer le habian dejado sumido en un extrano estado de animo.
De camino a casa se paso por la presa de Sparbo.
Empujo la Suzuki el ultimo trecho a traves del bosque, y la apoyo contra el tronco de un abeto. Estaba a punto de llegar a la presa cuando descubrio algo entre los arboles. Alguien habia llegado antes que el. Y ese alguien se habia colocado sobre el muro de la presa, donde el solia sentarse. Se sintio tan decepcionado que le entraron ganas de gritar, porque era su sitio, su punto secreto junto al agua, y nunca habia visto a nadie elegir justo ese lugar. Entonces descubrio una bicicleta. Estaba en el brezo a su derecha, una bicicleta azul. Se escondio detras de un arbol y miro con tanta intensidad que le escocian los ojos. La bicicleta era una Nakamura. La que estaba sentada en su sitio era Else Meiner, esa estupida que tanto gritaba. Estaba leyendo un libro. Y no tenia ni idea de que el estaba detras de un arbol, mirandola fijamente. Se quedo contemplando su trenza pelirroja. El sol la hacia brillar como un grueso cable de bronce. Un empujoncito, penso, e iras derecha al agua con tu puntiaguda nariz por delante. Volvere a por ti, penso. Encontrare el momento oportuno, y entonces recibiras tu merecido. Permanecio unos minutos contemplando la estrecha espalda. Luego volvio sigilosamente por el brezo. Se saco la navaja suiza del cinturon y rajo las dos cubiertas de la bicicleta de la chica. El sol habia calentado el caucho, lo que facilito la penetracion del cuchillo. Y luego el viento en la cara, lagrimas en los ojos y jubilo en el corazon.
Su madre aun no habia vuelto cuando el entro en el patio.
Fue derecho a su habitacion, abrio la puerta de la jaula y se llevo a Butch con el a la cama. Butch era mas pequeno que Bleeding Heart, y su cuerpo mas redondo, pero tan vibrantemente vivo como lo era la cobaya. Dejo al hamster corretear por el edredon, y, antes de poderlo evitar, el animal habia depositado unos minusculos excrementos en la sabana. Eran secos y duros, y faciles de recoger. Tal vez deberia guardarlos, penso, para luego mezclarlos con la comida de la hiena. Luego fue de puntillas hasta el dormitorio de su madre. Alli permanecio un rato contemplando sus cosas y su desorden. Aqui vive la hiena, penso, esta es su madriguera. Voy a hacerme con un cepo para zorras, penso, y te lo colocare delante de la puerta. Asi caeras en la trampa cuando te levantes y salgas al pasillo. Luego te veras obligada a andar con el cepo puesto hasta que el hierro se oxide y se te pudra el pie.
La gente oira tus aullidos por toda la urbanizacion Askeland.
Salio de la habitacion, cerro la puerta y fue al salon. Decidio ver un video, rebusco un poco en el estante y eligio por fin una pelicula de terror que se llamaba
«Un descenso de pesadilla al infierno.»
Capitulo 3
La mujer se llamaba Astrid Landmark y acababa de cumplir cincuenta anos. Su marido, Helge, tenia cincuenta y nueve, pero sentado en la silla de ruedas parecia mucho mayor. Su mujer lo habia llevado en la silla frente a la pantalla del televisor, pero no seguia el programa. Estaba como adormilado, y el centelleo azulado y la luz le hacian parecer mortalmente palido.
Astrid estaba de espaldas, planchando alguna prenda. Resultaba dificil mirarlo a los ojos, porque la paralisis le iba subiendo inexorablemente por el cuerpo, como la marea. Pronto no seria capaz de tragar, hablar o respirar. Los dos lo sabian, conocian el desarrollo de la enfermedad hasta el minimo detalle. El temor a la muerte ya se habia instalado en el, y no tenia fuerzas para combatirlo. Ella ya no podia soportarlo. No sabia donde fijar la mirada ni que decir. Casi todas las palabras eran peligrosas, casi todo era ya innombrable. Palabras como en la primavera que viene, o las proximas Navidades, o en otra ocasion, eran ya imposibles, porque no habria proxima vez. Deberian hablar de muchas cosas, cosas importantes como la muerte y el entierro. ?Y que deberia hacer ella con la cabana de la montana, que tan cara les habia salido? ?Debia conservarla? ?Seria capaz de ocuparse del mantenimiento de la casa? ?Sabria arrancar la maquina cortacesped o la quitanieves en el invierno? ?Quien daria aceite a la casa? Necesitaba ya una nueva capa. Y habria que podar los frutales, ?no? Estaba muy acalorada planchando. En realidad no hacia falta planchar, porque las camisas habian pasado por la secadora y estaban suaves y lisas. Pero ella preferia estar haciendo algo, asi parecia muy ocupada, y, mientras estaba ocupada, el se mantenia tranquilo, y la verdad, esa terrible verdad, se barria debajo de la alfombra. Ahora se sentia tranquila, porque estaba de espaldas, y entonces el no la molestaria. Luego bajaria al sotano a poner otra lavadora. Tambien tenia planeado hacer masa para pan, fregar el cristal de la puerta de la entrada y pasar la fregona por el suelo de la cocina. Mientras el estaba en la silla de ruedas. Mientras la angustia y el miedo le subian como hormigas. Y cuando ella por fin se sentara en un sillon a su lado a descansar, el se daria cuenta de la desesperacion de ella, y no sabria afrontarla. Entonces solia pedirle ayuda para acostarse, y luego la mujer tenia una hora para ella, sola en la penumbra. El estaria en el dormitorio, llorando contra la pared, mientras ella sollozaba en el sillon delante del televisor.
Colgo las camisas recien planchadas en perchas. Oyo a su marido carraspear debilmente, tal vez tuviera algunas flemas en las vias respiratorias, ya que no tenia fuerza para toser. Por eso quedaban gorgoteando en su garganta. A ella le molestaba ese gorgoteo, le resultaba un sonido repugnante. Como si el hombre tuviera cien anos en lugar de cincuenta y nueve. Se encogio un poco sobre la tabla de planchar. Debia ser fuerte y sacrificada, estaria al lado de su marido hasta la muerte, incansable, indulgente y paciente. Lo ayudaria a morir con dignidad. Pero no funcionaba. Habia en ella unos aspectos que le eran desconocidos y que ahora emergian a la superficie como monstruos envenenados; Astrid maldecia a Dios y a la vida humana, se maldecia a si misma y a la muerte. Pero lo peor era que en sus momentos mas negros tambien maldecia a su marido, Helge, que se veia expuesto a esa enfermedad, a ese terrible deterioro. Esto no coincidia con los planes que habian hecho juntos. El siempre