– Pero ?que dijo? -pregunto Astrid-. Ese hombre que decia llamarse doctor Mikkelsen. Diganme lo que dijo.
– Fue muy breve. Tal vez estaba un poco alterado. Parecia muy joven, pense que tal vez era un recien licenciado. No dijo gran cosa, solo indico la direccion. Y el nombre, claro. Dijo que Landmark llevaba enfermo mucho tiempo, y que era un fallecimiento esperado. Le pregunte por el certificado. Si nos lo podia enviar por correo. Dijo que si, que nos lo enviaria por correo.
– ?El certificado?
– El certificado de defuncion -explico-. Huelga decir que lo tenemos que tener antes de iniciar nuestra labor. Muchos medicos lo envian por correo.
Astrid reunio fuerzas para volver a entrar en la casa.
– Tenemos que denunciarlo -dijo Arnesen-. Inmediatamente.
– Hagalo usted por mi -le rogo Astrid-. Tengo que volver con Helge.
Helge estaba sentado junto a la ventana.
La luz crepuscular banaba su cara, mas palida que nunca.
El coche de la agencia funeraria arranco, pero aun seguia en el patio. El motor apenas se oia, nada mas que un rumor de mal augurio.
– ?Que estan haciendo? -pregunto Helge Landmark.
Astrid lo miro con cara de pena.
– Alguien los ha llamado -explico-. Es todo pura invencion. Vamos a denunciarlo a la policia. Ya sabes que han sucedido cosas extranas ultimamente, esquelas falsas y cosas asi. En los periodicos. Y algo paso con un bebe en Bjerketun, ?te acuerdas? Seguro que se trata de la misma gente. Tal vez algunos chiquillos para divertirse.
Ella seguia de pie en medio de la habitacion, mirandolo fijamente. Sin entender por que, tenia la sensacion de que su marido le estaba echando la culpa de lo sucedido. Como si fuera ella la que habia puesto en marcha esa cruel broma. Nos estamos cayendo por el precipicio, penso, la muerte ha llegado a nuestra casa. Ese invitado del que nunca nos hemos atrevido a hablar.
Helge Landmark se concentro para decir algo. Astrid veia como se esforzaba.
– Podria haberme ido con ellos -dijo amargado-. Habria sido lo mas practico.
Salieron de el unos sonidos, unos debiles jadeos. Helge Landmark se estaba riendo. Y su risa era tan amarga que Astrid se sentia muy apenada. Ella entendio enseguida lo que a el le hacia falta, y lo que ella debia hacer: acercarse corriendo a su marido y asegurarle que aun lo necesitaba. Y asi era. Necesitaba a Helge Landmark, el mecanico de vuelo, ese hombre erguido y ancho de hombros a quien conocio cuando tenia diecinueve anos y con el que se caso luego. Pero no necesitaba a ese pobre hombre en la silla de ruedas. La enfermedad estaba impregnandolo todo, se habia instalado en las paredes y en todas las habitaciones. Un sillon vater en el bano. Una cuna en el dormitorio. Una caja con medicinas dosificadas en la cocina. Lo ultimo que ella veia antes de dormirse por la noche era la silla de ruedas. Esa gran rueda de goma gris llenaba todo su campo de vision. Le hacia pensar en una turbina que la aspiraba hacia dentro, haciendole dar vueltas a una velocidad vertiginosa hasta que ya no sabia lo que era arriba y lo que era abajo. Luego se despertaba con esa misma rueda por la manana.
– ?Por que no se van? -pregunto ella angustiada.
El coche todavia seguia alli.
– Esta hablando por el movil -contesto Helge-. Supongo que ha llamado a la policia.
Acerco la cara al cristal de la ventana para ver mejor.
– Mira el coche -dijo-. Es una limusina.
Los dos miraron al patio.
– Diles que entren -dijo de repente Helge.
Astrid lo miro asustada.
– ?Que?
– Ve a pedirles que entren -repitio Helge-. Tengo algo que decirles.
– Pero, Helge -dijo ella-. Ellos no tienen la culpa.
Entonces Helge la miro con insistencia y rozo su brazo con una mano torpe. Era una reaccion poco corriente en el, era como si se despertara por primera vez en mucho tiempo.
– ?Puedes hacer lo que te digo? Tienes las piernas sanas, ?puedes darte prisa y llegar antes de que se vayan?
Astrid corrio hacia la puerta. Llego al coche en el instante en que se iban. Los hombres la miraron interrogantes a traves de la ventanilla, que se bajo lentamente.
– Mi marido quiere hablar con ustedes -dijo Astrid, resignada-. ?Les importaria entrar a verlo? Siento molestarles, pero esto resulta muy dificil.
Los hombres de Memento vacilaron. La idea de tener que mirar a los ojos a Helge Landmark les resultaba sumamente incomoda. Pero hicieron lo que Astrid les pedia. Salieron del coche y entraron en la casa tras ella. Se quedaron en medio del salon mirando a Helge Landmark en la silla de ruedas.
– Buenas tardes.
Helge Landmark saludo con la cabeza, y ellos le devolvieron el saludo. El senalo por la ventana con una mano blanca.
– Les estoy entreteniendo -dijo-, pero se trata de ese coche.
Los hombres lo miraron, pendientes de lo que iba a decir.
– Quiero decir -dijo Landmark- que es un coche realmente cojonudo.
Ambos no pudieron sino sonreir.
– Si que lo es -confirmo Ingemar Arnesen.
Landmark seguia estudiando el vehiculo a traves del cristal. Se toco el pelo despeinado.
– ?Lo tienen desde hace mucho? -pregunto.
– Desde el mes de mayo.
Landmark miro al mas joven de los dos hombres. Era realmente muy joven, y esa situacion en la que se veia envuelto le habia producido manchas rojas en las mejillas.
– ?Y tu como te llamas? -le pregunto en tono rudo.
– Knoop -contesto-. Karl Kristian Knoop.
Volvio a inclinarse, por si acaso.
– ?Eres aprendiz? -le pregunto Landmark.
El joven asintio. Se esforzaba por manejar la situacion de un modo correcto, con continuas y rapidas miradas a su jefe, que estaba a su derecha.
– ?Y te han dejado conducirlo?
Knoop contesto modestamente que no con un gesto de la cabeza.
Landmark miro al jefe, ahora con los ojos brillantes.
– Tendra usted que permitir que lo conduzca -dijo-. Hay que dejar paso a los jovenes. Aguantan mucho mas que nosotros.
Se hizo una breve pausa. Astrid se retorcia las manos, porque no sabia muy bien lo que vendria despues. Helge habia tomado una decision, ella lo veia en sus ojos.
– Hablenme entonces del coche -les pidio-. ?Que clase de coche es?
Los hombres se animaron inmediatamente, y Arnesen tomo la palabra.
– Es un Daimler -explico-. Un Eagle Daimler. Modelo del ochenta y siete.
– No esta mal -dijo Landmark-. Una maravilla conducirlo, supongo.
– Un encanto -contesto Arnesen con enfasis.
– No se habia conducido antes en este pais, ?a que no?
– Lo compramos a Wilcox Limousines -contesto Arnesen-. En muy buen estado. Antes pertenecio a una agencia llamada Morning Glory.
– Justo. Ja, ja -se rio Helge Landmark-. Morning Glory. Ya, ya, es una manera de decirlo.
– Ciento sesenta y cuatro caballos.
– Ah.