para confidencias. Ni para ayudarle con el desasosiego que llevaba sintiendo desde que empezo a recibir las cartas.

No tenia con quien contar. Y sabia que el era el artifice de su aislamiento y se conocia lo bastante bien como para saber que no habria actuado de otra forma de haber tenido la oportunidad. El exito tenia un sabor demasiado dulce. La sensacion de ser superior, de saberse admirado, era demasiado embriagadora. No se arrepentia de nada, pero si le habria gustado poder contar con alguien.

A falta de otra cosa, decidio buscar lo que consideraba casi lo mejor. Sexo. Nada lo hacia sentirse mas invencible como fuera de control. Y no tenia nada que ver con la pareja, que habia ido cambiando a lo largo de los anos hasta el punto de que ya no podia relacionar los nombres con las caras. Recordaba que habia una mujer que tenia unos pechos perfectos, pero por mas que se esforzara, no lograba evocar la imagen de la cara que les correspondia. Y a otra que tenia un sabor increible, que lo hacia desear usar la lengua, aspirar el aroma. Pero ?cual era el nombre? No tenia ni idea.

En aquellos momentos era Cecilia y no creia que fuese a recordarla por nada en particular. Era un instrumento. En todos los sentidos. Totalmente aceptable en la cama, pero no como para hacer cantar a los angeles. Un cuerpo lo bastante bien formado como para que se le levantara, pero nada que echase de menos cuando se hallaba en su cama, cerraba los ojos y se lo hacia solo. Cecilia existia, era accesible y complaciente. Ahi radicaba su principal atraccion, y Erik sabia que no tardaria en cansarse de ella.

Pero en aquellos momentos era mas que suficiente. Llamo impaciente al timbre con la esperanza de no tener que darle demasiada conversacion antes de poder penetrarla y sentir como se relajaban las tensiones.

Comprendio que sus esperanzas se verian frustradas en cuanto ella le abrio la puerta. Le habia enviado un mensaje al movil preguntandole si podia pasarse por alli y ella le habia contestado con un «si». Ahora se dijo que deberia haberla llamado para comprobar de que humor estaba. Porque la veia resuelta. Ni enfadada ni disgustada, no. Solo resuelta y serena. Y aquella actitud lo inquietaba mas que si hubiese estado enfadada.

– Pasa, Erik -le dijo invitandolo a entrar.

Erik. Nunca era buena cosa que utilizara su nombre de aquella manera. Significaba que pretendia imprimir mas peso a lo que dijera. Que queria atraer toda su atencion. Y se pregunto si aun podria darse media vuelta, decir que tenia que irse a casa y evitar por todos los medios entrar en su juego.

Pero la puerta ya estaba de par en par y Cecilia iba camino de la cocina. No tenia eleccion. Muy a su pesar, cerro la puerta, se quito el abrigo y fue tras ella.

– Que bien que hayas venido. Estaba pensando en llamarte -le dijo Cecilia.

Erik se puso de espaldas a la encimera, se echo hacia atras y se cruzo de brazos. Esperando. Ahora empezaria, como siempre. Aquel baile. En el que ellas querian llevar la voz cantante, tomar el mando y avanzar, cuando empezaban a imponer condiciones y a exigir promesas que el nunca podria hacer. A veces, aquellos momentos le proporcionaban cierta satisfaccion. Disfrutaba al ir pulverizando aquellas esperanzas tan pateticas. Pero hoy no. Hoy necesitaba sentir piel desnuda y olores dulces, trepar hasta la cima y experimentar aquella dulce perdida agotadora. Era lo que habria necesitado para mantener a distancia a aquel que lo perseguia. Que aquella mujer estupida hubiese elegido precisamente ese dia para que le destrozara sus suenos…

Erik permanecio inmovil, mirando friamente a Cecilia que, muy serena, le sostuvo la mirada. Aquello era una novedad. Solia ver nerviosismo, mejillas que se encendian ante el esfuerzo de la carrera que pensaban emprender, euforia al haber encontrado en su fuero interno «el valor» para exigir aquello a lo que se creian con derecho. Pero Cecilia se quedo alli, delante de el, sin bajar la vista.

Abrio la boca en el instante en que a Erik empezo a sonarle el telefono en el bolsillo. Abrio el mensaje y lo leyo. Una unica frase. Una frase que hizo que se le doblaran las piernas. Y al mismo tiempo, en algun lugar lejano, oia la voz de Cecilia. Le hablaba a el, le decia algo. Eran palabras imposibles de asimilar, pero ella lo obligo a escucharlas, obligo a su cerebro a dotar las silabas de significado.

– Erik, estoy embarazada.

Recorrieron en silencio todo el camino hasta Fjallbacka. Paula le pregunto si queria que lo hiciera ella, pero el nego con la cabeza. Habian ido a buscar a Lena Appelgren, la pastora, que iba en el asiento trasero. Tampoco ella habia dicho nada desde que se entero de los detalles que necesitaba conocer.

Cuando entraron en el acceso a la casa de los Kjellner, Patrik lamento haber cogido el coche policial en lugar de su Volvo. Al verlo, Cia solo podia interpretarlo de un modo.

Llamo al timbre. Cinco segundos mas tarde, Cia les abrio la puerta y Patrik comprendio por la expresion de su cara que habia visto el coche y habia sacado sus conclusiones.

– Lo habeis encontrado -dijo abrigandose con la chaqueta cuando noto el frio invernal que entraba por la puerta abierta.

– Si -confirmo Patrik-. Lo hemos encontrado.

Cia parecio serena por un instante, pero luego fue como si las piernas hubiesen cedido bajo su peso y se desplomo en el suelo del recibidor. Patrik y Paula la levantaron y, apoyada en ambos, la condujeron a la cocina, donde pudo sentarse.

– ?Quieres que llamemos a alguien? -pregunto Patrik sentandose a su lado y cogiendole la mano.

Cia reflexiono un segundo. Tenia la mirada quebrada y Patrik supuso que le costaba enlazar las ideas.

– ?Quieres que vayamos a buscar a los padres de Magnus? -le sugirio amablemente, y Cia asintio.

– ?Ellos lo saben?

– No -respondio Patrik-. Pero en estos momentos estan hablando con ellos otros dos policias. Puedo llamar y preguntarles si quieren venir.

Pero no hizo falta. Otro coche policial aparco al lado del de Patrik, que comprendio que Gosta y Martin ya se lo habian comunicado a los padres de Magnus, a los que vio salir del coche. Entraron sin llamar y Patrik oyo que Paula, que habia salido al pasillo, hablaba en voz baja con Gosta y Martin. Luego, por la ventana de la cocina, los vio salir de nuevo al frio invernal, antes de subir al coche y alejarse de alli.

Paula volvio a la cocina, seguida de Margareta y Torsten Kjellner.

– Me parecia que cuatro policias eramos demasiados, de modo que les dije que volvieran a la comisaria. Espero haber acertado -dijo la agente. Patrik asintio.

Margareta se acerco a Cia y la abrazo. Y en el abrazo de su suegra, dejo escapar el primer sollozo y despues fue como si el dique hubiera cedido dando paso a las lagrimas, que acudian entre largos hipidos. Torsten estaba palido y ausente, y la pastora se acerco y se presento.

– Sientese usted tambien, voy a poner cafe -dijo Lena. Solo la conocian de vista y ella sabia que ahora su cometido consistia en mantenerse en un segundo plano e intervenir solo si era necesario. Ningun comunicado de aquel tipo se parecia a los demas y a veces no tenia mas que infundir serenidad y preparar algo caliente para beber. Empezo a rebuscar en los armarios y, al cabo de unos minutos, encontro lo que necesitaba.

– Venga, Cia -decia Margareta acariciandole la espalda. Al mirar por encima de la cabeza de su nuera, su mirada se cruzo con la de Patrik, que tuvo que vencer el impulso de apartarla del dolor tan profundo que hallo en los ojos de una madre que acaba de saber que ha perdido a su hijo. Aun asi, era lo bastante fuerte para consolar a su nuera. Habia mujeres tan fuertes que nada podia quebrarlas. Vencerlas si, pero quebrarlas, nunca.

– Lo siento. -Patrik se volvio al padre de Magnus, que estaba alli sentado con la mirada perdida. Torsten no respondio.

– Aqui viene el cafe. -Lena le sirvio una taza y le puso la mano en el hombro unos segundos. Al principio, el hombre no reacciono, pero luego dijo con voz debil:

– ?Azucar?

– Ahora mismo. -Lena empezo a rebuscar de nuevo, hasta que encontro un paquete de azucarillos.

– No lo comprendo… -dijo Torsten cerrando los ojos. Luego volvio a abrirlos-: No lo comprendo. ?Quien querria hacer dano a Magnus? No creo que nadie quisiera hacerle dano a nuestro hijo, ?verdad? -Miro a su mujer, pero ella no lo oia. Seguia agarrada a Cia, a cuyo jersey gris se extendia cada vez mas la mancha humeda de las lagrimas.

– No lo sabemos, Torsten -confeso Patrik, y asintio agradecido a la pastora, que le ofrecio tambien a el una taza de cafe, antes de sentarse con ellos.

– Y entonces ?que sabeis? -A Torsten se le hizo un nudo de ira y de dolor en la garganta.

Margareta le advirtio con la mirada: «Ahora no, no es momento».

El se doblego ante la severidad de su mujer y alargo el brazo para coger unos terrones que removio

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