despacio.
Se hizo el silencio en torno a la mesa. Cia empezaba a serenarse, pero Margareta seguia abrazandola, dejando a un lado, por ahora, su propio dolor.
Cia levanto la cabeza. Tenia las mejillas surcadas de lagrimas y casi se le quebro la voz cuando dijo:
– Los ninos. Ellos no saben nada. Estan en la escuela, tienen que venir a casa.
Patrik asintio. Luego se levanto y Paula y el se encaminaron al coche.
– Quiero que mis joyas sean para las ninas de Laila.
– Lisbet, por favor, ?no podemos dejarlo por ahora? -Le cogio la mano, que descansaba flacida sobre el edredon. El la apreto y noto la fragilidad de sus huesos. Como los de un pajarillo.
– No, Kenneth, no puede esperar. No estare tranquila sabiendo que te lo dejo todo hecho un autentico lio - sonrio.
– Pero… -Kenneth carraspeo e hizo un nuevo intento-. Es tan… -Se le quebro la voz una vez mas y noto que se le llenaban los ojos de lagrimas. Se las enjugo rapidamente. Tenia que aguantar, debia ser fuerte. Pero el llanto termino por humedecer las sabanas estampadas, de las primeras que tuvieron, ahora desgastadas y descoloridas de tantos lavados. El las ponia siempre, porque sabia que a ella le encantaban.
– Delante de mi no tienes que fingir -le dijo Lisbet acariciandole la cabeza.
– Acariciandome la calva, ?no? -pregunto Kenneth intentando sonreir, y ella le guino un ojo.
– Siempre he pensado que eso de tener pelo en la cabeza estaba sobrevalorado, ya lo sabes. Es mucho mas elegante cuando la calva brilla un poco.
Kenneth se echo a reir. Ella siempre habia sabido hacerlo reir. ?Quien lo haria en adelante? ?Quien le daria un beso en la calva y le diria que era una suerte que Dios hubiese previsto una pista de aterrizaje para besos en mitad de su cabeza? Kenneth sabia que no era el hombre mas guapo del mundo pero, a los ojos de Lisbet, siempre lo fue. Y todavia le resultaba extraordinario que el hubiese conseguido una mujer tan guapa. Incluso ahora que el cancer se habia llevado todo y la habia devorado por dentro. La entristecio mucho perder el pelo y el intentaba recurrir a la misma broma que ella, que Dios habia construido una pista de aterrizaje para sus besos. Ella sonreia, pero la sonrisa no afloraba a los ojos.
Siempre se sintio orgullosa de su pelo. Rubio y rizado. Y el la habia visto llorar delante del espejo, cuando se pasaba la mano por los escasos mechones que le quedaron despues del tratamiento. A el le seguia pareciendo guapa, pero era consciente de lo mucho que ella sufria. De modo que lo primero que hizo cuando le surgio un viaje a Gotemburgo fue entrar en una
Pero en esta ocasion lo compro de todos modos. El mas caro que tenian. Ella se incorporo en la cama con esfuerzo y abrio el paquete, saco el fular del hermoso envoltorio y se acerco al espejo. Y, sin apartar la vista de la cara, se anudo en la cabeza el rectangulo de seda brillante con estampado en amarillo y oro, que oculto los mechones, las zonas sin pelo. E hizo aflorar de nuevo a los ojos el brillo que tan duro tratamiento le habia arrebatado junto con el pelo.
Lisbet no dijo una palabra, unicamente se acerco a Kenneth, que estaba sentado en el borde de la cama, y le dio un beso en plena calva. Luego, volvio a acostarse. Se apoyo en el almohadon blanco que hacia resplandecer el dorado del panuelo. A partir de aquel dia, siempre lo llevo en la cabeza.
– Quiero que Annette se quede con aquella cadena de oro tan gruesa y Josefine, con las perlas. El resto pueden repartirselo como quieran, y esperemos que no discutan. -Lisbet se echo a reir, a sabiendas de que las hijas de su hermana no tendrian ningun problema para ponerse de acuerdo en el reparto de las joyas que tenia.
Kenneth se estremecio. Se habia perdido en los recuerdos y aquello lo arranco del pasado de un modo brutal. Comprendia a su mujer y su necesidad de dejarlo todo arreglado antes de abandonar esta vida. Al mismo tiempo, no soportaba nada de aquello que le recordaba lo inevitable, lo que, segun los entendidos, ya no se demoraria en llegar. Habria dado cualquier cosa por no tener que estar asi, con aquella mano fragil entre las suyas, oyendo como la mujer a la que queria repartia sus bienes materiales.
– Y no quiero que te quedes solo el resto de tu vida. Procura salir de vez en cuando, para que veas el panorama, pero ni se te ocurra poner uno de esos anuncios de Internet, porque yo creo que…
– Venga ya, dejalo -le dijo acariciandole la mejilla-. ?De verdad crees que habria alguna mujer que pudiera compararse contigo? Pues lo mejor es no intentarlo siquiera.
– Pero es que no quiero que te quedes solo -respondio muy seria, apretandole la mano tanto como podia-. ?Me oyes? Hay que seguir adelante. -La frente se le perlo de sudor y Kenneth se la seco dulcemente con el panuelo que habia en la mesita.
– Ahora estas aqui. Y eso es lo unico que me importa.
Guardaron silencio un instante, mirandose a los ojos. Alli estaba toda la vida que habian compartido. La gran pasion del comienzo, que nunca desaparecio del todo, por mas que el dia a dia la menoscabara a veces. Todas las risas, la camaraderia, la intimidad. Todas las noches que pasaron juntos, muy juntos, cuando ella reposaba con la mejilla en el pecho de el. Tantos anos pensando en hijos que no llegaron, las esperanzas que arrastraban rios de color rojo, pero que al final desembocaron en la serenidad de quien acepta las cosas como son. Aquella vida llena de amigos, de aficiones, de amor mutuo.
El movil de Kenneth sono en el recibidor. Se quedo sentado, sin soltarle la mano. Pero el aparato seguia sonando y, finalmente, ella le hizo un gesto de asentimiento.
– Mas vale que contestes. Quien sea parece tener mucho interes en hablar contigo.
Kenneth se levanto a disgusto y, una vez en el recibidor, cogio el telefono de la comoda. «Erik», leyo en la pantalla. Una vez mas, noto que lo inundaba una oleada de irritacion. Incluso en aquellas circunstancias invadia su tiempo.
– ?Si? -respondio sin esforzarse por esconder su reaccion. Sin embargo, esta fue cambiando mientras escuchaba. Tras formular varias preguntas breves, colgo y volvio con Lisbet. Respiro hondo, sin apartar la mirada de la cara de su mujer, tan marcada por la enfermedad pero, a sus ojos, tan hermosa, ribeteada por aquel halo