de Sanna irradiaba satisfaccion, aquello era algo nuevo y aterrador. No queria oir mas, no queria seguir jugando a aquel juego, pero sabia que Sanna continuaria hacia su objetivo.

Alargo el brazo para coger algo que habia en una de las sillas, en el otro extremo de la mesa. Le brillaban los ojos de tantos sentimientos acumulados durante todos los anos que llevaban juntos.

– Lo que quiero saber es a quien pertenece esto -dijo sacando algo de color azul.

Christian vio enseguida de que se trataba. Tuvo que contener el impulso de arrancarselo de las manos. ?No tenia ningun derecho a tocar aquel vestido! Queria decirselo, gritarselo y hacerla comprender que habia sobrepasado el limite, pero tenia la boca seca y era incapaz de emitir un sonido. Extendio el brazo para coger la tela azul, cuya suavidad al roce con las mejillas tan bien conocia y cuyo tacto era tan delicado y tan liviano. Entonces ella lo aparto, lo sostuvo lejos de su alcance.

– ?A quien pertenece esto? -Hablaba con voz aun mas baja, apenas audible. Sanna desplego el vestido, lo sostuvo en el aire, como si estuviera en una tienda y quisiera comprobar si le sentaba bien el color.

Christian ni siquiera la miraba, solo tenia ojos para el vestido. No soportaba que lo mancillaran otras manos. Al mismo tiempo, su cerebro trabajaba con una frialdad y una eficacia inauditas. Los dos mundos que tanto cuidado habia puesto en mantener separados estaban a punto de colisionar y era imposible revelar la verdad. Nunca podria pronunciarla en voz alta. Pero la mejor mentira era aquella que contenia cierta dosis de verdad.

Se sereno de repente. Le daria a Sanna lo que queria, le daria unos fragmentos de su pasado. De modo que empezo a hablar y, al cabo de un rato, ella se sento tambien a la mesa. Lo escuchaba con atencion, pudo oir su historia, pero solo una parte.

Tenia una respiracion irregular. Hacia varios meses que no dormia en la cama de matrimonio, en el piso de arriba. Al cabo de un tiempo de enfermedad, dejo de ser practico que durmiera arriba, asi que el habia dispuesto la habitacion de invitados, que quedo preciosa. Tan preciosa como una habitacion tan pequena podia quedar. Por mucho que intentara hacerla acogedora, no dejaba de ser una habitacion de invitados. Solo que, en esta ocasion, el invitado era el cancer. Ocupaba toda la estancia con su olor, su omnipresencia y el presagio de la muerte.

El cancer no tardaria en dejarlos, pero, mientras oia la respiracion irregular y entrecortada de Lisbet, Kenneth deseaba que el invitado pudiera quedarse. En efecto, bien sabia el que no se marcharia solo, sino que se llevaria al partir a la persona que mas queria.

En la mesita de noche estaba el panuelo amarillo. Se tumbo de lado, apoyo la cabeza en la mano y observo a su mujer a la luz debil de las farolas que habia al otro lado de la ventana. Extendio la mano y acaricio despacio la pelusilla que cubria la cabeza de su mujer. Esta se estremecio y Kenneth retiro la mano enseguida, por temor a despertarla de aquel sueno que tanto necesitaba pero del que rara vez podia disfrutar el tiempo suficiente.

Ya ni siquiera podia dormir a su lado, asi, pegados, una costumbre que les encantaba a los dos. Al principio lo intentaron, se acurrucaban en la cama bajo el edredon, y el le pasaba el brazo por encima, como siempre, desde la primera noche que pasaron juntos. Pero la enfermedad les arrebato incluso aquella alegria. Le dolia demasiado que la tocara y cada vez que la rozaba ella se encogia con un sobresalto. Entonces coloco una cama hinchable al lado del lecho matrimonial. La idea de no dormir en la misma habitacion se le hacia insoportable. Y dormir en la primera planta, en la cama que habia sido de los dos, era algo que ni se planteaba.

Dormia mal en aquella cama hinchable. Se le resentia la espalda y por las mananas tenia que estirar las articulaciones con cuidado. Habia sopesado la posibilidad de comprar una cama normal y colocarla a su lado, pero por mas que su voluntad se rebelase, sabia bien que no merecia la pena. Dentro de poco no habria necesidad de esa otra cama. Pronto dormiria solo en la primera planta.

Parpadeo para contener las lagrimas y observo la respiracion superficial y fatigada de Lisbet. Se le movian los ojos debajo de los parpados, como si estuviera sonando. Se pregunto que ocurriria en sus suenos. ?Se imaginaria sana? ?Se veria corriendo con el panuelo amarillo sujetandole la larga melena?

Kenneth volvio la cara. Deberia dormirse de nuevo, despues de todo, tenia un trabajo del que ocuparse. Pasaba demasiadas noches en vela, dando vueltas y mirandola, por miedo a perderse un solo minuto. Y habia acumulado un cansancio que no parecia facil de atenuar.

Tenia ganas de orinar. Mas valia levantarse. De lo contrario, no podria conciliar el sueno. Se giro con esfuerzo para poder levantarse. Tanto la espalda como la cama crujieron en senal de protesta, y se quedo un instante sentado para estirar los musculos que se le habian encogido. Notaba el frio del suelo en las plantas de los pies cuando se levanto camino del recibidor. El bano estaba alli mismo, a la izquierda, y parpadeo medio cegado al encender la luz. Subio la tapa del vater, se bajo el pantalon del pijama y cerro los ojos mientras disminuia la presion.

De repente noto una corriente de aire en las piernas y levanto la vista. La puerta del bano estaba abierta y era como si hubiese entrado en la casa un viento frio. Intento volver la cabeza para ver que era, pero no habia terminado y no queria arriesgarse a apuntar fuera de la taza si se giraba demasiado. Cuando hubo terminado y tras haber sacudido las ultimas gotas, se subio el pantalon del pijama y se encamino a la puerta. Seguramente habrian sido figuraciones suyas, ya no notaba aquella corriente fria. Aun asi, algo le decia que deberia tener cuidado.

El recibidor estaba en semipenumbra. La lampara del bano solo alumbraba unos pasos por delante de donde se encontraba, y el resto de la casa estaba a oscuras. Lisbet solia poner en las ventanas velas de Adviento ya en noviembre, y alli permanecian hasta marzo, porque le encantaba la luz que daban. Pero este ano no habia tenido fuerzas y a el no se le habia ocurrido.

Kenneth salio de puntillas al recibidor. No eran imaginaciones suyas, la temperatura era alli algo mas baja, como si la puerta hubiese estado abierta. Fue a comprobar el picaporte. No estaba echado el pestillo, pero tampoco era nada extrano, no siempre se acordaba de echarlo, ni siquiera por las noches.

Por si acaso, giro el pestillo para asegurarse de que la dejaba bien cerrada. Se dio media vuelta dispuesto a volver a la cama, pero era como si notara un cosquilleo por todo el cuerpo. La sensacion de que algo no iba bien. Dirigio la mirada hacia la puerta abierta de la cocina. No habia ninguna luz encendida, solo el resplandor de la farola de la calle. Kenneth entorno los ojos y dio un paso al frente. Algo blanco relucia sobre la mesa, algo que no estaba alli cuando quito la mesa antes de irse a dormir. Avanzo otro par de pasos con el miedo recorriendole el cuerpo en oleadas.

En medio de la mesa habia una carta. Una carta mas. Y junto al sobre blanco, alguien habia colocado primorosamente uno de los cuchillos de cocina. El acero lanzaba destellos a la luz de la farola. Kenneth miro a su alrededor, aun sabiendo que, quienquiera que fuese el intruso, ya se habria marchado de alli. Y no quedaban mas que la carta y el cuchillo.

A Kenneth le habria gustado entender cual era el mensaje.

Ella le sonreia. Con una sonrisa amplia, sin dientes, solo encias. Pero el no se dejo enganar. Lo que queria era acaparar, acaparar hasta que a el no le quedase nada.

De repente, noto el olor en las fosas nasales. Aquel olor dulzon, repugnante. Antes flotaba en el aire y ahora se hacia mas presente. Debia de emanar de ella. Contemplo aquel cuerpecito mojado, reluciente. Todo en ella le causaba repulsion. La barriga hinchada, la raja que tenia entre las piernas, el pelo, que era oscuro y no le crecia de forma homogenea.

Le puso una mano en la cabeza. La sangre bombeaba bajo la piel. Proxima y fragil. La mano siguio empujando mas fuerte y ella se deslizo mas hacia el fondo. Aun seguia riendo. El agua le envolvio las piernas, se oyo un chapoteo cuando ella agito los pies dando con los talones en el fondo de la banera.

Abajo, en la puerta, lejos, muy lejos, el oia la voz de su padre. Subia y bajaba y parecia que aun tardaria un rato en acercarse. Seguia notando el pulso en la palma de la mano y ella empezo a gimotear un poco. Ya sonreia, ya se le borraba la sonrisa, como si no estuviera segura de como se sentia, si alegre o triste. Pudiera ser que, a traves de su mano, ella notara lo mucho que la odiaba, lo mucho que detestaba todos y cada uno de los segundos que pasaba cerca de ella.

Todo seria mucho mejor sin ella, sin su llanto. El no tendria que ver la felicidad en la cara de su madre cuando la miraba a ella ni la ausencia de felicidad cuando su madre se volvia contra el. Era tan evidente… Cuando su madre apartaba la vista de Alice y lo miraba a el, era como si se le apagara una lampara. La luz se extinguia.

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