que la empujaba. Lisbet grito pidiendo ayuda, grito tanto como pudo para acallar aquel silencio aterrador. Cuando la puerta se abrio del todo, guardo silencio. Y la persona que alli aparecio empezo a hablar. La voz le sonaba familiar y, al mismo tiempo, extrana, y Lisbet entorno los ojos para ver mejor. La larga melena oscura la impulso a llevarse la mano a la cabeza para comprobar que seguia llevando el panuelo amarillo.
– ?Quien? -dijo Lisbet, pero aquella persona se llevo el dedo a los labios y ella enmudecio.
De nuevo se oyo la voz. Ahora desde el borde de la cama, hablandole muy cerca de la cara, diciendole cosas que la movian a taparse los oidos con las manos. Lisbet meneaba la cabeza, no queria escuchar, pero la voz continuaba. Era cautivadora e implacable. Empezo a contarle una historia y hubo algo en el tono y en el movimiento del relato, hacia delante y hacia atras, que le hizo comprender que era verdad. Y aquella verdad era mas de lo que podia soportar.
Paralizada, oyo que la historia continuaba. Cuanto mas averiguaba, tanto mas debil se volvia el hilo delicado que la habia mantenido en pie. Habia vivido de prestado y gracias a un esfuerzo de voluntad, por amor y por su confianza en el amor. Y ahora que le arrebataban esa confianza, se dejo ir. Lo ultimo que oyo fue aquella voz. Luego, le fallo el corazon.
– ?Cuando crees que podremos hablar con Cia otra vez? -Patrik miraba a su colega.
– Por desgracia, me temo que no podemos esperar -respondio Paula-. Seguro que comprendera que debemos seguir con la investigacion.
– Ya, si, supongo que tienes razon -dijo Patrik, aunque no sono del todo convencido. Siempre resultaba una eleccion dificil. Hacer su trabajo e importunar quiza a alguien que estaba de luto o ser considerado y asumir que el trabajo podia esperar. Al mismo tiempo, la propia Cia habia demostrado claramente a que daba prioridad al ir a verlo todos los miercoles.
– ?Que podemos hacer? ?Que es lo que aun no hemos hecho? ?O lo que podemos hacer de nuevo? Se nos ha debido escapar algo.
– Si, pues para empezar, Magnus vivio en Fjallbacka toda su vida, de modo que si hay algun secreto en su presente o en su pasado, tiene que estar aqui. Y eso deberia facilitar las cosas. Pero, aunque los chismorreos suelen ser de lo mas efectivo, no hemos conseguido averiguar lo mas minimo sobre el por el momento. Nada que pueda considerarse un movil por el que alguien quisiera causarle dano, y mucho menos algo tan drastico como asesinarlo.
– No, da la impresion de que era un tipo verdaderamente familiar. Matrimonio estable, ninos bien educados, relaciones sociales normales. Aun asi, alguien se empleo con el cuchillo en ristre. ?Tu crees que puede ser obra de un loco? ?Algun perturbado mental al que se le hayan cruzado los cables y haya elegido a su victima al azar? - Paula no expuso su teoria con demasiado convencimiento.
– Bueno, no podemos descartarlo, pero yo no lo creo. Lo que mas contradice esa hipotesis es el hecho de que Magnus llamara a Rosander para decirle que iba a retrasarse. Ademas, no sonaba como de costumbre. No, aquella manana ocurrio algo, estoy seguro.
– En otras palabras, deberiamos centrarnos en personas a las que el conocia.
– Es mas facil decirlo que hacerlo -replico Patrik-. Fjallbacka tiene unos mil habitantes. Y todos se conocen, mas o menos.
– Si, y que lo digas, yo ya he empezado a comprender como va esto -rio Paula. Se habia mudado a Tanumshede hacia relativamente poco y aun trataba de acostumbrarse a la conmocion de haber perdido por completo el anonimato que le ofrecia la gran ciudad.
– Pero, en principio, tienes razon. Y por eso propongo que vayamos de dentro a fuera. Hablaremos con Cia en cuanto podamos. Incluso con los ninos, si Cia lo consiente. Luego los amigos mas intimos, Erik Lind, Kenneth Bengtsson y, desde luego, Christian Thydell. Hay algo en esas amenazas…
Patrik abrio el primer cajon del escritorio y saco la bolsa de plastico con la carta y la tarjeta. Le conto la historia de como las habia conseguido Erica, mientras Paula lo escuchaba atonita. Luego leyo en silencio aquellas palabras amenazantes.
– Esto es grave -dijo-. Deberiamos enviarlas a analizar.
– Lo se -respondio Patrik-. Y no podemos sacar conclusiones precipitadas. Pero tengo la sensacion de que todo esta relacionado.
– Si -anadio Paula poniendose de pie-. Yo tampoco creo en las casualidades. -Se detuvo antes de salir del despacho de Patrik-. ?Quieres que hablemos hoy con Christian?
– No, preferiria dedicar el resto del dia a reunir todo el material que tenemos de los tres: Christian, Erik y Kenneth. Manana por la manana lo revisamos y ya veremos si hay algo que pueda sernos util. Tambien quisiera que leyeramos detenidamente las notas de las conversaciones que mantuvimos con ellos inmediatamente despues de la desaparicion de Magnus, asi captaremos enseguida si hay algo que no encaje con lo que han dicho esta ultima vez.
– Hablare con Annika, ella podra ayudarnos a localizar el material antiguo.
– Bien. Yo llamo a Cia y le pregunto cuando puede vernos.
Cuando Paula se marcho, Patrik se quedo un buen rato abstraido mirando el telefono.
– ?Deja de llamar a esta casa! -grito Sanna colgando de golpe. El telefono llevaba sonando todo el dia. Periodistas, preguntando por Christian. No decian que querian, pero no resultaba dificil de adivinar. Naturalmente, el hecho de que hubiesen encontrado muerto a Magnus tan poco tiempo despues del descubrimiento de las amenazas los tenia tras ellos como a buitres. Pero eso era absurdo. Eran dos sucesos independientes. Claro que corria el rumor de que Magnus habia muerto asesinado, pero hasta que no lo oyera de fuentes mas fidedignas que las chismosas del pueblo se negaba a creerlo. Y aunque algo tan impensable pudiera ser verdad, ?por que iba a guardar relacion con las cartas que habia recibido Christian? Eso le dijo el cuando intento calmarla. A un perturbado se le habia ocurrido tomarla con el, alguien que, seguramente, seria totalmente inofensivo.
Ella habria querido preguntarle que, si era asi, por que habia reaccionado de aquella manera en el acto promocional. ?Creia el mismo lo que decia? Pero las preguntas se le atascaron en la garganta cuando el le revelo de donde habia salido aquel vestido azul. A la luz de esa informacion, palidecio todo lo demas. Fue horrendo y Sanna sintio un dolor fisico al oir su relato. Aunque, al mismo tiempo, fue un consuelo, porque eso explicaba muchas cosas. Y le ayudaba a perdonar bastantes mas.
Sus problemas palidecian tambien al pensar en Cia y en lo que estaba pasando en aquellos momentos. Echarian de menos a Magnus, tanto ella como Christian. Su relacion no siempre fue espontanea, pero, en cierto modo, siempre fue indiscutible. Erik, Kenneth y Magnus habian crecido juntos y tenian una historia comun. Ella los veia de lejos, pero, dada la diferencia de edad, nunca se relaciono con ellos hasta que Christian llego y empezo a tratarlos. Y si, ella habia comprendido que las mujeres de los demas la consideraban demasiado joven y tal vez un tanto ingenua, pero siempre la acogieron con los brazos abiertos y, con el correr de los anos, sus encuentros habian pasado a formar parte de su vida. Celebraban juntos las fiestas, ni mas ni menos. Y a veces tambien celebraban cenas informales los fines de semana.
La que mejor le cayo siempre de las tres mujeres era Lisbet. Era tranquila, con un humor relajado y siempre le hablaba como a una igual. Ademas, adoraba a Nils y a Melker y a Sanna le parecia un verdadero desperdicio que Kenneth y ella no tuviesen hijos. Sin embargo, la atormentaban los remordimientos, porque no podia ir a visitar a Lisbet. Lo intento la Navidad anterior. Fue a verla con una flor de pascua y una caja de bombones Aladdin, pero en cuanto la vio en la cama, mas muerta que viva, le entraron ganas de salir corriendo cuanto antes. Lisbet noto su reaccion. Y Sanna se lo vio en la cara, vio su comprension, mezclada con cierto grado de decepcion. Y no tenia fuerzas para ver de nuevo aquella decepcion, no tenia fuerzas para ver a la muerte vestida de persona y fingir que quien yacia en la cama aun era su amiga.
– ?Hola! ?Estas en casa? -Se sorprendio al ver que Christian entraba y se quitaba el abrigo con gestos silenciosos.
– ?Estas enfermo? Hoy trabajabas hasta las cinco, ?no?
– No me siento del todo bien -murmuro.
– Pues no, no tienes muy buena cara -confirmo ella observandolo preocupada-. ?Y que te has hecho en la frente?
El le quito importancia con un gesto de la mano.
– Bah, no es nada.