– No creo que tardemos mucho en localizar a Alice Lissander -lo consolo Paula-. Annika llamara en cualquier momento y nos dara la direccion.
– Si, ya -dijo Patrik mirando en el fregadero, donde no hallo indicios de que Christian hubiese recibido visita el dia anterior. Y tampoco habian encontrado nada que indicase que se lo hubiesen llevado en contra de su voluntad o que hubiesen entrado por la fuerza-. Pero ?por que no nos dijeron que tenian una hija?
– Pronto lo averiguaremos. Aunque creo que sera mejor que hagamos nuestras propias averiguaciones sobre Alice antes de volver a hablar con ellos.
– Si, estoy de acuerdo, pero me temo que habra un monton de preguntas a las que tendran que responder.
Subieron al piso superior. Tambien alli estaba todo como lo dejaron el dia anterior. Salvo en la habitacion de los ninos, donde, en lugar del texto escrito en la pared con letras rojas como sangre, se veian ahora unos rectangulos de color negro.
Se quedaron los dos en el umbral.
– Seguramente, Christian pinto encima ayer -dijo Paula.
– Si, y lo comprendo. Yo habria hecho lo mismo.
– Dime, ?que crees tu? -Paula entro en el dormitorio contiguo y paseo la mirada por la habitacion antes de empezar a examinarla con detalle.
– ?De que? -Patrik se unio a la busqueda, se acerco al armario y abrio la puerta.
– ?Crees que se suicido o que lo han asesinado?
– Ya lo dije en la reunion, aunque no descarto ninguna posibilidad. Christian era una persona compleja. Las pocas veces que hablamos con el, tuve la sensacion de que por la cabeza le pasaban cosas que no comprendiamos. Pero, de todos modos, no parece haber dejado ninguna carta de despedida.
– Los suicidas no siempre dejan una carta, lo sabes tan bien como yo. -Paula abria los cajones con cuidado y tanteando la ropa con la mano.
– No, ya lo se, pero si hubieramos encontrado una carta, no tendriamos que plantearnos la duda. -Enderezo la espalda y se detuvo a recobrar el aliento. El corazon volvia a latirle acelerado y se seco el sudor de la frente.
– Aqui no parece haber nada digno de examen -dijo Paula cerrando el ultimo cajon del escritorio-. ?Nos vamos?
Patrik dudaba. Se resistia a darse por vencido, pero Paula tenia razon.
– Si, volveremos a la comisaria, a ver si Annika descubre algo. Puede que Gosta y Martin hayan tenido mas suerte con Kenneth.
– Si, claro, la esperanza es lo ultimo que se pierde -senalo Paula con tono esceptico.
Estaban a punto de salir cuando sono el telefono de Patrik. Lo cogio nervioso. Que decepcion. No era el numero de la comisaria, sino uno desconocido.
– Aqui Patrik Hedstrom, de la Policia de Tanum -contesto con la esperanza de acabar cuanto antes con la conversacion, para que la linea no estuviese ocupada si llamaba Annika. Al oir la voz, se puso tenso.
– Hola, Ragnar. -Le hizo un gesto a Paula, que se detuvo a medio camino en direccion al coche.
– ?Si? Aja. Pues si, bueno, tambien nosotros hemos averiguado algun dato por nuestra cuenta… Claro, lo tratamos cuando nos veamos. Podemos ir ahora mismo. ?Nos vemos en su casa? ?No? Bueno, de acuerdo, si, conocemos el sitio. Entonces, nos vemos alli. Desde luego, salimos ahora mismo. Hasta dentro de cuarenta y cinco minutos, mas o menos.
Concluyo la conversacion y miro a Paula.
– Era Ragnar Lissander. Dice que tiene algo que contarnos. Y algo que mostrarnos.
Fue dandole vueltas al apellido todo el trayecto hacia Uddevalla. Lissander. ?Por que tenia que ser tan dificil recordar donde lo habia oido antes? Tambien le venia a la mente Ernst Lundgren, su antiguo colega. Aquel apellido guardaba algun tipo de relacion con el. En la salida de Fjallbacka, tomo una decision. Giro el volante a la derecha y accedio a la autovia.
– ?Que haces? -pregunto Martin-. Creia que iriamos derechos a la comisaria.
– Antes vamos a hacer una visita.
– ?Una visita? ?A quien, si puede saberse?
– Ernst Lundgren. -Gosta cambio de marcha y giro a la izquierda.
– ?Y que vamos a hacer en su casa?
Gosta le refirio a Martin sus cavilaciones de las ultimas horas.
– ?Y no tienes idea de en relacion con que has oido el nombre?
– De ser asi, ya lo habria dicho -le espeto Gosta, sospechando que Martin pensaba que se habia vuelto olvidadizo con la edad.
– Tranquilo, hombre, tranquilo -dijo Martin-. Vamos a casa de Ernst y le preguntamos si puede ayudarnos a recordar. No estaria mal que pudiese contribuir con algo positivo, para variar.
– Si, desde luego, eso seria una novedad. -Gosta no pudo por menos de esbozar una sonrisa. Al igual que el resto de los companeros de la comisaria, tampoco el tenia muy buen concepto de la competencia profesional y de la personalidad de Ernst. Sin embargo, no podia detestarlo con el mismo encono que, salvo Mellberg, mostraban todos los demas. Habian sido muchos anos trabajando juntos, y uno se acostumbra a casi todo. Asimismo, tampoco podia olvidar que habian compartido muchos buenos momentos y que habian reido juntos muchas veces a lo largo de los anos. Ahora bien, Ernst metia la pata hasta el fondo constantemente. Y de forma escandalosa en la ultima investigacion en la que trabajo antes de que lo despidieran. Aun asi, quiza pudiera echarles una mano en este caso.
– Pues parece que esta en casa -observo Martin cuando se detuvieron delante del edificio.
– Si -respondio Gosta, que aparco al lado del coche de Ernst.
El expolicia abrio la puerta antes de que llamaran al timbre. Debio de verlos por la ventana de la cocina.
– Hombre, una visita de las importantes -dijo antes de invitarlos a entrar.
Martin miro a su alrededor. A diferencia de Gosta, nunca habia estado en casa de Ernst, pero no podia decirse que lo hubiese impresionado. Cierto que el mismo nunca habia sido un modelo de orden mientras estuvo soltero, pero jamas tuvo la casa como aquella, ni de lejos. Platos sucios apilados en el fregadero, ropa por todas partes y, en la cocina, una mesa que parecia no haber visto nunca una bayeta.
– No tengo mucho que ofrecer -senalo Ernst-. Aunque siempre puedo serviros un trago. -Alargo el brazo en busca de una botella de aguardiente que habia en la encimera.
– Tengo que conducir -respondio Gosta.
– ?Y tu? Te vendra bien algo que te anime -ofrecio Ernst sosteniendo la botella delante de Martin, que rechazo la oferta.
– Bueno, pues nada, vosotros os lo perdeis, par de abstemios. -Se sirvio un trago y lo apuro de golpe-. Estupendo. Y bien, ?a que habeis venido? -Se sento en una silla de la cocina y sus antiguos colegas siguieron su ejemplo.
– Hay algo a lo que no paro de dar vueltas, y creo que tu puedes ayudarme -dijo Gosta.
– Vaya, ahora si os viene bien.
– Se trata de un apellido. Me resulta familiar y lo recuerdo relacionado contigo.
– Claro, tu y yo trabajamos juntos un monton de anos -recordo Ernst en un tono casi lastimero. Seguramente, no habria sido aquel el primer trago del dia.
– Si, muchos -afirmo Gosta asintiendo con la cabeza-. Y ahora necesito que me eches una mano. ?Te vas a portar o no?
Ernst reflexiono un instante. Luego dejo escapar un suspiro y agito en el aire el vaso vacio.
– Vale, dispara.
– ?Me das tu palabra de honor de que lo que te diga no saldra de aqui? -Gosta pregunto clavando la vista en Ernst, que asintio renegando.
– Que si, hombre. Pregunta de una vez.
– Bien, tenemos entre manos la investigacion del asesinato de Magnus Kjellner, del que habras oido hablar. E indagando en la vida de los implicados, nos hemos encontrado con el apellido Lissander. No se por que, pero me resulta muy familiar. Y, por alguna razon, lo relaciono contigo. ?A ti te suena?