Comprendia que su dolor afectaba a los demas y no estaba segura de querer echar mas carga sobre Erica. Al mismo tiempo, sentia una necesidad imperiosa de ver una cara amable, de hablar con alguien que no le diese la espalda o que, como en el caso de su madre, no aprovechase incluso aquellos momentos para decirle lo que tendria que haber hecho.
Albin empezaba a moverse en el cochecito y Charlotte lo cogio en brazos. El pequeno miro adormilado a su alrededor y se sobresalto cuando Charlotte llamo a la puerta. Abrio una mujer de mediana edad a la que ella no conocia.
– Hola… -saludo Charlotte indecisa, aunque enseguida cayo en la cuenta de que debia tratarse de la madre de Patrik.
El vago recuerdo de una conversacion anterior a la muerte de Sara le trajo a la memoria que Erica habia mencionado que vendria a visitarlos.
– Hola, ?buscas a Erica? -pregunto la madre de Patrik y, sin aguardar respuesta, se aparto para darle paso.
– ?Esta despierta? -inquirio Charlotte temerosa.
– Si, si que lo esta. Dandole de mamar a Maja, no se ya cuantas veces hoy. La verdad, no entiendo a la gente moderna. En mis tiempos se daba de comer a los ninos una vez cada cuatro horas y bajo ningun concepto con mas frecuencia, y no creo que vuestra generacion tenga carencias por ese motivo.
La madre de Patrik siguio parloteando mientras Charlotte la acompanaba algo nerviosa. Despues de pasar varios dias rodeada de gente que caminaba de puntillas, le resultaba extrano estar con alguien que le hablara en un tono de voz normal. De repente, la mujer se dio cuenta de quien era y el aleteo, tanto de su voz como de sus movimientos, ceso de pronto. Se llevo la mano a los labios y dijo:
– Perdon, no habia caido…
Charlotte no supo que responder y abrazo a Albin con mas fuerza.
– Lo lamento muchisimo, de verdad…
La suegra de Erica cambiaba de pie con evidente nerviosismo y se notaba que habria preferido estar en cualquier sitio con tal de desaparecer de la vista de Charlotte.
?Asi seria siempre a partir de ahora?, se pregunto Charlotte. La gente la rehuiria como si tuviese la peste. Murmuraria, la senalaria a sus espaldas y diria: «Ahi va, esa es la mujer cuya hija murio asesinada», pero sin atreverse a mirarla a la cara. Tal vez por miedo, porque no sabian que decir; o tal vez por una especie de temor irracional a que las tragedias pudieran contagiarse y transmitirse a sus propias vidas si se les acercaban demasiado.
– ?Charlotte? -se oyo la voz de Erica desde la sala de estar.
La suegra la recibio con alivio, pues le ofrecia una excusa para retirarse. Charlotte entro despacio y titubeando a la sala donde estaba Erica sentada en el sofa dandole el pecho a Maja. La escena le resulto tan familiar como extranamente lejana. En realidad, ?cuantas veces habia visto aquel mismo cuadro durante los dos ultimos meses? Pero al mismo tiempo aquello traia a su retina la imagen de Sara. La ultima vez que estuvo alli, fue con ella. Desde un punto de vista puramente objetivo, habia ocurrido el domingo anterior, pero le costaba comprender que hiciese tan poco tiempo. Veia a Sara saltando en el sofa de color blanco, con la roja cabellera aleteando alrededor de su carita. Ella la reprendio, lo recordaba. Le dijo que dejase de saltar. Cuan absurdo se le antojaba ahora… ?Que importancia tenia que saltara un poco en los cojines? El recuerdo de la escena la hizo desfallecer; Erica se apresuro a ponerse de pie y la ayudo a sentarse en el sillon mas proximo. Maja rompio a llorar, enojada al verse desconectada del pecho de forma tan brusca, pero Erica no hizo caso de las protestas de la pequena y la sento en la hamaquita.
Abrazada por Erica, Charlotte se atrevio a formular la pregunta que le habia corroido el subconsciente desde el lunes, cuando la policia habia ido a casa a darle la noticia. Y pregunto:
– ?Por que no encontraban a Niclas?
12.
Stromstad, 1924.
Anders acababa de concluir el trabajo con la piedra para el pedestal de la estatua cuando el capataz lo llamo, haciendolo salir de la cantera. Lanzo un suspiro y fruncio el ceno; le disgustaba que perturbasen su concentracion. Pero como de costumbre, no habia mas que obedecer. Dejo las herramientas en la caja que tenia junto al bloque de granito y fue a ver que se le ofrecia al capataz.
El hombre, que era bastante grueso, se enrollaba el bigote entre los dedos con palpable nerviosismo.
– ?Que has organizado ahora, Andersson? -le pregunto medio en broma, medio preocupado.
– ?Yo? ?Que he hecho? -respondio Anders mirando desconcertado al capataz mientras se quitaba los guantes de trabajo.
– Han llamado de la oficina: que vayas inmediatamente.
«Joder», exclamo Anders para sus adentros. ?Querrian cambiar la estatua ahora, en el ultimo minuto? Estos arquitectos, «artistas» o como quisieran llamarse no tenian ni idea del jaleo que armaban cuando, sentados en su despacho, cambiaban los bocetos y luego esperaban que el picapedrero adaptase la piedra a sus modificaciones con la misma facilidad. No comprendian que ya desde el principio decidia la direccion de los cortes y se amoldaba a los lugares en que podia martillear sin romper la mole, todo ello a partir del primer juego de planos. Una modificacion en los bocetos alteraba por completo su punto de partida y, en el peor de los casos, podia hacer que la piedra se quebrase y que todo el trabajo hubiese sido en vano.
Pero Anders sabia igualmente que no valia la pena protestar. Mandaba quien hacia el encargo, y el no era mas que un esclavo anonimo del que se esperaba que realizase todo el duro trabajo que el disenador de la obra no sabia o no tenia ganas de hacer.
– Bueno, pues ire a ver lo que quieren -dijo Anders dejando escapar un suspiro.
– No tiene por que tratarse de ningun cambio profundo -lo consolo el capataz, que sabia perfectamente lo que Anders se temia y, para variar, demostro algo de empatia.
– Si, bueno, el que este vivo lo vera -respondio Anders antes de marcharse cariacontecido.
Poco despues, llamo a la puerta de la oficina y entro. Se limpio los zapatos tan bien como pudo, aunque comprendio que no merecia mucho la pena puesto que llevaba la ropa llena de polvo y lascas de piedra, y las manos y la cara estaban sucias.
Pero debia acudir de inmediato, asi que tendrian que recibirlo tal y como iba, se consolo, y siguio al hombre que le mostro el camino hacia la oficina del director.
Una rapida ojeada a la estancia hizo que se le encogiese el corazon.
En efecto, comprendio en el acto que aquello nada tenia que ver con la estatua, sino que alli se iba a ventilar una cuestion mucho mas seria.
Solo habia tres personas. El director, sentado tras su mesa, cuya persona irradiaba una furia contenida. En un rincon se hallaba Agnes con la vista clavada en el suelo. Y ante la mesa, una persona totalmente desconocida para Anders que lo observaba con mal disimulada curiosidad.
Sin saber a ciencia cierta como comportarse, Anders se adelanto un poco y se coloco en una posicion muy proxima a la de firmes. Fuera lo que fuese lo que le aguardaba, lo aceptaria como un hombre. Habrian llegado a aquel punto tarde o temprano, aunque el hubiese preferido elegir el momento personalmente.
Busco la mirada de Agnes, pero ella se negaba a alzar la vista y seguia concentrada en sus zapatos. Anders sufria por ella, pero, despues de todo, se tenian el uno al otro y, una vez superado el fragor inicial de la tormenta, podrian empezar a construir su vida juntos.
Anders aparto la vista de Agnes y observo con calma al hombre que habia al otro lado de la mesa. Esperaba que el padre de Agnes tomase la palabra. Tardo un buen rato en hacerlo y, durante esos minutos, las manecillas del reloj avanzaron con una lentitud insufrible. Cuando August por fin rompio el silencio, lo hizo en un tono frio, metalico.
– Parece que mi hija y tu os habeis visto a escondidas.
– Las circunstancias nos obligaron a ello, si -respondio Anders tranquilo-. Pero yo solo tuve y sigo teniendo pretensiones honradas con respecto a Agnes prosiguio sin bajar la mirada.