– Me habia olvidado de ponerlo a cargar. Se apago poco despues de que saliera del centro medico, pero no me di cuenta.
– ?Y a que hora se fue del centro medico para verse con su amante?
El termino surtio el mismo efecto que un latigazo en la cara, pero no protesto, sino que, pasandose las manos por el cabello, respondio dejando entrever su cansancio:
– Justo despues de las nueve y media, creo. Tenia horario de atencion telefonica de ocho a nueve y luego estuve adelantando trabajo administrativo durante media hora mas o menos. Asi que sali de aqui entre y media y menos veinte, diria yo.
– Y lo localizamos cerca de la una. ?Fue entonces cuando volvio al centro medico?
Patrik se esforzaba por mantener un tono neutro, pero no podia evitar imaginarse a Niclas en la cama con su amante mientras su hija estaba muerta en el mar. Lo mirase como lo mirase, la situacion no le ofrecia una imagen amable de Niclas Klinga.
– Si, asi es. Debia empezar a pasar consulta a la una, asi que volvi sobre la una menos diez.
– Comprendera que tendremos que hablar con Jeanette para verificar lo que acaba de decirnos -le advirtio Patrik.
Niclas asintio resignado y reitero su ruego:
– Procuren mantener a Charlotte fuera de todo esto, la destrozaria por completo.
«?Y no deberias haber pensado en ello antes?», se dijo Patrik, aunque para sus adentros.
Seguramente, Niclas ya lo habria pensado mas de una vez en los ultimos dias.
14.
Fjallbacka, 1924.
Hacia tanto tiempo que no se sentia contento en su trabajo que le parecia un sueno hermoso y lejano.
Ahora, el agotamiento lo habia llevado a perder todo entusiasmo y trabajaba de forma mecanica con cada una de las tareas pendientes.
Las exigencias de Agnes parecian inagotables. Y tampoco se las arreglaba con el dinero para llegar a fin de mes, cosa que si lograban las demas esposas de picapedreros, pese a que por lo general tenian un monton de ninos a los que alimentar. En el caso de Agnes, se diria que todo el dinero que el llevaba a casa se le escapaba entre los dedos y, a menudo, se veia obligado a acudir a la cantera muerto de hambre porque no habia para comprar comida. Todo ello pese a que el llevaba a casa cada centimo que ganaba, aunque no era lo habitual. El poquer era uno de los principales entretenimientos de los picapedreros. Sus companeros dedicaban las noches y los fines de semana al juego y solian llegar a casa decepcionados y con los bolsillos vacios. Alli los aguardaban sus mujeres, que se habian resignado hacia tiempo, como demostraban los surcos que la amargura habia tallado en sus rostros.
La amargura era, por cierto, un sentimiento con el que Anders empezaba a familiarizarse. La vida con Agnes, que no hacia ni un ano se le antojaba un hermoso sueno, habia resultado ser mas bien el castigo por un delito que no habia cometido. Lo unico de lo que se le podia considerar culpable era de amarla y de plantar en ella la semilla de un hijo; aun asi, se veia condenado como si hubiese cometido un pecado mortal. Ya ni siquiera le quedaban fuerzas para alegrarse por el hijo que Agnes llevaba dentro. Su gestacion habia transcurrido con complicaciones, y ahora que se encontraba en la ultima fase, era peor que nunca. Se habia pasado el embarazo quejandose de calambres y de molestias aqui y alla, y se negaba a realizar las tareas diarias. Lo que significaba que Anders no solo trabajaba en la cantera desde la manana hasta muy tarde cada dia, sino que, ademas, debia encargarse de todos los quehaceres que correspondian a una esposa. Y no se lo hacia mas llevadero el hecho de saber que los demas picapedreros unas veces se burlaban de el y otras lo compadecian por verse obligado a asumir las obligaciones de una mujer. En cualquier caso y por lo general, estaba demasiado cansado para detenerse a pensar en lo que los demas decian a sus espaldas.
Pese a todo, deseaba que llegase el dia del nacimiento de su hijo. Tal vez el amor materno haria que Agnes dejase de verse a si misma como el centro del universo.
Los bebes exigian que se los tratase como el centro del universo y pensaba que seria una experiencia saludable para su esposa. Porque, en el fondo, se negaba a abandonar la esperanza de que lograrian que su matrimonio funcionase algun dia. El no era de los que se tomaban sus promesas a la ligera, y ahora que habian establecido un lazo segun mandaba la ley, no podian romperlo sin mas, por dificil que les resultase a veces seguir adelante.
Claro que de vez en cuando al ver a las otras mujeres del barracon, que trabajaban duro sin quejarse jamas, consideraba que habia tenido mala suerte en la vida. Pero, al mismo tiempo y en honor a la verdad, era consciente de que no habia sido cuestion de suerte, sino que el mismo se lo habia buscado. De ese modo perdia todo derecho a quejarse.
Arrastrando los pies, recorria el estrecho camino a casa. Aquel dia habia sido tan monotono como todos los demas. Se habia pasado la jornada tallando adoquines y le dolia el hombro, pues estuvo forzando al maximo todo el dia el mismo musculo. Ademas, le rugia el estomago de hambre, puesto que en casa no habia nada de comer para llevarse al trabajo. De no haber sido por Jansson, el de la habitacion de al lado, que se compadecio de el y le ofrecio la mitad de un bocadillo, no habria probado bocado en todo el dia. «No -penso resuelto-, a partir de hoy dejare de confiarle el salario a Agnes.» Sencillamente tendria que encargarse de comprar la comida el mismo, igual que habia ido asumiendo las demas tareas de su esposa. Anders podia pasar sin comida, pero no pensaba permitir que su hijo muriese de hambre, de modo que habia llegado la hora de implantar otras normas en casa.
Lanzo un suspiro y se detuvo un instante antes de abrir la delgada puerta de madera y entrar a su hogar con su mujer.
Desde detras del cristal de la recepcion, Annika veia perfectamente a cuantos entraban y salian, pero aquel dia la cosa estaba tranquila. El unico que seguia en su despacho era Mellberg y nadie habia acudido a la comisaria con ninguna urgencia. En cambio, en la recepcion, la actividad era febril. La publicacion en los medios daba sus frutos en forma de un sinfin de llamadas, aunque aun era pronto para asegurar si habia alguna sobre la que mereciese la pena seguir indagando.
Tampoco era su cometido decidir tal cosa. Ella solo tenia que tomar nota de cuanto le dijesen, asi como del nombre y el telefono del informante. El material lo revisaria mas tarde el investigador responsable y, en este caso, Patrik seria el feliz receptor de una sobredosis de habladurias y de acusaciones infundadas, que era en lo que consistia la mayoria de las llamadas, segun le decia la experiencia.
No obstante, este caso habia provocado mas llamadas que de costumbre. Todo lo que implicaba a un nino solia alterar los sentimientos de la gente y nada suscitaba reacciones tan intensas como el asesinato, precisamente. Por otro lado, la imagen de la masa que le ofrecian las llamadas recibidas no era nada halaguena. Ante todo, la tolerancia de los nuevos tiempos para con los homosexuales no parecia haber arraigado mas alla de las grandes ciudades, con lo que le llegaron un monton de acusaciones contra hombres que resultaban sospechosos solo por su declarada homosexualidad. En la mayoria de los casos, los argumentos presentados eran de una simpleza ridicula. Bastaba con que un hombre tuviese una profesion tradicionalmente femenina para que alguien considerase que, seguramente, seria «uno de esos pervertidos». Segun la logica aldeana, ese individuo podia ser acusado de cualquier cosa. Hasta el momento, las llamadas recibidas implicaban a un peluquero local, al sustituto de una florista, a un maestro que habia cometido el error garrafal de que le gustasen las camisas de color rosa y al fenomeno mas sospechoso de todos: un hombre que era maestro de guarderia. En total eran diez las llamadas que Annika habia recibido sobre este ultimo y que, abatida, puso en un monton aparte. A veces se preguntaba si el tiempo habia pasado realmente en los pueblos como aquel.
La siguiente llamada, en cambio, resulto algo distinta. La mujer deseaba permanecer en el anonimato, pero la informacion que le proporciono era, sin lugar a dudas, muy interesante. Annika se irguio en la silla y fue anotando con detalle cuanto le decia la informante. La pondria la primera del monton. Sintio un estremecimiento, pues intuia