– Seguimos esperando que nos digan cuando podremos recuperar el cadaver. Seguramente sera cualquier dia de la semana que viene.

– ?Por Dios! No utilices esa palabra, «el cadaver». Estamos hablando de nuestra querida Sara…

– Te recuerdo que era mi nieta, no la tuya -le espeto Lilian.

– Bueno, pero ya sabes que yo tambien la queria -respondio Stig algo apocado.

– Si, querido, lo se, perdona. Pero todo esto me resulta tan duro… Y nadie parece entenderlo -aseguro mientras se enjugaba una lagrimita y constataba la expresion de arrepentimiento en el rostro de Stig.

– No, no, soy yo quien debe pedir perdon. No debi hablarte asi. ?Me perdonas, querida?

– Por supuesto que si -respondio Lilian magnanima-. En fin, creo que ahora lo mejor sera que descanses y dejes de pensar en todo eso. Voy a preparar un poco de te y te traere una taza, a ver si puedes dormir un rato.

– ?Que habre hecho yo para merecerte? -pregunto Stig dedicandole a su esposa una dulce sonrisa.

No era facil concentrarse en el trabajo. Y no es que el le hubiese concedido prioridad a esa faceta de su vida, pero alguna que otra cosa solia hacer. La situacion que Ernst habia provocado deberia ocupar la mayor parte de sus pensamientos, pero, desde el sabado anterior, todo habia cambiado. En efecto, en su apartamento habia ahora un nino jugando a un videojuego. Uno nuevo que el le habia comprado el dia anterior. El, que solo con el maximo esfuerzo abria la cartera, sintio de pronto una necesidad irresistible de dar. Y puesto que los videojuegos eran lo mas apreciado, eso fue lo que le compro. Una consola y tres juegos, y por mas que se escandalizo ante el precio, no lo dudo un instante.

Porque el nino era suyo. Simon, su hijo. Las posibles dudas se disiparon tan pronto como bajo del tren. Fue como verse a si mismo de muchacho. La misma constitucion atractiva y redondeada, las mismas facciones poderosas. Los sentimientos que tal vision provoco en el lo dejaron perplejo. Mellberg aun seguia atonito al verse capaz de tal profundidad de sentimientos. El, que por lo general siempre se vanagloriaba de no necesitar a nadie. Si, bueno, salvo a su madre quiza.

Ella siempre observo que era un pecado y una verguenza que unos genes tan excelentes quedasen sin descendencia. Y, desde luego, en eso tenia razon. Esa era una de las principales razones por las que le habria gustado que su madre hubiese conocido a su nieto. Para hacerle ver que, de hecho, tenia razon. Bastaba echarle una ojeada al chico para comprobar que habia heredado muchas de las cualidades de su padre. Cuanta razon tenia el dicho: «de tal palo, tal astilla». Y lo que la madre decia en la carta que le envio, que el nino era vago y respondon, que carecia de motivacion y que obtenia muy malas calificaciones en el colegio, bueno, eso decia mas de su capacidad de educar al chico que del propio muchacho. En cuanto pasara unos meses con su padre, un modelo masculino, seria solo cuestion de tiempo que se convirtiese tambien en un hombre de verdad.

Claro que por lo menos Simon podria haberle dado las gracias cuando le dio la consola y los juegos, pero el pobre chico estaria tan sorprendido de que alguien le diera algo que no supo que decir. Suerte que el era buen conocedor del genero humano. No serviria de nada forzarlo en este estadio; al menos si que sabia eso sobre la educacion de los hijos. Claro que debia admitir que no poseia ninguna experiencia practica y directa en la materia, ?pero tan dificil habia de ser? Seria tan sencillo como aplicar las reglas del sentido comun. El chico ya era un adolescente, si. Y segun la gente, se trataba de una etapa problematica, pero, en su opinion, todo se reducia a adaptarse a su nivel. Y nadie sabia adaptarse a todos los niveles como el. Estaba convencido de que no tendria ningun problema.

Las voces procedentes del pasillo le indicaron que Patrik y Martin ya estaban de vuelta. Mellberg esperaba que trajesen consigo al cerdo del pederasta. En aquel interrogatorio si que pensaba participar, para variar. Contra la gente de esa ralea, habia que ser duro como el marmol.

21.

Fjallbacka, 1928.

Empezo como un dia corriente. Los ninos fueron corriendo a casa de la vecina por la manana y Agnes tuvo suerte, pues permanecieron alli hasta ultima hora de la tarde. Mas aun, la senora se habia apiadado de ellos y les habia dado de comer, de modo que ella no tuvo que ponerse a cocinar, aunque no solia prepararles mas que unos bocadillos. Estaba de tan buen humor que se digno fregar los suelos y, al caer la tarde, estaba convencida de que recibiria el merecido elogio de su esposo. Aunque a ella no le importaba demasiado lo que el pensara, las alabanzas siempre la hacian sentirse bien. Cuando oyo los pasos de Anders en la entrada, Karl y Johan ya estaban durmiendo y ella leia una revista en la cocina. Alzo la vista distraida y asintio a modo de saludo cuando lo vio entrar. Quedo sorprendida. En efecto, Anders no tenia el aspecto agotado y abatido con que solia llegar a casa y le brillaban los ojos de un modo que Agnes llevaba tiempo sin ver. Dicha novedad desperto en ella una difusa sensacion de desasosiego. Su esposo se dejo caer pesadamente en una de las sillas y, con expresion esperanzada, puso las manos cruzadas sobre la mesa.

– Agnes -dijo antes de guardar un silencio.

Este fue lo bastante prolongado como para que la desagradable sensacion que atormentaba el estomago de Agnes se convirtiese en un nudo en la garganta. Era evidente que Anders tenia algo que decirle y si ella habia aprendido algo de la vida, era que las sorpresas no solian traer nada bueno.

– Agnes -repitio Anders-, he estado pensando mucho en nuestro futuro y en nuestra familia, y he llegado a la conclusion de que hemos de cambiar algunas cosas

Pues si hasta ahi Agnes estaba de acuerdo. Solo que no se le ocurria que podria hacer el para mejorar la vida de ella.

Anders prosiguio claramente orgulloso:

– Por esa razon llevo un ano aceptando todo el trabajo extra que me ha sido posible y ahorrando ese dinero para poder sacar un billete de ida para cada uno de nosotros.

– ?Un billete? ?Adonde? -pregunto Agnes visiblemente preocupada y presa de una incipiente irritacion al oir que Anders habia estado guardandose el dinero.

– A America -respondio el esperando una reaccion positiva por su parte. Pero Agnes estaba tan atonita que su rostro quedo inexpresivo. ?Que demonios se le habia ocurrido ahora a aquel idiota?

– ?America? -repitio ella, incapaz de otra respuesta.

El asintio entusiasta.

– Si, partimos dentro de una semana y, creeme, lo he arreglado todo. Estuve hablando con algunos de los suecos que viajaron hasta alli desde Fjallbacka y me aseguraron que en America hay mucho trabajo para hombres como yo y, si eres habilidoso, puedes construirte un buen futuro over there, dijo en su marcado acento de Blekinge, con orgullo manifiesto por haber aprendido ya dos palabras de la nueva lengua.

Agnes sentia deseos de abalanzarse sobre el y borrar de una bofetada la felicidad reflejada en aquel rostro sonriente. ?Que se habia creido? ?De verdad era tan simple que pensaba que ella iba a subir a bordo de un barco rumbo a un pais extranjero con el y con sus hijos? Su dependencia de Anders aumentaria al verse en un pais desconocido, de lengua desconocida y gente desconocida. Desde luego que ella odiaba la vida que llevaba en Fjallbacka, pero al menos alli tenia la posibilidad de salir del agujero infernal al que se habia visto abocada. Aunque, a decir verdad, ella misma habia acariciado la idea de irse a America pero sola, sin cargar con el y con los ninos como con una cadena.

Anders no advirtio el horror que ya expresaba el rostro de Agnes, sino que, con la mayor de las satisfacciones, saco los billetes y los puso sobre la mesa. Agnes observo con desesperacion los cuatro trozos de papel. El los extendio formando un abanico mientras ella solo deseaba echarse a llorar.

Disponia de una semana. Una misera semana para salir de aquel atolladero como fuera. Con esta idea en la cabeza, le dedico a Anders una sonrisa tensa.

* * *

Monica habia ido al supermercado a hacer la compra, pero, de repente, dejo la cesta y salio por la puerta sin comprar nada. Algo le decia que debia apresurarse a ir a casa. A su madre y a su abuela les pasaba lo mismo.

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