Annika le respondio afirmativamente. Nervioso y sin saber que hacer exactamente, se acerco a Ernst y a Gosta.
– ?Que ha pasado? -inquirio-. ?Alguno de vosotros lo sabe?
El ominoso silencio que ambos guardaron lo hizo sospechar que tal vez no le gustase demasiado la respuesta. Vio que Ernst parpadeaba nervioso y Mellberg clavo la mirada en el
– Bien, ?vais a contestar o tendre que sacaros las palabras con forceps?
– Ha sido un accidente -respondio Ernst con voz lastimera
– ?Podrias facilitarme algunos detalles sobre el «accidente»? -insistio Mellberg, sin apartar la vista de su subordinado.
– Solo queria hacerle unas preguntas y se le fue la olla. Ese chico esta como un cencerro, ?que iba a hacer yo?
Ernst alzo el tono de voz con agresividad en un intento desesperado por tomar el control de una situacion que, de forma tan repentina, se le habia escapado de las manos.
La agorera sensacion que Mellberg experimentaba en el estomago crecia sin cesar. Miro el cuerpo tendido en la calzada, pero el rostro quedaba oculto tras la figura de Patrik y no pudo ver si se trataba de alguien a quien el conociese.
– ?Quien es el que esta debajo del radiador del vehiculo, Ernst? ?Tendrias la amabilidad de decirmelo?
Mellberg pregunto susurrando, casi escupiendo las palabras, lo que convencio a Ernst del lio en que se habia metido. El policia respiro hondo y dijo quedamente:
– Morgan. Morgan Wiberg.
– ?Que demonios estas diciendo? -vocifero Mellberg fieramente.
Ernst y Gosta se echaron hacia atras, y Patrik y Annika se volvieron a mirarlos.
– ?Sabias tu algo de esto, Hedstrom? -quiso saber el comisario.
Patrik nego abatido.
– No, yo no di orden de que trajesen a Morgan para interrogarlo.
– O sea…, que pensabas lucirte un poco -concluyo Mellberg mirando a Ernst y hablandole de nuevo con una calma insidiosa.
– Como dijo que deberiamos investigar primero al idiota… Y a diferencia de ese -apunto Ernst senalando a Patrik-, yo tengo confianza en usted y presto atencion a lo que dice.
En condiciones normales, la adulacion habria sido el camino perfecto, pero, en esta ocasion, Lundgren se habia extralimitado hasta tal punto que ni siquiera las lisonjas conseguirian que Mellberg adoptase una actitud positiva.
– ?Acaso yo dije literalmente que habia que ir a arrestar a Morgan, eh? ?Dije yo tal cosa?
Ernst parecio dudar un instante, antes de responder en un susurro:
– No.
– ?Pues entonces! -trono Mellberg-. ?Y donde cono esta la maldita ambulancia? ?Se habran parado a tomar cafe por el camino?
El comisario jefe se sentia estallar de frustracion, estado que no mejoro cuando Hedstrom dijo:
– No creo que tengan que darse mucha prisa. Desde que nosotros llegamos, no respira. Lo mas probable es que muriese en el acto.
Mellberg cerro los ojos. Toda su carrera futura se esfumaba sin remedio. Todos sus anos de esfuerzo, quiza no con el trabajo policial diario, pero si con el arte de navegar con rumbo cierto en la jungla politica, de mantenerse a bien con aquellos que tenian influencia y de patear a quienes podian interponerse en su camino. Todo aquello carecia ahora de sentido por culpa de un policia palurdo e imbecil.
Muy despacio, se volvio de nuevo a Ernst y, con toda la frialdad de que fue capaz, le dijo:
– Quedas suspendido y a la espera de una investigacion interna. Yo en tu lugar no abrigaria muchas esperanzas de volver.
– Pero… -balbucio Ernst, como preparandose para protestar.
Sin embargo, Mellberg detuvo su discurso advirtiendole con el dedo muy cerca de su cara.
– ?Shhh! -fue lo unico que dijo.
Ernst supo enseguida que habia perdido la partida. Alli no tenia nada que hacer.
29.
Gotemburgo, 1957.
Agnes se estiro perezosamente en la amplia cama. Por alguna razon, cuando acababa de hacer el amor con un hombre, se sentia llena de vida. Observo la ancha espalda de Per-Erik, que estaba sentado en el borde poniendose los impecables pantalones del traje.
– Y bien, ?cuando piensas decirselo a Elisabeth? -le pregunto escrutandose las unas pintadas de rojo en busca de algun desperfecto inexistente.
La ausencia de respuesta por parte de su amante la movio a levantar la vista.
– ?Per-Erik? -lo apremio inquisitiva.
El carraspeo, algo incomodo.
– Veras, creo que aun es pronto. Hace poco mas de un mes que murio Ake y ?que va a pensar la gente de…? -dejo la frase inconclusa.
– Yo creia que lo nuestro te importaba mas que las opiniones de «la gente» -replico Agnes con una acritud desconocida para el.
– Y asi es, querida, asi es. Solo que creo que deberiamos… esperar un poco -remato dandose la vuelta para acariciarle las piernas desnudas.
Agnes lo miro con suspicacia. Su expresion era inescrutable. La indignaba no poder adivinar su pensamiento por completo al Igual que hacia con todos los demas hombres. Pero al mismo tiempo quiza esa fuese la razon por la que, por primera vez en su vida, sentia que habia encontrado al hombre capaz de satisfacer sus expectativas. Y ya era hora. Cierto que ella tenia un aspecto excelente para sus cincuenta y tres anos, pero el paso del tiempo tambien le acarreaba cambios nada gratos y pudiera ser que, muy pronto, se viese obligada a dejar de confiar en su fisico. La idea la aterraba, de ahi que fuese tan importante para ella que Per-Erik cumpliese las promesas que tan generosamente le habia hecho. Desde que iniciaron su relacion, hacia ya anos, Agnes siempre habia tenido el control. Al menos, asi lo veia ella. Sin embargo, ahora y por primera vez, sintio una punzada de recelo. ?No se habria dejado embaucar? Por el bien de Per-Erik, esperaba que ese no fuese el caso.
Harald Spjuth estaba satisfecho con la vida de sacerdote. Como hombre, sin embargo, se sentia algo solo a veces. Pese a haber cumplido ya los cuarenta y ocho, no habia encontrado a nadie con quien compartir su vida y eso le causaba un profundo dolor. Tal vez la sotana hubiese sido un impedimento, pues, de hecho, no habia ningun rasgo de su personalidad que indicase que hubiera de tener dificultades para encontrar el amor. Era un hombre verdaderamente bueno y agradable, aunque el, personalmente, no hubiera elegido esos terminos para describirse, ya que, ademas, era timido y modesto. Tampoco podia achacar su soledad a su aspecto fisico. Quiza no pudiera afirmarse sin mas que valia como protagonista en la gran pantalla, pero tenia un rostro agradable, conservaba todo su cabello y poseia la envidiable cualidad de no engordar ni un solo gramo de mas, pese a su inclinacion por la buena mesa y los muchos cafes y pastelillos que conllevaba la vida de sacerdote de un pueblo. Aun asi, no resulto.
En cualquier caso, Harald no habia desistido del todo. Se preguntaba que pensarian sus fieles si supieran la cantidad de anuncios que habia enviado ultimamente para buscar contactos. Tras haber probado con clases de baile y cursos de cocina, aunque sin exito, al final de la primavera decidio sentarse a escribir el primer anuncio y, desde entonces, no dejo de hacerlo. Todavia no habia encontrado a su gran amor, si bien si compartio mas de una cena agradable, amen de conseguir un par de buenas amigas con las que se escribia a menudo. De hecho, en la mesa de la cocina lo aguardaban tres cartas a la espera de su lectura y su respuesta, pero el deber era lo