primero.

Volvia de visitar a varios de los feligreses de mas edad, que gustaban de distraerse un rato charlando con el sacerdote, y fue derecho a la iglesia sin detenerse en su casa. Muchos de sus colegas, mas ambiciosos que el, pensarian que su parroquia era demasiado insignificante, pero Harald estaba muy satisfecho. La casa parroquial, de color amarillo, era un hermoso hogar para vivir y siempre le impresionaba la imagen imponente del templo cuando subia el pequeno sendero empinado. Al pasar ante la vieja escuela de la iglesia, situada enfrente de la casa parroquial, le vino a la cabeza el encendido debate que habia surgido entre los habitantes del pueblo. Una promotora queria derribar el ruinoso edificio para construir apartamentos, pero el proyecto genero una avalancha de articulos de protesta y de cartas de la gente que, a toda costa, queria conservar la escuela tal y como estaba. En cierto modo, Harald entendia tanto a los unos como a los otros, pero le resultaba muy llamativo que la mayoria de los detractores del proyecto no fuesen residentes habituales, sino veraneantes con una segunda residencia en el pueblo. Naturalmente, querian que su retiro en Fjallbacka se conservase perfectamente pintoresco y entranable; asi podian pasear por el pueblo los fines de semana y considerarse afortunados por tener un lugar tan agradable en el que refugiarse, lejos del dia a dia de la gran ciudad. El problema era que un pueblo que no se desarrolla termina por sucumbir tarde o temprano, y no era posible congelar la imagen eternamente. Los apartamentos hacian mucha falta y no cabia catalogar como historicos todos los edificios de Fjallbacka sin que ello interfiriese en la vida de la comarca. El turismo estaba muy bien, claro, pero la vida seguia despues del verano, se decia Harald mientras caminaba despacio hacia la iglesia.

Habia adquirido la costumbre de detenerse siempre a mirar la torre, doblando el cuello tanto como podia, antes de cruzar el pesado porton. Cuando hacia viento, como era el caso, siempre le daba la impresion de que la torre se balanceaba y el imponente espectaculo de miles de toneladas de granito a punto de caer sobre su cabeza le inspiraba un hondo respeto por los hombres que construyeron el grandioso templo. A veces deseaba haber vivido en aquella epoca y quiza incluso haber sido uno de los picapedreros de Bohuslan; aquellos que, de forma anonima, construyeron con sus manos cuanto podia construirse en piedra, desde un simple camino hasta la estatua mas formidable. Pero el era hombre lo bastante leido como para saber que aquello no era mas que un sueno romantico. No creia que la vida de esos hombres hubiese sido nada facil y, a decir verdad, apreciaba demasiado las comodidades de su tiempo como para creer que hubiese podido ser feliz sin ellas.

Tras concederse unos minutos de ensonacion, abrio la pesada puerta. Con cierto remordimiento, reparo en que, al entrar, cruzaba los dedos deseando que Arne no estuviese alli. En realidad, no era un mal hombre y hacia un trabajo bastante bueno, pero Harald no podia por menos de admitir que las viejas reliquias de la beateria, de las que Arne era un feroz representante, no resultaban de su agrado. Era como si se regodease con las desgracias y solo buscara la parte negativa de todas las cosas. En ocasiones, cuando Arne estaba a su lado, Harald sentia que, literalmente, le quitaba las ganas de vivir. Tampoco le tenia demasiado aprecio por su eterna protesta sobre las mujeres sacerdotes. Si a Harald le hubiesen dado un centimo cada vez que Arne se lamentaba de su antecesora, a estas alturas seria rico. El, por su parte, no veia nada espantoso en el hecho de que fuese una mujer, y no un hombre, quien proclamase la palabra de Dios. Cuando Arne se ponia mas locuaz de la cuenta, Harald tenia que reprimir su deseo de decirle que la palabra de Dios no se predicaba con el pene…, pero siempre lograba contenerse. ?Pobre Arne!, se caeria muerto en el acto si oyese a un pastor hablar de ese modo.

Una vez en la sacristia, perdio la esperanza de que Arne se hallase en su casa. Harald oyo su voz y penso que, seguramente, estaria recriminando a los pobres turistas de turno, victimas del sacristan mas conservador del reino de Suecia. Por un instante, Harald estuvo tentado de salir de puntillas, pero, con un suspiro, se dijo que mas valia hacer lo cristianamente correcto: entrar y salvar a los desafortunados visitantes.

Sin embargo, no se veia un solo turista y si a Arne en el pulpito, diciendo misa con voz atronadora ante los bancos vacios. Harald se quedo perplejo preguntandose con desasosiego que locura habia hecho presa en su sacristan.

Con proverbial entrega, Arne hacia molinetes como si estuviese dando el sermon del monte de los Olivos, y solo se detuvo un segundo cuando vio entrar a Harald. No obstante, enseguida continuo como si nada, y entonces Harald vio que, ademas, habia un monton de folios en el suelo, debajo del pulpito. Hallo la explicacion a tal despliegue al ver que Arne, con rotunda vehemencia, iba arrancando las hojas del libro de salmos y arrojandolas al aire.

– ?Que estas haciendo? -pregunto Harald alteradisimo, adelantandose hacia el pulpito con paso decidido.

– Algo que deberia haberse hecho hace mucho tiempo -respondio Arne provocador-. Estoy eliminando tanta horrenda modernidad. Va en contra de Dios -apostillo sin dejar de destrozar el libro-. No me explico por que todo lo antiguo ha de cambiarse. Antes todo era mucho mejor. Ahora se relaja la moral, la gente baila los jueves como si fueran domingos, por no hablar de como copulan a diestro y siniestro fuera del sacramento del matrimonio.

Tenia el cabello revuelto y Harald se pregunto una vez mas si el pobre Arne habria perdido el juicio por completo. No entendia que podia haber desatado semejante arrebato. Verdad era que el sacristan llevaba anos refunfunando mas o menos esas mismas opiniones con indignacion, pero jamas se habia atrevido a algo asi.

– Arne, ?por que no te serenas un poco? Baja del pulpito para que podamos hablar, anda.

– Hablar y nada mas que hablar, no hacemos otra cosa -replico Arne desde las alturas del pulpito-. Es justo lo que digo yo: ?ya es hora de actuar! Y que mejor lugar que este para empezar a actuar -anadio mientras las hojas seguian volando para caer al suelo como copos de nieve desproporcionados.

Harald perdio la paciencia y monto en colera. ?Como se atrevia a hacer el vandalo en su hermosa iglesia? ?Habia que poner coto a tanto desproposito!

– ?Baja de ahi ahora mismo, Arne! -vocifero con energia.

El sacristan se detuvo en seco. Jamas habia oido al pastor levantar su voz, por lo general tan dulce, y no pudo por menos de sorprenderse.

– Te doy diez segundos para que bajes. De lo contrario, subire yo mismo a buscarte, pese a lo fuerte que eres -prosiguio Harald.

Estaba rojo de una ira que subrayaba su mirada encendida, signo incuestionable de que la amenaza era seria.

La rebeldia se esfumo del espiritu de Arne con la misma rapidez con que se habia presentado y el sacristan no tardo en obedecer docilmente las ordenes del pastor.

– Eso es -dijo Harald, ya en tono mas dulce, cuando se acerco a Arne y le puso la mano en el hombro-. Vamos a mi casa, nos tomamos un cafe con alguno de los excelentes bollos que Signe ha tenido la amabilidad de preparar y hablamos de todo esto, tu y yo solos.

Y asi, empezaron a alejarse del altar. El hombre mas bajito rodeando los hombros del grandullon con el brazo. Como una desigual pareja de novios.

Cuando salio del coche, se sentia un poco mareada. No habia dormido mucho la noche anterior. Las cosas horribles de las que acusaban a Kaj la mantuvieron despierta hasta las primeras horas de la manana.

Lo peor, no obstante, era la ausencia de la menor sombra de duda por su parte. Cuando oyo al policia leer las acusaciones, enseguida supo que eran verdad. Muchas piezas encajaron de pronto. Muchos enigmas de su vida comun hallaron una explicacion.

Sentia tanto asco que se le revolvio el estomago y se apoyo en el coche para escupir la bilis en el asfalto. Llevaba toda la manana reprimiendo las ganas de vomitar. Cuando llego al trabajo por la manana, su jefe le dijo que, dadas las circunstancias, no tenia que quedarse si no queria. Pero ella susurro su resolucion de permanecer en su puesto. La sola idea de estar en casa todo el dia le resultaba insufrible. Preferia soportar las miradas de la gente que seguir alli, en la casa de aquel hombre, sentarse en su sofa, preparar la cena en su cocina. Saber que el la habia tocado, aunque ya hiciese mucho, mucho tiempo, la impulsaba a desear arrancarse la piel a tiras.

Pero finalmente no le quedo otra salida. Despues de intentar mantenerse en pie durante una hora, su jefe le dijo que se marchara a casa asegurandole que no aceptaria un no por respuesta. Con un nudo en el estomago, cogio el coche y se fue. Al bajar por Galarbacken iba a paso de tortuga. El conductor del vehiculo que la seguia toco el claxon irritado, pero a Monica no le importaba.

De no haber sido por Morgan, habria hecho la maleta y se habria marchado a casa de su hermana. Pero a el no podia abandonarlo. El no seria feliz en un lugar distinto de su cabana y el hecho de que se hubiesen llevado sus ordenadores ya suponia una revolucion en su mundo. El dia anterior se lo habia encontrado andando de aca para alla entre sus diarios, nervioso, perdido al verse privado de aquello que constituia su anclaje a la realidad.

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