– ?Es usted celoso, senor Mitter?

– ?Basta! -rugio Havel-. ?Fuera la pregunta! No tiene usted el menor derecho a intervenir ahora, esto es…

– Puedo contestarla, sin embargo -interrumpio Mitter, y Havel guardo silencio-. No, yo no soy mas propenso a los celos que cualquier otra persona… tampoco Eva. Ademas, ninguno de los dos teniamos motivo. Yo no se adonde quiere llegar mi abogado…

Havel suspiro y miro el reloj.

– Sea breve si tiene algo mas que decir -dijo dirigiendose a Ruger.

Ruger asintio.

– Desde luego. Solo una pregunta mas. Senor Mitter, ?esta usted absolutamente seguro de que su esposa no le mentia?

Mitter parecio hacer una pausa teatral antes de contestar.

– Completamente seguro -dijo.

Ruger se encogio de hombros.

– Gracias. Esto es todo.

Miente, penso Van Veeteren. El tio esta ahi sentado mintiendo hasta ir a la carcel.

O… o bien dice la verdad in absurdum.

Quien cono sabe. ?Y por que? Si no la echa de menos ahora, ?por que la defiende como si fuera una madre abadesa?

Y mientras avanzaba a codazos entre las filas de los periodistas decidio dejar descansar al piromano medio dia mas.

14

?Por que precisamente la madre?

No lo sabia. Tal vez era solo una cuestion geografica. La senora Ringmar vivia en Leuwen, uno de los viejos puertos pesqueros junto a la costa. Eso significaba una hora de viaje en coche por un paisaje dominado por canales y tal vez fuera eso precisamente lo que le hacia falta. Mucho cielo, poca tierra.

Llego en el preciso momento en que el reloj del pequeno ayuntamiento daba las tres. Aparco en la plaza y empezo a preguntar.

El aire estaba lleno de mar.

Mar y viento y sal. Si queria podia recordar los veranos de su propia infancia, pero no habia ninguna razon para ello.

La casa era pequena y blanca. Encajada en el conglomerado de casas, tiendas, vallas y redes. Se pregunto si seria posible encontrar sitio para proteger la integridad personal en un pueblo como aquel. La gente vivia en las cocinas de los otros y cada dormitorio tenia que estar rodeado de oidos a la escucha.

Cuanto mas alto el cielo, mas bajas las personas, penso mientras llamaba al timbre. ?Por que tenia que haber gente en todos los paisajes?

La mujer que le miraba por la abertura de la puerta era pequena y delgada. Tenia el pelo corto, liso y completamente blanco y su rostro parecia cerrado de alguna manera. Van Veeteren reconocia la expresion de otras muchas personas mayores. Quiza solo tuviera que ver con la dentadura postiza… como si hubieran mordido algo treinta anos antes y se negaran obstinadamente a soltarlo, penso.

?O habia tambien otra cosa en esta mujer?

– ?Si?

– ?La senora Ringmar?

– Si.

– Mi nombre es Van Veeteren. Fui yo quien la llamo por telefono.

– Pase, por favor.

Abrio la puerta, pero solo lo justo para que el pudiera cruzarla.

Le paso a la sala. Senalo el sofa en el rincon. Van Veeteren tomo asiento.

– He puesto a hacer cafe. ?Tomara usted cafe?

Van Veeteren hizo gesto de que si.

– Con mucho gusto, si no le causa molestia.

Ella desaparecio. Van Veeteren miro a su alrededor. Una habitacion cuidada. Baja de techo y con cierto aire de intemporalidad. Le gusto. A excepcion del aparato de television no habia mucho que se hubiera anadido desde los anos cincuenta. Sofa, mesa y butacas de teca, una vitrina, una pequena libreria. Muchas macetas en las ventanas… para protegerse de las miradas de fuera, probablemente. Unos cuantos cuadros con motivos marinos… y las fotos de familia. La de boda. Dos ninos en diferentes epocas. Un chico y una chica. Parecian casi de la misma edad, la chica tenia que ser Eva…

Ella regreso con la bandeja del cafe en las manos.

– La acompano en el sentimiento, senora Ringmar.

Ella asintio y apreto aun mas las mandibulas. Van Veeteren penso en un pino encogido y mucoso.

– Ya ha estado aqui un policia.

– Lo se. Mi colega Munster. No deseo molestarla, pero hay algunas preguntas que quisiera hacerle para completar, simplemente.

– Pregunte. Estoy acostumbrada.

Sirvio el cafe y le acerco un plato con las pastas a Van Veeteren.

– ?Que es lo que quiere saber?

– Algo de… los antecedentes, por asi decir.

– ?Y eso por que?

– Nunca se sabe, senora Ringmar.

Por alguna razon, parecio conforme con esa respuesta y, sin que el tuviera que decirle nada, se puso a hablar.

– Yo estoy sola ahora, ?sabe usted?… ?es usted comisario?

Van Veeteren asintio.

– No se si usted puede entenderlo, pero es como si lo hubiera presentido. Es como si supiera que iba a quedarme la ultima…

– ?Su esposo?

– Murio en 1969… fue lo mejor que pudo pasar. Los ultimos anos… no era el mismo. Bebia, pero se lo llevo un cancer.

Van Veeteren se metio una pasta palida en la boca.

– Los ninos no le echaron en falta, pero no habia nada de malo en el. Era solo que no tenia fuerzas. Eso pasa con algunas personas, ?no le parece, comisario?

– ?Cuantos anos tenian sus hijos… Eva y un hijo, si no me equivoco?

– Quince. Son gemelos… eran gemelos, no se como decir…

Saco un panuelo del bolsillo del delantal y se sono.

– Rolf y Eva… si, suerte que se tuvieron el uno al otro.

– ?Por que?

Ella dudo un poco.

– Walter tenia… una idea bastante anticuada de la educacion de los hijos.

– Entiendo. ?Les pegaba?

Ella asintio con la cabeza. Van Veeteren miro por la ventana. No necesitaba hacer mas preguntas. Sabia lo que significaba, bastaba con pensar en su propia ninez.

Encerrado en la buhardilla. Pesados pasos por la escalera. Aquella tos seca…

– ?Que fue de su hijo… Rolf?

– Emigro. Se enrolo en un barco cuando tenia solo diecinueve anos. Debe de haber sido por una chica, pero nunca conto nada. Era muy cerrado… un poco como su padre. Espero que haya cambiado con los anos.

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