– Anda y vete a una casa de locos y deja que te den medicinas, ya veras lo espabilado que te sientes al cabo de una semana -dijo Rooth-. Si es como dice V. V. que Mitter logro perforar la perdida de memoria, para mi es un misterio su comportamiento. Tengo que decir que lo dudo mucho.
– No, no, es como yo digo -dijo Van Veeteren bostezando-. Pero no tenemos que discutirlo ahora. Ya se vera.
Hiller se puso de pie.
– Es la hora. Van Veeteren, quiero hablar contigo despues.
– Desde luego. Estare en la cantina. Hay un programa en la tele que no quiero perderme…
Hiller se arreglo la corbata y se precipito hacia la puerta.
– Una historia acojonante -rezongo.
26
Munster llamo con los nudillos y entro.
– Sientate -dijo Van Veeteren senalando la silla que estaba entre los archivos.
Munster se sento y se reclino pesadamente contra la pared.
– Son las once -dijo-. ?Por que no nos vamos a casa a dormir y seguimos manana?
Van Veeteren cruzo las manos encima de la mesa.
– Se piensa mejor por la noche. Vas a engordar si duermes demasiado… empiezas a ser un poco lento delante de la red. Hay un asesino que anda suelto… ?quieres mas argumentos?
Cierra el pico, penso Munster, pero no lo dijo.
– ?Cafe? -pregunto amablemente Van Veeteren.
– Gracias -respondio Munster-, apetece mucho. Hoy solo he tomado once tazas.
Van Veeteren vertio algo maloliente, marron, de un termo sucio. Le acerco un vaso de papel a Munster.
– Escuchame bien, intendente. Mas vale que te concentres porque, si no, puede ocurrir que te pases de pie toda la noche. Manana empieza el trabajo pesado, seria bueno que supieramos como cono hay que hacer. ?Quieres llamar a tu mujer?
– Ya lo he hecho. Ha visto la tele…
– Bien. Bueno, ?quien es el que ha hecho esto?
Munster tomo un pequeno sorbo de cafe medio tibio. Lo trago haciendo una mueca y supuso que llevaba hecho entre doce y dieciocho horas.
– ?Quieres decir que no lo sabes? -continuo Van Veeteren.
Munster asintio con la cabeza.
– Significa: no, no lo se -aclaro.
– Lo mismo me pasa a mi. Y tengo que reconocer que no tengo ni la mas remota idea tampoco… asi que por eso tienes que espabilar. ?Empecemos con el numero dos!
– ?Como?
– Con el segundo asesinato… el asesinato de Mitter. ?Cual es la pregunta mas importante?
– ?Por que?
– Si, senor. De momento podemos dejar de lado de que manera y si la victima cometio alguna torpeza durante las ultimas ocho horas. En lo que tenemos que fijarnos es en el porque. ?Por que fue asesinado Mitter?
– ?Partimos de que es el mismo?
– Si -dijo Van Veeteren-. Y si no es el mismo tipo, entonces es una cuestion completamente distinta… entonces no vamos a resolver este caso en mucho tiempo, no con nuestros metodos, al menos… no, joder, no, es la misma persona, estoy convencido. Pero ?por que? Y ?por que ahora justamente?
– ?Le han puesto sobre aviso?
– ?Es eso lo que crees?
– Usted mismo dijo, comisario…
– Despues de las diez puedes tutearme.
– Es que tu mismo afirmaste que el asesino tenia que haber sido avisado por el propio Mitter… que Mitter tenia que haber dado con algo que tenia que ver con el primer asesinato…
– Supongamos que estoy seguro de eso. Mitter le comunico al asesino que se acordaba de el…
– O de ella…
– ?Plausible?
– No.
– Suponemos que es un hombre. ?La siguiente pregunta, Munster!
Munster se rasco la nuca.
– ?Como? ?Como aviso al asesino?
– ?Has dado en el clavo otra vez! ?Estas en plena forma, Munster!
– Y ?por que no le dijo nada a la Policia?
– Eso lo vemos luego -dijo Van Veeteren-. Lo primero, primero. ?Como? ?Que piensas tu?
– Yo…, llamo por telefono, o escribio una carta. No creo que mandara nada por fax.
Las pesadas bolsas de las mejillas de Van Veeteren se estiraron hasta formar algo que pudiera haber sido una sonrisa. Paso, sin embargo, demasiado rapidamente como para que Munster pudiera hacer un enjuiciamiento seguro.
– Escribio -explico Van Veeteren.
– ?Como lo sabes?
– Porque lo he controlado. Escucha, te explico. Mitter escribio una carta el lunes pasado… el 18… salio el mismo dia. El personal le dio sobre, papel y pluma. Lo tienen todo cerrado con llave y lo entregan a peticion de los pacientes. Si se han portado bien, claro esta. Todo parece cerrado con llave en ese lugar… excepto los pacientes, pero es que ellos toman tabletas. Bueno, en todo caso parece claro que mando una carta el lunes. Si partimos de la base de que el asesino vive aqui en la ciudad, o por lo menos en el distrito postal, tiene que haberla recibido el martes. El miercoles esta al acecho y el jueves por la noche asesta el golpe… se disfraza de cualquier cosa, entra en la planta, espera tranquilamente… se esconde durante ocho o nueve horas… ?te das cuenta, Munster? Ese hijo de puta se queda alli ocho o nueve horas antes de que llegue el momento, eso es lo impresionante de este asunto. No es un tipo cualquiera con el que tenemos que vernoslas, me parece que mas vale que lo tengamos claro.
Munster asintio. El cansancio empezaba a desaparecer ya, a difuminarse y a ser traspasado por la concentracion. Miro por la ventana. Las siluetas de la catedral y de los rascacielos de Karlsplatsen empezaban a perfilarse contra el cielo, y lentamente fue apareciendo esa sensacion que mas pronto o mas tarde surgia siempre en una investigacion, y que a veces le hacia estar en la cama completamente desvelado a pesar de un cansancio que tenia que haberle obligado a perder el sentido… la sensacion de que este era el desafio, este el nucleo del trabajo de todos ellos. En algun lugar de alli afuera estaba el asesino… uno de los trescientos mil habitantes de la ciudad se habia decidido a matar a dos de sus conciudadanos y su obligacion, la suya, la de Van Veeteren y la de los demas, era encontrarle… o encontrarla. Iba a ser un trabajo de los cojones, probablemente. Habria que dedicar miles de horas de trabajo antes de terminarlo y, cuando al fin tuvieran la solucion en la mano, se darian cuenta de que casi todo lo que habian estado haciendo habia resultado completamente inutil. Verian que, si solo se hubiera hecho esto y aquello al mismo tiempo, el caso habria sido resuelto en dos dias en lugar de en dos meses.
Pero ahora no era mas que el principio. Aun no se sabia practicamente nada; no estaban mas que Van Veeteren y el encerrados en esta desordenada habitacion, encerrados con preguntas y respuestas y conjeturas, y entregados a una busqueda lenta pero implacable del buen camino. Porque si no lo encontraban, si se equivocaban desde el principio, entonces lo que podia ocurrir era que al cabo de dos meses estuvieran alli con sus miles de horas perdidas y sin asesino. Ahi estaba la muela del molino; verse en lo mas profundo del callejon sin salida y saber que habia que dar la vuelta. Y la mas importante siempre era la primera encrucijada.
– Nos equivocamos -dijo Van Veeteren como si hubiera leido los pensamientos de Munster-. Cogimos a Mitter