Habia algo en este caso, en estos dos asesinatos, que tiraba continuamente hacia abajo y que le producia repugnancia. Un sentimiento de aversion y de impotencia que tal vez se pareciera a lo que en tiempos solia experimentar ante cada caso de muerte violenta con el que se enfrentaba… cuando todavia era un joven inspector de la brigada criminal que creia posible realizar cambios; antes de que el roce diario con cierto tipo de actos le curtiera lo suficiente como para poder realizar su trabajo.
De la mano de esas sensaciones iba tambien el sentimiento de que sabia mas de lo que entendia. De que habia una cuestion, un indicio, que deberia sacar a flote y examinar mas detenidamente, un detalle o una conexion que se le habian pasado por alto y que, expuestos a la luz, se mostrarian como la clave de todo el misterio.
Pero era solo una leve sensacion, acaso no mas que una falsa esperanza a falta de otras cosas; y fuera lo que fuera no se hizo en absoluto ni mas clara ni mas nitida esa tarde. El viaje era y siguio siendo un viaje en la oscuridad. Lo que aumentaba, lo que crecia en el era la inquietud… la inquietud de que todo llevara demasiado tiempo, de que volviera a equivocarse, de que la maldad demostrase ser mucho mas poderosa de lo que el queria reconocer.
?La maldad?
No era este un concepto al que le complaciera tener que enfrentarse.
La mujer que le abrio tenia una enorme cantidad de pelo rojo y parecia que iba a dar a luz de un momento a otro.
– Soy Van Veeteren. Llame por telefono ayer. ?Es usted la senora Berger?
– Bienvenido -sonrio ella y, como si hubiese leido sus pensamientos, anadio-: No se preocupe, todavia falta un mes. Yo siempre me pongo asi.
Recogio el abrigo y le indico que pasara. Presento a dos ninos, un chico de cuatro o cinco anos y una nina de dos o tres; hacia tiempo que no era capaz de calcular con exactitud esos anos.
Ella grito algo en el hueco de la escalera y una voz contesto que ya bajaba. La senora Berger le senalo a Van Veeteren una butaca de mimbre frente a una chimenea y se disculpo diciendo que la cocina exigia su presencia. El nino y la nina le observaron a traves de sus flequillos y decidieron seguir los pasos de su madre.
Se quedo solo durante unos minutos. Pudo constatar que el hogar de los Berger no parecia sufrir de falta de dinero. La casa estaba situada en un lugar un poco retirado de la ciudad, con la naturaleza detras y vecinos a una distancia prudencial. Del exterior no habia podido formarse una idea muy precisa, pero el interior daba testimonio de buen gusto y de medios para satisfacerlo.
Tal vez durante unos segundos se arrepintio de haber aceptado la invitacion. No era la situacion ideal interrogar a su anfitrion. Dificil morder la mano que te da de comer, penso, mucho mas facil clavar los ojos en una persona al otro lado de una mesa coja de masonita en un local de arresto polvoriento y sucio.
Pero funcionaria bien de todos modos. La idea no era hacer un interrogatorio inquisitorial a Andreas Berger, aunque podia resultar dificil negarse el placer. Habia venido para hacerse una idea solamente… mas razones no habia, ?no? Porque aunque tenia el mayor de los respetos por el buen criterio de Munster, bastante mas de lo que Munster podia figurarse, siempre habia una pequena probabilidad, una posibilidad de que el mismo descubriera algo. Algo que tal vez exigiera un sentido absolutamente especial para notarlo, una cierta intuicion o un tipo especial de imaginacion perversa…
Si no otra cosa, cuatro ojos deben de poder ver mejor que dos.
Ese muchacho, por ejemplo… ?No era demasiado mayor? Una buena idea seria controlar los tiempos cuando tuviera ocasion… porque si fuera asi, si la nueva senora Berger hubiera estado embarazada antes de que la vieja senora Berger estuviera debidamente divorciada… pues algo tendria que significar eso.
Andreas Berger era mas o menos como se lo habia imaginado. Bien entrenado, desenvuelto, alrededor de los cuarenta; un polo, americana y pantalones de pana. Con un aire ligeramente intelectual.
El prototipo del exito, penso Van Veeteren. Serviria para hacer un anuncio publicitario de cualquier cosa. Desde after shave y desodorantes hasta comida para perros y seguros de pensiones. Un tio cojonudo.
La cena duro alrededor de hora y media. La conversacion se desarrollo con facilidad y asepsia y, despues del postre, los ninos y la esposa se retiraron. Los senores volvieron a las butacas de mimbre. Berger ofrecio una cosa y otra, pero Van Veeteren se contento con un poco de whisky y un pitillo.
– Es que tengo que encontrar el hotel -se disculpo.
– ?Por que no se queda en casa esta noche? Tenemos todo el sitio del mundo.
– No lo dudo -dijo Van Veeteren-. Pero ya he cogido la habitacion y prefiero dormir donde tengo el cepillo de dientes.
Berger se encogio de hombros.
– Ademas tengo que levantarme muy pronto manana -siguio diciendo Van Veeteren-. ?Le importa que vayamos al grano?
– Por supuesto que no. No tenga miedo de preguntar, comisario. Si hay alguna manera de que yo pueda ayudar a esclarecer estos horribles hechos, esta claro que quiero hacerlo.
No, penso Van Veeteren. Miedo de hacer preguntas es algo que no suele reprocharseme. Veamos si tu tienes miedo de contestar.
– ?Como descubrio que Eva era infiel? -empezo.
Era un palo de ciego, pero noto inmediatamente que habia dado en el clavo. Berger se sobresalto de modo que el cubito de hielo que iba a poner en el vaso acabo en el suelo.
Lanzo una exclamacion y rebusco en la peluda alfombra.
Van Veeteren espero tranquilamente.
– ?Que diablos quiere usted decir?
Resultaba tan poco convincente que Van Veeteren se sonrio.
– ?Lo descubrio usted mismo o se lo conto ella?
– No se de que me habla, comisario.
– ?O le puso sobre aviso otra persona?
Berger dudo.
– ?Quien le ha dicho eso, comisario?
– Creo que debemos atenernos a las normas, senor Berger, aunque me haya invitado usted a una cena exquisita.
– ?Que normas?
– Yo pregunto. Usted contesta.
Berger guardo silencio. Tomo un pequeno sorbo de su vaso.
– Ha sido usted verdaderamente complaciente -dijo Van Veeteren haciendo un gesto indefinido con el brazo… que abarcaba la comida, el vino, el whisky, la hoguera en la chimenea y todo lo que Berger pudiera desear… pero el tiempo de reflexionar se habia terminado.
– ?No esta usted seguro?
– Nunca consegui… confirmarlo del todo.
– ?Quiere decir que ella no lo reconocio?
Berger se echo a reir.
– ?Reconocer? No, no por cierto. Ella lo nego como si le fuera la vida en ello.
Tal vez fuera asi, penso Van Veeteren.
– ?Puede contarme?
Berger se echo hacia atras y encendio un cigarrillo. Dio dos profundas caladas antes de contestar. Era evidente que necesitaba unos segundos para pensar antes de empezar. Van Veeteren se los dejo.
– Los vi -empezo Berger-. Fue en la primavera de 1986, en marzo o abril. Dos veces los vi juntos, y tengo razones para pensar que se vieron de vez en cuando hasta mediados de mayo, por lo menos. Habia algo… yo lo note en ella, claro. No era una mujer que pudiera guardar secretos, en realidad, era como si llevase escrito en la cara que pasaba algo malo. ?Comprende usted lo que quiero decir, comisario?
Van Veeteren asintio.
– ?Puede decir exactamente cuando empezo?
– En Semana Santa. Fue el Jueves Santo de 1986, no se que fecha seria. Fue una de esas raras casualidades
