Janek. Y tambien estuvimos en la Asociacion de Historia una vez, a finales de agosto.

– ?Como le encontro?

– Como de costumbre. Pero tampoco hablamos mucho esa vez… no mas de un intercambio de ideas acerca de la cultura megalitica si no recuerdo mal. Era el tema de la reunion.

– No se vieron ustedes mucho despues de aparecer Eva Ringmar…, ?por que?

– ?Por que? Porque las cosas son asi.

– ?De que manera?

– Con las mujeres. Tendras amigos o mujer, dejo escrito Plinio. Si no tienes amigos, entonces da igual que te cases. ?No es asi, inspector?

– Tal vez si, pero… ?No se habian puesto de acuerdo para ir a pescar juntos aquel domingo, despues de la muerte de Eva?

– Asi es. Soliamos subir siempre a la cabana de Verhoven…, otro amigo…, un domingo de octubre. Esta pegada al lago Sojmen, en la parte este; hay mucha perca, truchas tambien y timalos. Verhoven y yo y Langemaar, el jefe de bomberos… no se si le conoce… Nosotros tres fuimos de todos modos, pero Janek no pudo, claro. Si, es una historia terrible, inspector. ?Cree usted que le cogeran? Al asesino, me refiero.

– Seguro -dijo Rooth-. ?Que hizo usted el jueves por la noche, por cierto?

– ?Yo? ?El jueves? Pues jugar al bridge, como es natural. No se imaginara usted ni por un segundo que yo…

– Yo no me imagino nada -dijo Rooth-. ?Vamos a tomar una cerveza?

– ?Ahora? No, no. Primero tenemos que nadar, dar otra vuelta por la sauna de vapor y luego sudar. Despues se toma la cerveza. ?No se ha banado usted antes en una sauna, inspector?

Rooth suspiro. Dos dias se habia pasado tratando de obtener informacion de todo tipo de maniacos, catatonicos y esquizofrenicos, y ahora le habia tocado caer aqui, en la sauna seca con el bibliotecario Bendiksen.

?Por que me habre hecho policia?, penso. ?Por que no me habre hecho concertista de piano como queria mama? ?O cura? ?O aviador?

Manana me doy de baja por enfermedad, decidio. Claro que es mi dia libre, pero me doy de baja de todas maneras.

Para mayor seguridad.

31

– Santa Catalina es una escuela de chicas, comisario. Nuestras profesoras son mujeres, nuestras encargadas son mujeres, nuestras bedeles, nuestras jardineras, nuestro personal de cocina… todas mujeres. Yo misma soy la directora y mujer. Asi ha sido desde el principio en 1882…, solamente mujeres. Creemos que esta es nuestra fuerza, comisario, a las chicas jovenes no les sienta bien que los hombres aparezcan en su vida demasiado temprano. Pero me figuro que hablo a oidos sordos.

Van Veeteren asintio y trato de ponerse derecho. Le dolia la espalda, hubiera deseado tumbarse en el suelo con las piernas en el asiento de la silla, eso solia aliviarle…, pero algo le decia que a la directora Barbara di Barboza no le gustaria tener a un tio acostado en su habitacion. Bastante malo era ya tener a un tio de visita. Y encima policia.

Pero la espalda le dolia. Era naturalmente por la maldita cama del hotel. Habia notado la rigidez al levantarse por la manana y dos horas de conduccion no habian mejorado las cosas precisamente. Tal vez se viera obligado a acudir a Hernandez, el quiropractico, cuando volviera a casa. Hacia seis meses desde la ultima vez, ya iba siendo hora. Lo peor era, claro esta, lo del badminton.

Precipitarse a recoger las pelotas cortas y esquinadas de Munster podia ser el golpe mortal para una espalda danada, lo sabia muy bien, pero no tenia ninguna gana de suspender el partido planificado para el martes por la tarde. Asi que a joderse.

Cambio el centro de gravedad de la parte derecha a la parte izquierda. Le hizo dano. Lanzo un gemido.

– ?No se siente usted bien, comisario?

– Si, gracias, me duele un poco la espalda solamente…

– Depende seguramente de una dieta equivocada. Se sorprenderia usted si le contase los efectos de la ingesta en los musculos y en las tensiones musculares.

No me sorprenderia, penso Van Veeteren. Me pondria furioso. Hasta podria empezar a cometer actos por los que me veria obligado a arrestarme a mi mismo.

– Muy interesante -dijo-. Pero desgraciadamente dispongo de poco tiempo, asi que debemos concentrarnos en lo que me ha traido hasta aqui.

– ?La senorita Ringmar?

– Si.

La senora Di Barboza saco un archivador de una libreria que estaba detras de ella y lo abrio sobre la mesa escritorio.

– Eva Ringmar, si. La contratamos el i de septiembre de 1987. Profesora titular de ingles y frances. Dejo el trabajo a peticion propia el 31 de mayo de 1990.

Cerro el archivador y lo puso de nuevo en su sitio.

– ?Que impresion tenia usted de ella?

– ?Impresion? Buena, desde luego. La entreviste personalmente. No habia nada que reprochar. Correspondia a mis expectativas, desempenaba sus clases y el resto de sus obligaciones a la perfeccion.

– El resto de sus obligaciones… ?a que se refiere usted?

– Tenia ciertas obligaciones como tutora y como empleada de esta casa. Somos un internado, como se habra dado usted cuenta.

Nosotras no solamente nos ocupamos de las colegialas durante las clases. Nosotras educamos a la persona en su totalidad. Este es uno de nuestros principios. Asi ha sido desde siempre… asi es como hemos cimentado nuestro prestigio.

– ?De veras?

– ?Sabe usted cuantas solicitudes tenemos todos los anos? Mas de dos mil. Para doscientas cuarenta plazas.

Van Veeteren bajo los hombros y trato de arquear la espalda.

– ?Sabia usted algo del pasado de la senorita Ringmar cuando la contrato?

– Por supuesto. Lo habia pasado mal. Nosotras creemos en las personas, comisario.

– ?Y sabe lo que ha ocurrido, sabe que ella y su marido han sido asesinados?

– Este no es un lugar aislado, no lo crea. Leemos los periodicos y estamos al tanto de lo que ocurre en el mundo. Mas que mucha gente, me atreveria a decir.

Van Veeteren se pregunto si estaria informada de los habitos de lectura del cuerpo de Policia, pero no tenia ganas de oirla desarrollar el tema. En lugar de ello, saco un escarbadientes. Se lo metio en la boca y lo fue haciendo pasar lentamente de una comisura a otra. Di Barboza se bajo las gafas a la punta de la nariz y le contemplo criticamente.

No tardara en pedirme de nuevo que le ensene la documentacion, penso. Hay que ver lo que un simple lumbago puede reducirle a uno la capacidad.

– Bien, comisario, ?que mas quiere usted saber? No dispongo de mucho tiempo.

El se incorporo y se acerco a la ventana. Se estiro y miro hacia el parque envuelto en una niebla gris. Se divisaban entre los arboles varios edificios, todos de un ladrillo rojo oscuro como el del «refectorio» en el que residia la directora y el muro de unos dos metros que rodeaba el lugar. Segun el modelo anglosajon, toda la cerca estaba guarnecida de cristales rotos; eso le habia hecho sonreir al cruzar las puertas…, sonreir y preguntarse si pretendian defenderse de asaltos o de fugas con los simbolicos fragmentos.

Claro que tenia prejuicios contra toda aquella institucion; lleno de prejuicios estaba y le irritaba un poco no poder confirmarlos mejor pese a que la senora Di Barboza le habia dejado ver unas cosas y otras. Habia comido en el gran comedor en compania de unas cien mujeres de todas las edades, sobre todo jovenes, claro, pero en

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