ningun sitio habia podido otear la supuesta sexualidad encerrada, la frustrada negacion del sexo, o lo que hubiera podido imaginarse. Tal vez solo fuera cuestion del antiguo, habitual y sincero temor femenino, el conocimiento de que, pese a todo, era el sexo opuesto el que tenia mas posibilidades de manejar la vida.
Aproximadamente asi hubiera explicado las cosas su mujer, de eso no tenia la menor duda.
Si yo hubiera sido mujer, penso, sabe Dios si no habria sido mas o menos como Di Barboza.
– ?Y bien? -dijo Di Barboza.
– ?Que?
– ?Que mas desea usted saber? Empiezo a tener prisa, comisario.
– Dos cosas. En primer lugar: ?sabe usted si la senorita Ringmar tuvo relacion con algun hombre mientras trabajo aqui?, porque ella vivia aqui, ?no es asi?
– Tenia una habitacion en el anexo Curie, si. No, no se si tenia alguna relacion. ?Era una o eran dos preguntas, comisario?
El ignoro la reprimenda.
– ?Puede darme el nombre de alguna colega, de alguien con quien tuviera amistad y que quiza pueda contestar algunas preguntas mas detalladamente?
La directora se ajusto las gafas y reflexiono.
– Kempf -dijo luego-. La senorita Kempf tiene la habitacion contigua a la de la senorita Ringmar. Creo que tambien eran buenas amigas. En todo caso se que las he visto juntas de vez en cuando.
– ?Usted no se relaciona con las profesoras, senora Di Barboza?
– No, yo creo que es bueno mantener cierta distancia. Nos respetamos unas a otras, pero no podemos dejar a un lado que nos ocupamos de diferentes cosas. Nuestros estatutos definen claramente la posicion de la directora como jefa de la escuela y la responsabilidad que eso supone. No es cosa mia cuestionar esos estatutos.
Consulto el reloj que llevaba colgado al cuello de una cinta. Van Veeteren se acordo de algo que habia dicho Reinhart no hacia mucho:
– Como regla, no me acerco nunca a las mujeres que llevan el reloj colgado del cuello.
Se pregunto que querria decir aquello. Tal vez la frase contenia una profunda sabiduria al igual que otras cosas que Reinhart acostumbraba a soltar de vez en cuando.
En todo caso agradecio salir al fresco. Cruzo por el cesped a pesar de las claras instrucciones que le dio Barboza de ir por el camino empedrado. Podia sentir su mirada en la espalda.
Dos ninas de unos doce anos y con los delantales cubriendo el uniforme azul oscuro estaban pintando de blanco el tronco de un arbol frutal. Se acerco despacio y llamo su atencion con una tosecilla.
– Perdon, ?es este el anexo Curie?
– Si. Ahi tiene usted la entrada.
Las dos senalaron la puerta con las brochas sonriendo con timidez.
– ?Por que pintais el arbol de blanco?
Ellas le miraron sorprendidas.
– No se… tiene que ser asi.
Probablemente para que los perros del lugar no vengan aqui a mear, penso empujando la puerta.
Tardo un rato en empezar con la senorita Kempf. Le quedaban tres examenes por corregir y era imposible interrumpir en mitad de una clase…, ?hacia el favor de perdonar?
Si, hacia el favor. Mientras ella terminaba su tarea, el, sentado en una butaca a su espalda, la contemplo… era una mujer corpulenta, de edad madura, de su misma edad practicamente. Se pregunto si la senora Di Barboza estaba en lo cierto al emparejarla con Eva Ringmar. La diferencia de edad debia de ser, por lo menos, de quince anos.
Pero asi habia sido. Eva Kempf puso agua a calentar para el te y le explico… Amigas era mucho decir; la senorita Ringmar no era de esa clase de personas que se confian, pero, sin embargo, parecia como que tenia necesidad de… una hermana mayor. Si, eso era. Eva y Eva. Una grande y otra pequena. Y las dos vivian pared con pared. ?Que queria saber el comisario?
Por centesima vez hizo la misma pregunta y recibio la misma respuesta.
No, no habia visto a ningun hombre. Por lo que a si misma se referia, era lesbiana, no tenia la menor intencion de ocultarlo… o lo habia sido; actualmente se habia retirado definitivamente de los campos de batalla del amor.
Y le resultaba muy agradable, ?sabe usted, comisario?
No, Eva Ringmar no tenia nada en absoluto de lesbiana, eso se notaba de inmediato.
Pero ?hombres entonces?
No. No que ella supiera. Pero no lo sabia todo, como ya le habia dicho. ?Por que estaba sentado asi? ?Le pasaba algo en la espalda? Si se echaba en la cama le daria unas friegas en los musculos.
?Porque tendria algo mas que preguntar?
Van Veeteren dudo, pero no demasiado.
Peor no iban a hacerle las friegas.
– Asi, eso es. Baje la cintura del pantalon para que pueda llegar bien. ?Que tal?
– ?Ay, cono! Cuenteme, senorita Kempf.
– ?Que quiere que le cuente, comisario?
– Lo que sea. ?Viajaba con frecuencia? ?Recibia cartas? ?Misteriosas llamadas telefonicas por la noche…?
Ella le clavo los pulgares en la espina dorsal.
– Recibia cartas.
– ?De un hombre?
– Puede ser.
– ?Con que frecuencia?
– No mucha. Es que no recibia muchas cartas.
– ?De donde venian?
– No tengo la menor idea.
– ?De aqui o del extranjero?
– No se. Del extranjero tal vez…
– Pero ?hubo varias cartas con el mismo remite?
– Si… seguro que era un hombre.
– ?Por que lo cree? ?Ay!
– Eso se nota.
– ?Viajes?
– Si… viajaba bastante. Iba a ver a su madre algunas veces. Eso decia al menos.
– ?Pero?
– Puede ser que mintiera.
– ?Es posible que recibiera cartas de un hombre y es posible que de vez en cuando viajara para ver a ese hombre?
– Si.
– ?Que probabilidad hay?
– No lo se, comisario. Eva era un poco… inaccesible. Misteriosa… yo no la force a hablar nunca. La gente tiene derecho a hacer su vida… creame. ?Yo he sido lesbiana desde que tenia diecisiete anos!
– ?Ay, cono! Tenga cuidado ahi… es ahi donde duele.
– Se nota, comisario. ?En que camastro ha dormido usted esta noche? Bueno, sigamos.
– ?Cuantas veces?
– ?Cuantas veces salia de viaje, quiere decir?
– Si.
– Dos o tres veces por trimestre, quizas. Solo el fin de semana… un par de dias.
– ?Y en vacaciones?