– O. K. -dijo Van Veeteren-. Ya hemos dado por hecho que era un hombre. ?Sigue!

– Respecto al escondite -continuo deBries-, no sabemos nada, en realidad. Hay bastantes posibilidades…, para ser exactos, dieciseis sitios diferentes que no estaban cerrados con llave… almacen, servicios, cuartos de estar y todo tipo de trasteros y cuartos de limpieza…

– Yo creia que lo tenian todo cerrado excepto a los pacientes -interrumpio Reinhart.

– Pues no, no es asi -dijo Rooth-. En todo caso no hemos encontrado la mas minima huella por ningun lado.

– No creo que eso tenga mucha importancia -dijo Van Veeteren-. ?Mejor vamos a la carta!

Rooth hojeo su cuaderno.

– Hemos controlado lo que hizo Mitter el lunes desde que se desperto… hasta el momento en que le entrego la carta a Ingrun.

– ?Ingrun?

– El cuidador ese… recibe la carta exactamente a las dos y cinco. Lo que queriamos saber era si Mitter, en algun momento, antes de empezar a escribir consulto un listin de telefonos… pensando en la direccion.

– Concentrate en el tiempo despues del almuerzo -dijo Van Veeteren-. Eso basta.

– Si, es de suponer. Tenemos un detalle interesante por la manana tambien, pero podemos volver sobre el luego… Hay una cabina de telefonos en cada piso para uso de los pacientes… En las cabinas hay tambien un listin del distrito… Mitter termina de almorzar en el comedor a eso de la una y cuarto, despues se sienta unos diez minutos en el cuarto de fumadores junto con varios pacientes y dos cuidadores. Luego, segun dos personas que le observan, va al servicio… sale unos minutos despues de la media… aqui hay un pequeno cabo suelto. Uno dice que va a su cuarto un rato, otros sostienen que va directamente a la recepcion de la planta para pedir el recado de escribir… y que tiene que esperar unos minutos. Como quiera que sea, Ingrun llega a la recepcion a las dos menos cuarto. Se encuentra a Mitter esperando, coge pluma, papel y sobre y va con Mitter al cuarto de estar… se queda fuera los diez minutos que tarda en escribir; y se queda alli porque quiere fumar un pitillo con tranquilidad. Acaba de tomar cafe en el comedor del personal…

– ?Tenia Mitter algun papel en la mano? -pregunto Munster.

– No -cogio la palabra deBries-. Hemos insistido mucho con Ingrun sobre eso. El no es, desde luego, el mas despierto de todos los que hemos interrogado, pero estamos bastante seguros de que no. Mitter no tenia ningun papel fuera del que le dio Ingrun.

– ?Se fijo el pollo ese en si escribio la carta o la direccion primero? -quiso saber Van Veeteren.

– No, desgraciadamente -dijo Rooth-. Estaba demasiado concentrado en fumar. Usted le conoce, comisario.

– Si -dijo Van Veeteren-. Y soy de la misma opinion que vosotros.

Hizo una pausa y contemplo la pequena pila de escarbadientes mordisqueados que tenia delante en la mesa.

– La cuestion es, pues -retomo la discusion-, si Mitter escribio al instituto Bunge o a algun otro sitio. Por lo que a mi respecta, pienso seguir suponiendo que fue al Bunge. Vosotros podeis opinar lo que os parezca. ?Cual era el detalle de la manana? Me parece que ya se a lo que os referis, pero es mejor que todos esten informados…

Rooth suspiro.

– Mitter estuvo en la cabina telefonica un rato por la manana, pero no para buscar una direccion, evidentemente… hizo una llamada.

– Muy interesante -dijo Van Veeteren-. ?Adonde si se me permite la pregunta?

– A lo mejor puede decirlo usted mismo, comisario… si he entendido bien -dijo deBries.

– Hum… -refunfuno Van Veeteren-. Klempje ha confesado.

– ?Como confesado?

Reinhart lanzo una nube de humo.

– Hubo una llamada de Majorna al policia de guardia el lunes pasado… era Mitter que tenia algo que decirnos. Pregunto por mi, pero yo no estaba… y no me informaron cuando llegue.

– ?Pero eso es una cabronada! -exclamo Reinhart.

Hubo unos segundos de silencio.

– ?Que paso con Klempje? -pregunto Jung-. ?Cuando se entero usted?

– Ayer -dijo Van Veeteren-. Klempje esta, de momento, en otras funciones.

Reinhart asintio. DeBries estornudo.

– ?Alguna otra cosa de Majorna? -pregunto Van Veeteren.

Rooth sacudio la cabeza negativamente.

– Si encontramos alguna victima mas alli -dijo-, propongo que no se nos mande a deBries ni a mi. No es un lugar saludable para un fragil policia criminal.

– ?Preguntas? -dijo Van Veeteren.

– Una -dijo Reinhart-. Si consiguieron olvidar a un visitante durante toda la noche, puede pensarse tambien que el interfecto se marchara tranquilamente de alli. Sin que notaran nada… es decir, mucho antes.

– En principio, si -contesto Rooth-. Pero no por la puerta de entrada.

– ?Puede haber salido por otro camino?

– Desde luego -dijo deBries.

Reinhart golpeo la pipa en la papelera.

– ?Estas seguro de que esta apagada? -pregunto Rooth.

– No, pero si empieza a arder, lo notaremos. Somos siete sabuesos los que estamos aqui, cono.

Van Veeteren escribio algo en el cuaderno que tenia delante.

– ?Que putada! Se nos habia pasado por alto. Gracias, Reinhart.

Reinhart abrio los brazos.

– De nada.

– Sigamos, pues. Al instituto Bunge. Primero la carta, por favor.

Munster se enderezo.

– Lo siento -dijo-. No sacamos nada en limpio. Reinhart y yo sondeamos a fondo tanto a los bedeles como a la senorita Bellevue, pero no se puede exigir que se acuerden de una carta que llego hace una semana. Reciben casi trescientos envios todos los dias, cerca de doscientos por la manana y aproximadamente la mitad despues del almuerzo.

– ?Quien reparte el correo?

– Ese dia fue la senorita Bellevue y uno de los bedeles por la manana… y el otro bedel por la tarde.

Van Veeteren asintio.

– Lastima -dijo-. ?No hay ningun pero?

– Es posible -dijo Reinhart-, pero es cuestion de pedanteria. Prepare tres sobres… dos que yo sabia a ciencia cierta que estaban en la correspondencia del instituto la semana pasada…

– ?Como diablos pudiste organizar eso? -interrumpio deBries.

– ?A ti que te importa? -dijo Reinhart-. Tengo un contacto.

– Una portuguesa contratada por horas -especifico Munster.

– Bueno -dijo Reinhart-, el caso es que los tres, los dos bedeles y la senorita Bellevue, reconocieron esos dos sobres, pero ninguno de ellos parecia haber visto la carta de Majorna.

– ?Que conclusion sacas tu de eso? -pregunto Van Veeteren.

– No tengo ni puta idea -dijo Reinhart-. Ninguna, creo. Quiza sea interesante que reconocieran los sobres, aunque no recordaran el destinatario…, pero que ni siquiera recordaran la carta de Mitter…

– Muy interesante no es -dijo deBries.

– Lo reconozco -dijo Reinhart.

Van Veeteren suspiro y miro el reloj.

– ?Por que no nos tomamos un cafe? Rooth, ?no te importaria…?

– Voy -dijo Rooth, y desaparecio por la puerta.

– ?Sigue! -ordeno Van Veeteren cogiendo un bollo.

– Bien -dijo Munster-. Nos pasamos alli todo el jueves, Reinhart y yo, Jung y Heinemann, e interrogamos en

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